Una campaña difícilmente soportable
Todos han entregado la cuchara, no habrá gobierno de XI legislatura, vamos a nuevas elecciones tras la legislatura más corta y estéril de la democracia, seis meses que no han aportado nada y que han roto una de las referencias de valor del sistema político español: su estabilidad y previsibilidad. Lo que rompió la XI legislatura fueron ambos valores, en realidad se rompieron antes, por la impericia de los dos últimos gobierno (Zapatero y Rajoy) que debilitaron la credibilidad del sistema y la confianza de los ciudadanos. Desde luego que la crisis económica, la Gran Recesión de la que no tienen la culpa solo los gobiernos nacionales, está en la raíz del quebranto de la confianza, pero es innegable que os gobiernos han ayudado con una gestión entre mala y pésima.
Del fracaso los electorales dieron buena cuenta en las elecciones europeas de mayo de 2014 (hace dos años) pero los grandes partidos clásicos no tomaron nota; Rubalcaba si lo hizo y abrió un proceso de sucesión en el PSOE que no se consolida; buena prueba de ello es la gestión de los votos cosechados el pasado 20 de diciembre, el peor resultado de la historia socialista que no fue reconocido por su actual dirección. Desde entonces no han dado una en el clavo; han querido resolver los problemas internos de un liderazgo débil con una opción imposible de pacto para ganar el gobierno y ahora su margen de maniobra es estrechísimo. Les fueron mal las elecciones de diciembre y no les van a ir mejor las de junio a la vista de las encuestas, de todas las encuestas.
Al PP le sucede algo parecido, optaron por no cambiar nada o casi nada, por resistir con su bloque granítico de casi el 30% de los votos que le otorga el primer puesto pero sin fuerza para gobernar. Rajoy se ha enrocado en la resistencia, espera ganar por el agotamiento de los demás, pero ni siquiera convence a los suyos que perciben un liderazgo inane y secante de cualquier alternativa.
De manera que los españoles afrontan unas nuevas elecciones con un oferta calcada de la anterior, los mismos perros con los mismos collares (y no se interprete la figura como despectiva, es retórica. Los fracasos del 20 de diciembre (que fueron varios) no han sido asumidos por ninguno de sus protagonistas, lo cual lleva a pensar que los electores tendrán que ponderar si vuelven a votar y si lo hacen con la misma papeleta. Las intervenciones el martes de los cuatro candidatos con pretensiones fueron las previsibles, calcadas de otras anteriores. No ofrecen nada nuevo, no han aprendido nada, siguen con la misma pedalada, como que todo lo ocurrido estos últimos seis meses no fuera con ellos.
Una nueva campaña puede ser insoportable; repetir los mismos formatos puede alejar al votante de las urnas. Las posibilidades de cambio son pocas, de manera que será la nueva aritmética electoral, condicionada por la abstención, la que determine si hay una suma suficiente para gobernar; puede pasar cualquier cosa.