Mis páginas mejores, de Julio Camba
Mis páginas mejores, Julio Camba, Ed. Pepitas de Calabaza. 2012. Tapa blanda. ISBN: 978-84-93943752, 294 págs. 19,00 €.
El prólogo de este libro lo escribe Manuel Jabois, y claro, ya no soy imparcial porque me gusta mucho cómo escribe y me dejo llevar. Ya hablamos de Jabois con su Irse a Madrid y ahora nos vamos con Camba, si es que en algún momento hemos dejado de estar.
Camba murió hace cincuenta años en su residencia de los últimos tiempos: el Hotel Palace de Madrid. Conviene leerse los artículos como si uno estuviese sentado en la rotonda de entrada de este hotel, bajo la cúpula de vidriera. Son artículos que van desde 1907 hasta 1956, que van desde Madrid hasta Londres (suponiendo que no se fuera a una habitación con ese nombre, como cuenta Cansinos Assens en “La novela de un literato” al hilo de las crónicas de algunos corresponsales pretendidamente destacados en el extranjero). Entonces, decía, que te sientas en los mullidos sillones de la rotonda del Palace y empiezas a leer artículos sobre ingleses, franceses, suizos, yanquis y de nuevo España. En ellas hay frases tales como : “Hay que ver cuando una inglesa se pone a ser fea (…) es fea de un modo rotundo, fundamental y definitivo” o cuando refiere la anécdota del alemán que decía tener “puros con la vitola “Cabanas” y al ser reprendido por Camba por faltarle una eñe, puso al día siguiente: puros Cabañas de Habaña (pág. 68)
Cometo la obviedad de comentar que sus temas son actuales pero el dedicado a la Banca, que es un sitio al que antes íbamos a actualizar cartillas y ahora se ha convertido en una inmobiliaria sin anuncios, dice: “(…) Si usted va al Banco en solicitud de un préstamos, los empleados comenzarás preguntándole cuál es su capital, dónde están sus propiedades o qué amigo acaudalado le garantiza. Para prestarle a usted cinco duros, el Banco necesita que tenga usted, por lo menos, ciento y si usted no los tiene, nuestros banqueros lo echarán con cajas destempladas, asombrados de ver que les pide fondos un hombre que carece de ellos (…) (pág. 267)
En todos los artículos hay una descripción de aparente espejo, pasado por la aparente indiferencia y no implicación del escritor, pero que al final resultan ser un texto delicioso. Un comenzar de nuevo con otro tema y otro país, y al cansarse, tomaba el tole, que no el trole, como dice Jabois en el prólogo (pág. 10), que a lo mejor se refería al trolebús, versión castiza.
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