Campaña electoral: deslizándose al barrillo
Todos los líderes políticos, sometidos a sus directores de campaña que manejan las agendas, van deslizándose al barrillo del espectáculo y la apariencia y huyendo del periodismo inquisitivo y profesional. Los jefes de campaña copian los procedimientos norteamericanos para quedarse con la mitad, y no precisamente lo mejor. Dos prácticas novedosas de esta campaña, importadas del otro lado del Atlántico, son la invasión de los programas de entrenamiento de la televisión y la guerra sucia (romper la tibia del adversario) con dosieres más o menos fundados o averiados, sembrados en los medios, fundamentales los digitales con más tragaderas, para que luego salten a las televisiones y den juego durante unos días parta quedar en nada.
El recorrido por las televisiones de Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias... empieza a rozar lo pornográfico, pretenden desvelar su personalidad a base de banalidades perfectamente ensayadas. La ausencia de destreza de Sánchez en la cocina o las collejas de Rajoy a su hijo en una retrasmisión deportiva artificiosa, pretenden presentar humanidad, normalidad, aunque pueden producir el efecto contrario por artificioso.
No hay duda que personajes públicos paseando por los platós gana audiencia e incluso tiene interés, son programas bien realizados, con presupuesto y populares. Nada que objetar, pero una campaña política no puede quedar en eso, no puede polarizarse sobre lo que debería ser anécdota, miscelánea. Desde el PP argumentan que el presidente Rajoy está muy ocupado para participar en debates con sustancia, pero si lo tiene para pasar cuatro horas en un estudio de radio para comentar un partido de fútbol. Es ridículo y es tramposo.
Llevamos muchos días de campaña pero hemos escuchado muy poco de políticas educativas, sanitarias, fiscales, de empleo... que son los problemas que agobian a los españoles. Los programas electorales son papel mojado, solo sirven de munición al adversario para tratar de meter en problemas a los candidatos, que, por otro lado, están entrenados para evitar el fuego.
Los candidatos norteamericanos pasean por los platós, bailan, hacen chistes y tocan el clarinete o lo que se tercie, pero dedican mucho más tiempo a debates serios, intensos, sin trampas. Que el presidente del gobierno solo vaya a participar en un debate es sorprendente, ¿tanto miedo tienen sus jefes de campaña y esos asesores que no se juegan nada en el envite?
Otro de los problemas emergentes es el juego sucio que empieza con esos equipos de descrédito que cada partido monta para debilitar a los adversarios. No es nuevo, incluso puede ser legítimo... pero con límites, con líneas rojas. Las insidias no deberían quedar impunes. Son prácticas manipuladoras que necesitan un material incriminatorio verosímil, que un medio, más o menos irrelevante, lo compre y lo blanquee para que otros se sumen con la excusa de que ya está publicado. Si es secreto profesional sirve para amparar la infamia… mal vamos. Muchas veces es más noticia la intención infamante, quien la elabora y circula, que la propia acusación averiada, las más de las veces.
La estrategia de romper la tibia atenta contra la decencia y la democracia, contra el estado de derecho y las libertades individuales. Las más de las veces son acusaciones para unos pocos días, para desarticular y desmoralizar al candidato y al partido. El buen periodismo debería reclamar debates serios y perseguir el juego sucio por su propio interés, para no perder credibilidad, para cumplir con su función con lealtad a los ciudadanos.