Los políticos tienen pavor a la palabra “guerra”
Hollande y Valls hablan abiertamente de “guerra”, la de Francia contra el terrorismo, contra ese Estado Islámico (ISIS o Daesh o ISIL o EI, tanto da) que pretende reconstruir un califato sobre el territorio de lo que hoy se llama Irak, Siria y algo más, sometido al Islam más ultra, con vocación expansionista y uso indiscriminado de atentados terroristas en cualquier lugar del mundo. De hecho el listado de atentados terroristas con la negra bandera del Estado Islámico (EI) es largo y afecta a países árabes, cristianos y laicos, en Europa, Asia, África o América.
El Estado Islámico es una estructura reciente, de este siglo, nacido en el fallido Irak y extendido luego a los demás países en crisis de la zona, desde Siria a Libia. El EI ha desbordado la marca de Al Queda cuyas pretensiones son menos ambiciosas.
El Gobierno francés (socialista) que pasa por horas bajas en cuanto a expectativas electorales, amenazado por dos fuerzas a la derecha, la de Sarkozy, y sobre todo la del Frente Nacional de la señora Le Pen, respondió al golpe terrorista con patriotismo sin fisura, con la mayor firmeza, determinado incluso a modificar la Constitución para ampliar los poderes del gobierno, de la policía, para prevenir atentados y perseguir a los terroristas. Una estrategia que pasa por asumir la palabra “guerra” y, además por reclamar a los aliados (OTAN, Unión Europea, Naciones Unidas) la eficacia de los Tratados en materia de mutua defensa, una petición que no ha concretado por ahora en esas instancias, pero que en breve llenará la agenda política internacional.
De momento ha sido la Rusia de Putin (víctima del terrorismo del EI tras el atentado contra un avión ruso en el Sinaí) la primera nación que se ha unido a la petición de apoyo bélico de los franceses. El viejo eje histórico Francia-Rusia recupera cierta vigencia, aunque las alianzas post Westfalia (1648) tienen poco sentido el siglo XX.
En España el atentado de París ha golpeado a la ciudadanía por razones obvias y, sobre todo, a los partidos políticos embarcados en una campaña electoral preñada de incertidumbres. El recuerdo del atentado de Atocha en marzo de 2004, vísperas de otras elecciones críticas, está en la mente de todos los estrategas de los partidos y de sus líderes, que son los que pasan las consignas. La guerra de Irak, que forma parte de la red de causas de lo que ocurre, está en la historia de España como disparadero de movilizaciones sociales históricas que sentaron las bases para el fracaso electoral del PP, encabezado por Rajoy (“fue tu guerra la que nos hizo perder”, dicen que espetó Rajoy a Aznar la noche de autos).
Rajoy está decidido a llegar al 20 diciembre sin que de sus labios salga cualquier palabra que suene a guerra o represalia, como en su día se negó a pronunciar la palabra Bárcenas (hasta que no tuvo más remedio). También Zapatero apartó de su mente la palabra crisis, como si de esa forma pudiera evitarla.
Y los demás partidos siguen la misma táctica; el PSOE apenas dice algo que se entienda, se enroca en los mandados de Naciones Unidas. Albert Rivera ha sido menos ambiguo, y por eso se ha convertido en blanco de crítica de los demás, especialmente de Podemos que coloca el rótulo de belicistas irresponsables a sus adversarios de Ciudadanos, al tiempo que se refieren a la prudencia de Rajoy.
Guerra es una palabra prohibida para los políticos españoles, que entienden que la sociedad española se espanta ante cualquier cosa que huela a guerra o equivalente; el discurso dominante circula por el apaciguamiento, porque sean otros países los que resuelvan el problema, argumentan que es cuestión de controlar los mercados grises de armas, los circuitos financieros del terror (el secreto bancario), que lo que hay que hacer es que trabaje la inteligencia y la policía... pero nada de guerras o semejantes.
Demasiadas palabras y mucha palabrería; el entremezclado de problemas en Oriente Medio ni es reciente, ni tiene solución sencilla, ni ésta está al alcance de la mano o de una generación. La simplicidad con la que algunos pintan el cuadro es, cuando menos, asombrosa; puestos a simplificar todo queda en negro/blanco.