Guillermo y Catalina
Un poco de “glamour”, de desfile de tiaras de reyes y de príncipes, de trajes de alta costura, de amor y lujo no viene nada mal en estos tiempos convulsos del mundo en el que vivimos, y en esta España nuestra que está capilla de una tensa campaña electoral y que vive con pasión el duelo en la alta sierra de la Copa de Europa. El duelo de semifinales del Barcelona y del Real Madrid que, tras la victoria de los blaugranas en el Bernabeu y los desafíos y conspiraciones de Mourinho, permanece a la espera del partido de vuelta previsto para el próximo martes en el Camp Nou.
Hoy se casa el príncipe Guillermo, el hijo mayor de Lady Diana y del Príncipe Carlos de Gales, en Londres con una bella y encantadora Kate (Catalina) Middleton que ya luce en su mano el anillo de pedida de Lady Di, y que cuenta con el cariño del pueblo inglés.El que, según todas las encuestas, preferiría a Guillermo y a Catalina como los sucesores de la Reina Isabel en vez de la pareja de Carlos y a la famosa Camila, a la que muchos ciudadanos del Reino Unido culpan del final fatídico de la princesa Diana y la colocan en el papel de la madrastra mala del cuento del príncipe azul.
La boda constituye un acontecimientos político y social de alcance mundial y le servirá a la Corona británica como un reconstituyente de los malos ratos y escándalos que ha sufrido la realeza de ese país, especialmente durante ese año “horríbilis” –como lo calificó la soberana Isabel- en el que se dieron cita todas las desgracias y ahí incluida la dramática muerte de la madre del príncipe Guillermo, la que se llamó “princesa del pueblo” británico. Así y con la simpatía y buena acogida de los príncipes que se casan con todos los honores y el espectacular protocolo real la vieja monarquía de los ingleses recupera prestigio, y la boda además se convierte en acontecimiento social, mundial y también económico en favor del Reino Unido.
Y todo ello a pesar del contraste del lujo, la pompa y el derroche de semejante ceremonia en duro contraste con el drama que inunda a muchos países del planeta Tierra, y de las situaciones de inmensa pobreza, enfermedad, guerras, deterioro económico y social y catástrofes de toda índole –como la nuclear de Japón- que afectan a muchos millones de ciudadanos.
Pero la boda real abrirá un paréntesis de sueños dorados, de príncipes de cuentos de hadas, de gente guapa y rica, y de famosos y cortesanos, que sin hacer daño a nadie dará un respiro a la trepidante actualidad –como la que acaba de manchar de sangre la maravillosa plaza de la Jemaad de Marraquech-, y nos alejará aunque solo sea por momentos o por unos días de la cruda realidad.
Y en el caso español del duelo político, la crisis y el paro –que no deja de crecer- y del fiero espectáculo del “circo máximo” del fútbol español que no cesa de levantar tensiones a la espera de la cita del Camp Nou camino de la otra catedral mas importante de Londres, que poco puede envidiar a la de Westminster donde se celebra la boda, como es la del estadio de Wembley donde el 28 de mayo se celebrará la esperada final de la Champions League. A priori entre el Manchester y el Barcelona, a la vista de los resultados de los partidos de ida de las dos respectivas semifinales, aunque nada está escrito y falta por ver si Raul en el Salke 04, o Ronaldo en el Madrid pueden lograr milagros y cambiar el nombre de los equipos que se verán las caras en Wembley, catedral del futbol mundial. Pero por el momento nos quedamos con la boda real.