El PP ante la tentación de las primarias
La derecha francesa, los Republicanos, ha recurrido a primarias para elegir líder, han optado por el modelo más amplio: con registro de los simpatizantes que asumen un ideario y paguen 2€ por inscribirse en el censo. Los socialistas franceses también hicieron primarias el 2011 con casi tres millones de participantes que eligieron a Hollande (en dos vueltas para alcanzar mayoría) para encabezar el partido y concurrir a las presidenciales que ganó unos meses más tarde. Los laboristas británicos y los socialistas españoles también asumieron el procedimiento de primarias, aunque limitado al ámbito de la militancia registrada y al corriente de pago. Unas primarias de militantes de partido, que son primarias... pero de segundo nivel.
Las primarias son un quiebro, a los modelos de democracia representativa, que son los más frecuentes en los partidos y en los países desde hace décadas. No anulan el sistema representativo, sino que lo completan (y complican) con la intención de incorporar a los ciudadanos a las decisiones, para ganar credibilidad entre unos electores que la crisis ha hecho cada día más críticos con los partidos y sus aparatos.
Cuando las primarias se abren a los simpatizantes ganan en base de referencia y de representatividad lo cual ayuda al objetivo básico de una democracia más participativa y abierta. Especialmente cuando logran amplia movilización como parece que ha sido el caso francés con más de dos millones de participantes. Un número poco relevante frente a los datos de elecciones clásicas y decisivas, las que eligen diputados, presidente... pero bastante significativo. El procedimiento supone añadir condiciones y exigencias a los candidatos.
Cuando las primarias se abren a simpatizantes, el poder de los aparatos de los partidos decae, lo cual supone un aliciente del procedimiento, con ventajas e inconvenientes. Para países con partidos poderosos, que gozan de influencia y penetración en el Estado (caso español), las primarias suponen un engorro para las cúpulas de los partidos con poder efectivo, ya que limita su capacidad para repartir puestos y suponen ceder facultades a unas bases que son imprevisibles.
En el caso español las primarias son recomendables, ya que limitar el poder de los partidos es una condición necesaria para la regeneración de la democracia. En el PSOE ya saben de primarias, siempre en el ámbito del partido, que les han dado más disgustos que alegrías y que han creado más problemas que soluciones. En el PP las primarias suenan como algo heterodoxo, extraño, se trata de un partido vertical y jerarquizado, de arriba abajo, donde las elecciones internas suelen ir muy cocinadas. De hecho nunca eligieron al líder con procedimientos democráticos convencionales, siempre funcionó el dedazo.
Uno de los temas que se van a tratar, sin demasiada convicción, en el próximo Congreso del PP de febrero, tiene que ver con las primarias que pueden entrar, aunque sea a prueba, en algunos de sus escalones. La Constitución en su artículo 6, fija que los partidos: “en su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. Una declaración de principios muy elemental, aunque clara. Poco han avanzado los partidos durante los últimos treinta años en cuanto funcionamiento democrático, todo lo contrario.