Digitalicen, que algo queda (in memóriam Michael Hart)
Parece que a las editoriales españolas no les va a quedar más remedio que subirse a toda prisa al carro digital. Es cierto que en los últimos años han dado pequeños pasos: han comenzado a incluir los derechos para libro electrónico en los contratos a los autores, han digitalizado parte de sus fondos y han concertado citas con gurús y psicólogos que les han recomendado que respiren hondo. Sin embargo, podría pensarse que incluso los agentes literarios les han dado sopas con honda en este campo (para muestra, un botón).
Ahora, más les vale espabilarse. En la “vuelta al cole” editorial, es noticia el desembarco en nuestro país de uno de los gigantes de la venta de libros electrónicos: Amazon. El próximo 15 de septiembre aterrizará como plataforma de venta de libros en papel, y pretende empezar a expender e-books antes de que acabe el año. La pelea entre titanes (Amazon, Google y Apple) está garantizada, aunque quizá debamos darle la razón al agente literario Guillermo Schavelzon cuando indica que los problemas inmediatos del sector editorial van más allá del libro electrónico. En la línea de lo que él apunta, y de cara a valorizar el libro digital para que no resulte una mera reproducción de la versión en papel, hay instituciones que lanzan propuestas innovadoras. El mexicano CONACULTA convocó en mayo el I Premio Internacional Libro Animado Interactivo en Español Paula Benavides, con el ánimo de inspirar a los narradores 2.0.
En estos dos meses de andadura bloguera hemos demostrado nuestra afición por los palabros. De ahí la siguiente sugerencia digital: naveguen, naden, buceen por una estupenda herramienta que la Real Academia Española pone a disposición de los internautas: el Nuevo Tesoro Lexicográfico. La Academia lo define como “un diccionario de diccionarios [...] que contiene todo el léxico de la lengua española desde el siglo XV hasta el XX”. Gracias a la digitalización de los diccionarios académicos, los nostálgicos podemos confirmar que ‘quisque’ fue una palabra aceptada hasta hace relativamente poco, y que ‘mulier’ también tuvo su tiempo; y podemos cruzar los dedos para que el ‘cederrón’ caiga por su propio peso y no nos dejen sin ‘vergoña’.
La lógica e indispensable gratuidad de una obra así nos acerca al Proyecto Gutenberg, hoy, cuando tan sólo hace tres días que falleció su fundador, Michael Hart. Vaya un último recuerdo al precursor del libro digital, entre cuyos altruistas objetivos brillaba la pretensión de “romper las barreras de la ignorancia y el analfabetismo”.
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