El cuarto poder amansado
Las relaciones entre la Presidencia del gobierno (aquí y en toda democracia avanzada) y lo que llamamos prensa suelen ser tensas y, a veces, irrespetuosas. Y va bien que así sea, forma parte de la naturaleza de las cosas. Cuando se llevan bien es que alguna de las partes lo hace mal. Los periodistas quieren saber y los gobiernos quieren ocultar. Y así es la vida. Otra cosa es que cada cual esté en su sitio y haga bien su trabajo; conscientes todos de que los intereses son distintos, y en ocasiones contradictorios.
Lo meritorio es alcanzar un nivel razonable de lealtad y de respeto. Y en contadas ocasiones se alcanzan cotas de mérito y ejemplaridad. Todos los presidentes de los Estados Unidos o de Francia, los primeros ministros de Gran Bretaña o Italia, los cancilleres alemanes… pasan por fases tormentosas en sus relaciones con los periodistas. También en España ha ocurrido otro tanto con Suárez y con Felipe, con Aznar y con Zapatero. También con Rajoy y con Sánchez que han utilizado el desdén para evitar los conflictos.
Los gobiernos tratan de aprovechar las fisuras del llamado cuarto poder, especialmente en estos tiempos de debilidad del periodismo. Para ello cultivan a los más afectos y desdeñan a los críticos. Todo lógico, aunque hay formas y formas de hacerlo. En ese juego de poder e influencia los periodistas sueñen ser conscientes de que se debilitan cuando se dividen, cuando olvidan cuál es su papel y sitio y prefieren el mimo del poder en vez del respeto.
Este prólogo viene a cuento del hábito de este gobierno Sánchez de favorecer a los amigos periodistas y olvidar a los críticos. Lo cual es razonable siempre que no se sobrepasen algunas barreras y se acierte a disimular las preferencias. Las últimas decisiones de la Moncloa a la hora de asignar turno de palabra en las conferencias de prensa o de convocar a los medios para recibir información están sobrepasando los límites con manifiesta grosería.
Muy mal por la Moncloa, aunque no sea una novedad asombrosa. Lo que me llama la atención en la complicidad de los medios aparentemente favorecidos. Por un lado su silencio ante semejantes malas prácticas y por otro la complicidad. Ese comportamiento supone que el cuarto poder está amansado, entregado al gobierno por el plato de lentejas de la preferencia. El corporativismo profesional es contraproducente e idiota, pero el amansamiento también. La discriminación informativa va contra toda la profesión, afecta a su fundamento, porque los hoy favorecidos mañana serán discriminados. La sala de prensa de la Moncloa no es del gobierno, se trata de un espacio de encuentro para dar cuenta, para dar explicaciones y para contestar.
Los periodistas que admitieron la discriminación de los colegas no obraron bien, no antepusieron el interés general a sacar ventaja. Muy mal por la Moncloa, pero también por los amansados que lo toleran. Las organizaciones profesionales han protestado conscientes de que no les harán caso, pero deben insistir en defender los fundamentales, en no amansarse.