El paréntesis
Ha amanecido un día nublado en mitad del verano.
Al principio, muy temprano, estaba la luz del sol llamando a los párpados y al abrirlos parecía que venía otro de esos días despejados que al final resultan agotadores porque el sol invita a vivir pero tanta vida, a veces cansa.
El otro día me di cuenta de que incluso la chimenea, con el sol, parece ponerse en marcha, porque se calienta la piedra del tiro y sale el olor a humo de la leña ya quemada como si el sol la hubiera vuelto a encender de alguna manera, o hubiera conseguido evaporar lo que quedaba de ella pegada a los ladrillos y a la piedra. El caso es que cuando sale el sol en verano, huele a invierno la chimenea.
Sé que este día nublado es sólo un paréntesis que durará muy poco, pero qué maravilla poder detenerse a observar cómo se han unido ya en bandadas los fringílidos más ocres yendo juntos de un lado a otro con las ráfagas de viento, posándose en el maizal espigado, o la mimbrera todavía verde. El pasto, sin embargo, no puede estar más seco. No conozco hierba que se agoste más que la gallega donde, en cuanto llega agosto, cumple con el nombre del mes y se seca casi por completo, más víctima de una mariposa blanca diminuta cuya oruga devora la raíz de algunas hierbas, que de la falta de agua, hasta el punto de dejar rodales totalmente secos y sólo las manzanillas, los tréboles y las rosetas de algunas flores compuestas, aguantan el paso del verano plenamente verdes. De la manzanilla incluso se diría que la adversidad no le afectara, porque huele más cuanto más la siegas y cuanto más seco es el verano.
Tengo que resembrar con manzanilla. Y empezar a recolectarla como ya hiciera de niña en Laguna de Cameros, en La Rioja, donde hay unos campos de manzanilla que cubren las laderas de los montes en verano y que recolectas mientras vas bajando para luego extenderla y ponerla a secar en un desván sobre un periódico, las flores sobre las noticias, marchitándose al mismo tiempo.
Excepto por la recogida de la patata, se trabaja poco estos días la tierra, porque ya casi todo es recolección y hace unos días cuando volví a casa me encontré en la puerta de la cocina unas acelgas muy verdes saliendo de una bolsa, unas acelgas casi arborescentes, del tamaño que tenían, y que me había traído de regalo Pilar. Tal y como le dije a ella cuando le di las gracias: “Unas flores no me hubieran gustado más”.
Hay más trabajo en el monte que en el campo, y es en esta quietud del día nublado cuando se oye la motosierra cortando para el invierno la leña, porque es en estos días cuando está más seca.
Ahora mismo se diría que va a llover, pero no creo que tenga tanta suerte, como mucho caerán cuatro gotas y mañana volverá a salir el sol y, otra vez, a seguir con el verano.