La RAE y la caspa: suma y sigue
No hace falta que figure en el diccionario de la RAE, pocos de los habitantes de este agónico Estado ignoran la acepción más tosca de la palabra caspa. Ahora que Félix de Azúa, torticero como tantos, se ha destapado como un machista de libro, un clasista de academia, le entran ganas a una de repasar los sonados rebuznos de otros miembros de la insigne institución que limpia, fija y da esplendor a nuestra lengua. A un lado dejamos la carcunda tradición que impera en la RAE, esa que negó un sillón a mujeres como Emilia Pardo Bazán, María Moliner o Carmen Martín Gaite, esa que obliga a empezar la sesión de los jueves —cuyo orden del día y cuyas deliberaciones son secretas— con una oración en latín, esa que, en fin, hace que tengamos treinta y seis académicos numerarios y tan solo ocho académicas.
En 2007, con un inicio prometedor —“Muchas veces he dicho que apenas quedan mujeres como las de antes”—, el ya entonces académico Arturo Pérez Reverte soltaba en su columna semanal perlas como las que siguen: “vemos a una torda espectacular. ‘Aunque ordinaria’, opina Javier [Marías]”; “unas focas desechos de tienta que pasan junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada”; “Hasta las niñas, en el recreo, se recogían con una mano la falda del babi y procuraban caminar como las mujeres mayores, con suave contoneo condicionado por la sabia combinación de tacones, falda que obligaba a moverse de un modo determinado, caderas en las que nunca se ponía el sol y garbo propio de hembras de gloriosa casta”; “camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente —¿acaso no se mata a los caballos?—, abatirla de un escopetazo”. Qué clase, ¿verdad?, qué poderío, qué capacidad de evocación... Qué caspa.
Años más tarde, el académico Pérez hizo una incursión literaria en lo que él debía de considerar el mundo femenino, y escribió una novela en primera persona protagonizada por una mujer. Como le debía de resultar complicado ponerse en el pellejo de una fémina, tuvo la brillante idea de hacerla lesbiana, en el convencimiento (parece) de que una lesbiana es como un hombre de pura cepa (es decir, como él), de forma que la protagonista veía a otras mujeres por la calle y hacía comentarios del tipo “cimbreantes secretarias de ubres operadas” o “un magnífico ejemplar de su raza y de su casta”. Qué casta.
El caso es que esta caballerosa tradición continúa con orgullo, abundando en eso que, a falta de palabra en castellano —y visto el panorama no parece probable que la RAE formule propuestas al respecto—, se denomina mansplaining. Dicen —permitan que en esta ocasión aparque mi afán de contrastar los datos con las fuentes primarias— que De Azúa dice en esa entrevista biliosa que publicó Tiempo que Ada Colau “no es feminista, es mujerista, que es muy distinto” (él sabrá) y concluye que “la ideología es para los tontos”, creyendo, suponemos, que lo suyo no es ideología.
Por suerte, el periodismo de calidad está renaciendo en nuestro país, y renace como un oficio comprometido y vigilante. De ahí que infoLibre haya activado una petición en Change.org: Pide a la RAE que exija la dimisión de Félix de Azúa. Tal vez Raquel Martos, de quien somos muy fans, se lleve un disgusto con la iniciativa del medio en el que trabaja, porque, ay, cuánto juego periodístico da la caspa.
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