Anne Sexton que estás en los cielos
“Me abruma, tengo la impresión de que la conozco demasiado.” Esta sentencia rotunda de Elizabeth Bishop, a propósito de la poesía de Anne Sexton, resulta muy cierta no solo cuando se leen sus poemas, también al ojear sus fotos, escuchar las grabaciones de sus lecturas de “tono monárquico” e investigar en su biografía.
La vida de Anne Gray Harvey (Massachusetts, 1928-Boston, 1974) es tan conocida como su muerte, o por lo menos el modo en que escenificó ambas. Sexton quedará unida para siempre a su Cougar rojo modelo 67, al vodka, o al abrigo materno de piel y forro de satén con el que se suicidó, pero también al Pulitzer, a Robert Lowell, a su amistad con Sylvia Plath y a un tipo de poesía confesional, intensa y dramática.
Existe una biografía en castellano, de Diane Wood Middlebrook, que puede ser interesante repasar ahora que la editorial Linteo publica su obra completa, traducida por José Luis Reina Palazón. En cualquier caso, a todos los efectos, los poemas que escribió son el mejor testimonio de sí misma que pudo ofrecer.
A través de ellos conocemos su infancia desgraciada; el papel de moneda de cambio que jugó en el matrimonio de sus padres; el trauma que sufrió con la maternidad y el aborto, y su deserción del sueño americano.
Una mujer con su percha pudo, sin duda, continuar siendo modelo en la agencia Hart de Boston, o seguir recibiendo palizas de Alfred Muller Sexton, en el 14 de Black Oak Street de Weston. No quiso. Prefirió comprobar si sabía “hacer algo más que cambiar pañales.”
Ni el éxito de público y el reconocimiento académico pudieron parar lo inevitable. Poco antes de su muerte, esta fan de The Doors y The Beatles, a sus 46 años, formó una banda de rock, Anne Sexton and Her Kind, para musicalizar sus poemas. Es fácil imaginársela desafiante, con un cigarrillo en la mano, descalza y recitando:
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