El oficinista, de Guillermo Saccomanno
El oficinista. Guillermo Saccomanno. Seix Barral. 2010. Tapa blanda. ISBN: 9788432212826. 208 págs. 18 €.
Acuciada por el imparable ritmo de novedades del sector editorial —gracias al Compendio que reseñamos hace unos meses ahora sé que padezco una suerte de cainofobia o cainotofobia—, se me había quedado en el tintero la reseña de El oficinista, de Guillermo Saccomanno. Ganadora en 2010 del Premio Biblioteca Breve, esta novela posibilitó que los lectores ibéricos accediéramos a Saccomanno, un autor de merecido prestigio en Argentina. Los advertimos de que su obra se encuadra en la corriente literaria que más nos agrada: novelas con argumento, con personajes sólidos, con buenos diálogos y que desvelan parcelas desconocidas de la realidad. En este caso, la última característica resulta curiosa, ya que —puestos a catalogar— El oficinista podría considerarse una novela de ciencia ficción antiutópica. Aun así, la realidad que describe resulta escalofriantemente cercana.
La ciudad se muestra como un leviatán plagado de controles militares, perros clonados y helicópteros amartillados (una de las imágenes recurrentes de la novela), en la que las manifestaciones pacifistas se juzgan como apoyo al terrorismo. El oficinista es un hombre gris y atemorizado, el individuo a través de cuyos ojos el lector observa el desapacible entorno. La lucha por la permanencia en el puesto de trabajo se revela feroz, y la caída del compañero de escritorio solo significa que no ha caído uno mismo. “No se puede pensar en las víctimas todo el tiempo si uno quiere seguir viviendo”, se dice el protagonista. La miseria, los tiroteos, los mendigos son una constante. Y los asalariados “consideran a los harapientos con desprecio, un desprecio en el que puede leerse el terror: ellos, mañana, tras una decisión de los de arriba, pueden ser esos espectros que, a su vez, les devuelven una mirada de desprecio, pero con un desprecio de otra clase: la de quienes conocieron ya el pozo de sí mismos”. El sometimiento, la humillación, el control social y la supervivencia son las claves de la vida, si es que lo que resulta al final del día es digno de tal nombre. Y en esta angustiosa y degenerada sociedad, el oficinista busca con desesperación algo parecido al amor (algo más allá de la horda de voraces y crueles chiquillos que lo espera en casa).
Saccomanno, que definió los sueños del oficinista como los “sueños del conformismo que impone el capitalismo”, no elude las referencias literarias ni esconde sus influencias. Pero en la superficie está su novela, bien tramada aunque con un desenlace enfermizo y confuso, quizá la clave final que nos abisma en la imagen de una sociedad más familiar de lo que inicialmente parece.
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