Salón de belleza, de Mario Bellatin
Salón de belleza. Mario Bellatin. Tusquets. 2000. Tapa blanda. ISBN: 9788483101421. 80 págs. 10 €.
Hace unos años, Salón de belleza ocupaba un puesto destacado en una de esas listas de “los 100 mejores libros”, que nadie sabe qué significan y tanto nos entretienen, aunque sólo sea por despotricar contra ellas. No sé si esta novela corta merece estar entre las mejores de la última década, lo que sí tengo claro es que pasa por ser una de las que más me han gustado y me han hecho pensar en mucho tiempo.
Un antiguo salón de belleza, regentado por un par de amigos, se convierte en el moridero al que van a pasar sus últimos días enfermos terminales. El protagonista y narrador se hace cargo de ellos sin pedir nada a cambio y sin hacer preguntas. Todos conviven esperando la muerte, incluso él mismo. Con este argumento Bellatin construye una historia sólida, envuelta en una atmósfera irreal y llena de escenas que emparentan con lo imposible, en las que muestra su lado más cinematográfico.
El mal del que llegan aquejados los enfermos al salón (podría ser el SIDA o cualquier enfermedad) no se nombra ni una sola vez. No hace falta. Cada lector llenará a su modo los “vacíos” que ofrece el autor. Éste es sólo uno de los muchos detalles que dan consistencia y valor al texto. Alguno más: sin estridencias formales ni grandes teorías, con la suavidad con que se mueven los peces que viven y mueren en las peceras del Moridero, se habla de la piedad sin recurrir a la tradición cristiana. Todo un logro. Como lo es también que no dramatice ni moralice, y que su prosa, pese a un buscado estilo impersonal, resulte extrañamente cálida.
Salón de belleza me hizo recordar que una buena manera de afrontar la muerte que se sabe cercana es a base de amor y lucidez; materiales, desde mi punto de vista, con los que Bellatin ha conseguido dar cuerpo a este sutil relato.
Como apunta el poeta y ensayista Cosme Álvarez: “La obra tiene la fuerza y la rareza de los cuentos de Herman Melville, en especial de Bartleby, el escribiente, pese a lo audaz que pueda parecer la comparación”. Queda dicho.
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