Cameron y la aventura del 'Brexit'
David Cameron suma varios hechos relevantes en su carrera, por ejemplo que ha sido el primer ministro británico más joven de los dos últimos siglos, desde principios del XIX. También que ha sido el primer ministro que convocó dos polémicos referéndum durante la misma legislatura, el primero sobre la independencia escocesa, votada por los escoceses, y el segundo sobre la pertenencia a la Unión Europea. Este último tiene más que ver con el debate interno de los conservadores británicos, por el liderazgo del partido, que por cualquier otra razón.
Cameron ganó el referéndum escocés, entre otras razones, por el apoyo explícito de los laboristas y más en concreto de Gordon Brown, su antecesor al frente del gobierno. Una victoria táctica y a muy corto plazo, ya que el sentimiento independentista o separatista escocés no ha retrocedido tras el referéndum, la reclamación de otra consulta está tan viva en Escocia como antes. De manera que fue un referéndum fallido para los escoceses y para los británicos, los unos no consiguieron su objetivo y los otros saben que habrá otro referéndum, antes o después.
La cuestión europea es más complicada, lo que se dilucida es un sentimiento, una nostalgia, que viene de lejos, de la pérdida del imperio y de la relevancia británica en el mundo. El argumento de la soberanía y de una forma de “derecho a decidir” sin el dictado de Bruselas, es entre ingenuo y evanescente. El Reino Unido dispone de tanta soberanía como Francia o Alemania, soberanía limitada, pactada, en el nuevo mundo globalizado. El Reino Unido perdió el imperio tras la Gran guerra de los sonámbulos (1914-18) que dejó la libra tambaleando y sin capacidad para sostener su poder mundial, sin dinero no hay flota, y sin flota no hay imperio. La Paz de Versalles no devolvió poder a la Inglaterra vencedora, las finanzas estaban exhaustas y solo el crédito norteamericano (la vieja colonia emancipada a finales del XVIII) permitió mantener la apariencia a una libra esterlina cada vez más debilitada. La II Guerra Mundial remató la decadencia y confirmó la pérdida de los privilegios comerciales del Imperio. Los Estados Unidos no estaban por la labor de una Inglaterra con privilegios, de manera que impuso más libre comercio v predominio del dólar como moneda de referencia.
Sin mercados protegidos los británicos miraron a Europa como oportunidad para suplir la pérdida del imperio, lo cual requería acuerdos con los viejos aliados y enemigos, con franceses y alemanes y el resto de europeos que salieron de la Guerra con la convicción de que solo tejiendo lazos comerciales, culturales, políticos y emocionales, y compartiendo soberanía podían ganar el futuro y ser alguien en el mundo. Así lo entendió la señora Thatcher, soberanista, nacionalista…como el que más, pero también pragmática y realista. Por eso negoció duro con los europeos para ser socia del club a su manera, con su cheque, y sus salvedades; pero socio para comerciar sin limitaciones, para que la libertad de mover mercancías, capital y servicios (incluso personas bien identificadas) no tuviera límite.
Cameron no es tan pragmático como Thatcher, es político de partido (desde antes de acabar sus estudios en Oxford ejerce de dirigente conservador) y sabe que el soberanismo más tradicional perturba a los conservadores. Por eso aceptó el reto del referéndum del Brexit al que se han abrazado dirigentes como Boris Johnson, primo de Cameron, tan elitista y pijo como él, incluso más frívolo, que espera liderar el partido con soberanismo trasnochado y fuera del tiempo. Cameron y Johnson son de semejante pasta y origen, listos y soberbios, aventureros.
Las apuestas están a favor de Cameron, el próximo día 23 va a ganar la tesis de permanecer en la unión; pero eso no significa que los nostálgicos del imperio sigan pensando que el pasado puede volver. Como en el caso escocés, puede ganar el “no irse”, seguir, pero solo por un tiempo, ni siquiera una generación.