El Príncipe encantado
La prolongada ausencia del Rey Juan Carlos I de España por causa de su complicada enfermedad –el monarca lleva casi dos meses ‘fuera de juego’- le está dando al Príncipe de Asturias la oportunidad de lucir su cargo de heredero y su preparación, no solo en los actos protocolarios de menor cuantía, sino en citas de un primer nivel: la candidatura olímpica de Madrid en Buenos Aires, en el desfile del 12 de Octubre, la recepción del Palacio Real, la cumbre Iberoamericana de Panamá, y la entrega de los premios Príncipe de Asturias en Oviedo.
Lo que, tras el debate reciente de la pretendida abdicación del Rey o la aprobación de un nuevo estatus para el Príncipe heredero, le ha dado a don Felipe de Borbón una excelente oportunidad y un plus de notoriedad. Las que el heredero de la Corona de España ha sabido aprovechar con oficio, diligencia y prestancia, dando por bueno y por probado el argumento de que él ya está preparado para asumir la Corona de España si se le presenta la ocasión.
Cabe imaginar que el Rey estará orgulloso del Príncipe, aunque puede que también esté algo celoso de la empatía creciente –algo fría pero eficaz- de don Felipe con el pueblo español. Y puede que estas apariciones y actuaciones del heredero hayan servido para ablandar resistencias en aquellos que son reticentes al relevo en la Jefatura del Estado, y que han utilizado argumentos que van desde la notable influencia del Rey Juan Carlos en España y en el extranjero, al rumor de que la Princesa Letizia aún no esta lista o preparada para asumir el cargo de Reina, por mas que la Princesa en todos estos años y en estas últimas salidas de los Príncipes no ha cometido el mínimo error. Se le achacan sus escapadas con sus amigas, fallos de protocolo y un aspecto rígido y a la defensiva, como si temiera algunos rechazos que, por lo general, emanan del flanco femenino del poder (‘parece otra, se ha cambiado la cara’, se suele decir con asiduidad en circuitos de las élites de Madrid).
La que desde luego parece otra es la Reina Sofía que acaba de cumplir 75 años y a la que se la ve sonriente y encantada con esta intensa actividad y protagonismo de nuestro Príncipe azul, lo que también le ha dado a ella un nuevo protagonismo cuando la soberana parecía resignada y en cierta soledad –ante los rumores, fotos y diretes de la dichosa princesa Corinna-, y para colmo con el problema añadido de la Infanta Cristina y Urdangarín. La Reina está encantada, el Príncipe está encantador’, y la Princesa Letizia está algo seria, tímida y gélida en sus últimas apariciones, en las que no pierde la oportunidad de tomar la mano de su amado para que no regrese al rumor del pasado y cálido verano sobre aquella presunta desavenencia matrimonial.
¿Y el Rey? ¿Qué hace el Rey, que es un terremoto de actividad y de fugas, encerrado en su torre de marfil de la Zarzuela? O ¿acaso ya hizo alguna escapada que no hemos conocido? No se sabe, pero sabemos que al monarca no para de telefonear (los yanquis le han debido pinchar el teléfono del derecho y del revés), ni se sabe si su recuperación va por buen camino y si desapareció la infección. Ni sabemos cuando le va a tocar regresar al quirófano –‘al taller’- para recibir la que debería ser la prótesis definitiva de su maldita cadera.
Pero si todo va bien, descansa y se recupera, entonces el monarca regresará a los primeros de los planos de la actualidad. Aunque antes incluso de su recuperación tiene una cita con los españoles en su esperado mensaje de Navidad. ¿Qué nos dirá el monarca entonces, además del consabido latiguillo de la altura de miras? Pues lo de la unidad de España, la lucha en contra de la crisis y los sones de la recuperación, y un poco mas? Esta vez el Rey no lo tiene nada fácil, porque los españoles de a pie están cansados de las buenas palabras del poder y de los malos resultados en su vida particular, profesional y familiar.
Sin embargo, esa esperada aparición del monarca en Navidad –el mensaje a la cumbre Iberoamericana no le salió bien y además el Rey lucía muy mala cara- este año va a ser fundamental. Veremos que pasa y que nos dice porque muchos, que han visto al Príncipe hablar con gran soltura en los últimos actos que presidió, van a comparar y ver la diferencia entre el padre –que nunca fue un buen orador- y el hijo. Y ello, se quiera o no, marcará un tiempo y un espacio en el subconsciente español. De ahí el error de Zarzuela a la hora de forzar las apariciones del Rey cuando no está bien porque trasmite cansancio y enfermedad, sobre todo en comparación con el Príncipe encantado y encantador -mas Grecia que Borbón- que se mueve y actúa con soltura y no deja de fascinar.