Oscureciendo la tarifa de la luz
La idea de oscurecer, de hacer menos entendible algo, es de Eugenio D´Ors, un genio paradójico y arbitrario que proponía lo contrario de lo que debe hacer una persona sabia. El gobierno se ha apuntado a la teoría orsiana de la obscuridad con la tarifa eléctrica con objeto de rebajar el coste para los clientes y de evitar descrédito electoral.
El problema de la tarifa/recibo de la luz es su pretendida complejidad; digo pretendida porque se entiende bien en sus conceptos básicos, pero se hace laberíntica en los detalles, en el número de sus componentes una vez desglosados. La tarifa eléctrica se descompone en dos partes semejantes, por un lado, el precio de obtener electricidad (coste de producción y trasporte) y por otro las cargas fiscales que impone el Gobierno, muy reconocibles unas (IVA), un tanto raritas otras (los dos impuestos que gravan la producción); e indescifrables las otras, los llamados cargos, que no son otra cosa que recargos y subsidios enmascarados que van en el recibo para evitar los Presupuestos. Estos últimos cargos suponen el 30% de la factura y se componen de hasta una docena de conceptos que van desde subvenciones a las renovables, a compensaciones varias, el bono social y el pago de algunas deudas.
De manera que en el recibo de la luz hay cuatro conceptos básicos: primero el coste de conexión, llamado “término de potencia” (unos 13 céntimos por día y por kilovatios de potencia) que fija el gobierno en función del varios coste y peajes. Segundo el precio de la energía consumida, que es un precio por kilovatio en función de períodos horarios, precio de mercado diario o precio pactado con el comercializador. Servicios varios prestados al cliente, alquiler de equipos, mantenimiento y otros. Y finalmente los impuestos (IVA e impuesto de electricidad). Pero detrás de esos cuatro conceptos hay conceptos diversos que maneja la administración. Esto es lo que forma el enigma que envuelve el misterio de la tarifa.
El coste de producir electricidad es variable, depende de distintas materias primas volátiles (gas, derechos de emisión…) que llevan a variaciones importantes en el coste final con el agravante de que como los impuestos son fijos (un porcentaje sobre la factura) cuando los costes suben el impuesto también se beneficia de la subida.
El gobierno podía haber eliminado parte de la carga fiscal de forma definitiva, por ejemplo los dos impuestos sobre la electricidad que son raros), pero ha preferido oscurecer el modelo proponiendo la suspensión de uno de esos impuestos durante un trimestre y la rebaja del otro (el IVA) hasta fin de año cuando el precio de mercado de la electricidad supere la cota de 45€ megavatio. Un IVA flexible que puede variar de un día para otro, un día al 21% y otro al 10%. En resumen, más volatilidad, más provisionalidad y excepcionalidad. El modelo vale para los próximos meses, para volverá al vigente hoy a finales de año. Un viaje de ida y vuelta al mismo punto de partida; una chapuza para oscurecer la luz.