Y mientras tanto… ¿qué?
Entre las frases oportunas de este fin de semana me quedo con una de Urkullu con la que titulo esta nota. Artur Mas dice lo que dice y no más, ni menos; por ejemplo no pronuncia la palabra independencia, pero sólo habla de independencia, tanto que empieza a inquietar a sus adversarios políticos, independentistas de toda la vida, a los que achica los espacios. Tanto que estos empiezan a no fiarse, temen que este independentistas sobrevenido les de gato por liebre y en vez de conducirles a la tierra prometida donde los bienes surgen de la tierra sin esfuerzo, les vuelva a conducir a otro pacto parcial de “conllevanza”.
Urkullu dice que la independencia a largo plazo no resuelve los problemas de hoy, que son los que aprietan a los ciudadanos y les llevan a protestar en la calle. Mas ha prometido un referéndum, SI o SI, en el horizonte de cuatro años, envuelve en un discurso almibarado sobre lo bien que nos llevamos todos, o al menos de su parte, los no dialogantes son los demás, que le dan con la puerta en las narices cuando les ofrece ramitas de olivo.
Y mientras tanto ¿qué? Si sólo el soberanismo resuelve los problemas de los catalanes aguardar tantos años para empezar la aventura suena un tanto raro. Apagado el fuego emocional, cuando empieza a discurrir la razón, el proceso se complica y las unanimidades pueden empezar a desvanecerse.
Artur Mas y demás compañeros de viaje quiere una mayoría absoluta para organizar un referéndum en el plazo de cuatro años, con el argumento central del derecho a decidir, democracia directa. Puede servir para un argumentario emocional, peor suena raro en la compleja política del siglo XXI. Las comparaciones con Escocia, Flandes, Quebec… no ayudan a la causa, más allá del discurso de café. Y las comparaciones con Mónaco (para utilizar el euro) o con Dinamarca (para justificar un estado) suenan a improvisación poco meditada.
Al otro lado, en el resto de España se percibe sorpresa ante el salto cualitativo de Convergencia y los primeros argumentos de respuesta son bastante elementales, muy poco elaborados. La pasión independentista en Cataluña es evidente, intensa, y con una penetración social que va mucho más allá de lo estimado. Eso explica el arriesgado activismo del Rey, que sorprende incluso a los juarcarlistas, pero que hay que interpretar con la clave de que el Rey es una persona bien informada y con olfato para percibir el peligro ¿Alguien cree que le ha gustado escribir esa nota en la web o utilizar un acto público para apelar al presidente del Gobierno a que se tome en serio el problema?
La actitud del Rey indica preocupación, que le lleva a llenar vacíos que quizá no le corresponden, pero que alguien debe ocuparlos. Los socialistas están ausentes en su laberinto, sólo Felipe González, en esporádicas intervenciones, sostiene una posición elaborada. Y el Gobierno va a contrapié, sin estrategia, sin explicaciones, sin criterio. Que sea un outsider como Wert el que marca la agenda política indica el grado de desconcierto e indolencia del entorno de Rajoy.
Urkullu propone una buena reflexión a los catalanes: Y mientras llega el paraíso qué os prometen ¿qué?
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