En este mes de marzo se cumplen los diez primeros años de pontificado de Francisco, el primer Papa perteneciente a la Compañía de Jesús. Un pontífice que, además de pertenecer al clero regular y no al secular (como había sido tradición en el último siglo y medio de vida de la Iglesia Católica), tenía la particularidad no sólo de no ser italiano, sino tampoco europeo (porque, en cambio, los dos anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, habían nacido ambos en el “Viejo Continente”). En efecto, Jorge Mario Bergoglio, que era su nombre hasta que decidió tomar el de “Francisco”, nació en Buenos Aires (Argentina) en diciembre de 1936, lo que le convertía en el primer pontífice procedente de mundos extraeuropeos en muchos siglos de vida de la Iglesia.
Su elección fue una sorpresa a medias. No fue tan inesperada como se pensaba porque, aunque las votaciones de los cónclaves son secretas, en las semanas posteriores a la elección de Benedicto XVI (abril de 2005) ya se fue sabiendo que el candidato con más votos tras el Cardenal Ratzinger había sido precisamente el purpurado argentino. Además, en el tiempo en que Benedicto XVI ejerció como “sucesor de San Pedro” (2005-13), Bergoglio había aprovechado para relanzar su candidatura: no sólo llevaba dos décadas en la principal archidiócesis de su país (comenzó en mayo de 1992 como Obispo auxiliar hasta que en febrero de 1998 se convirtió en titular de la diócesis, siendo elevado al cardenalato en el consistorio de 2001), sino que resultó clave el liderazgo ejercido en la CELAM de Aparecida (Brasil, 2007) dentro del conjunto del episcopado latinoamericano. Por otra parte, en aquel cónclave celebrado en marzo de 2013 no eran pocos los cardenales que venían de América Latina: Brasil, Cuba, Chile, Ecuador, Honduras, México, Perú, República Dominicana y Venezuela estaban entre las naciones latinoamericanas con purpurados en el cónclave, sin olvidar los que ejercían en la Curia (por ejemplo, el brasileño Braz de Aviz, Prefecto de los Institutos de Vida Consagrada).
En su contra obraba el hecho de que la Iglesia argentina, devastada por la secularización, no era precisamente una Iglesia nacional a tener particularmente en cuenta: más lógico hubiera sido elegir un cardenal mexicano o un brasileño, pero, Bergoglio, eso sí, no contaba con rivales dentro de su país, con lo que los purpurados se ahorraban una pugna interna y además apostaban por un Cardenal-Arzobispo de Buenos Aires que por dos mandatos consecutivos había presidido el máximo órgano del episcopado de su país.
Desde un punto de vista personal, hasta tres elementos obraban en contra de la elección de Bergoglio: su avanzada edad (se pasaba de elegir un Papa, Benedicto XVI, de 78 años, a otros, Francisco, de 76 años y medio de vida); se sabía que le faltaba una parte de uno de sus dos pulmones; y, además, era hombre de escasa preparación teológica. Y es que Bergoglio, a diferencia de jesuitas de su generación que habían estudiado en Roma o Tubinga (aunque ahora el lugar preferido es la también ciudad alemana de Frankfurt am Main), tenía la formación teológica estrictamente necesaria. Frente a un Ratzinger que había sido uno de los teólogos más importantes de la renovación posconciliar, Bergoglio no tenía un solo libro escrito y, por otra parte, cualquier comparación con el conocido como “Papa bueno” (Juan XXIII, 1958-63, quien en la práctica ha sido su modelo a seguir), quedaba fuera de lugar, ya que el Papa Roncalli había tenido una destacadísima carrera como Nuncio Apostólico coronada con el arzobispado de Venecia, donde ejercía como titular en el momento de su elección pontificia.
Ese es quizás el punto donde más se ha percibido la debilidad del Papa Bergoglio: su completo desconocimiento de la Curia romana, en la que no había ostentado el más mínimo puesto. Eso sí, acertaría de lleno al elegir a su “número dos”, inclinándose por el hasta entonces Nuncio en Caracas (Venezuela), Pietro Parolin, un hombre forjado en la dura y exigente Secretaría de Estado y que ha sido capaz de poner orden en una cúpula vaticana que literalmente “ardía en una pira” desde que el mayordomo de Benedicto XVI (Paolo Gabrielle) le diera documentos de la máxima confidencialidad a dos amigos suyos periodistas.

Benedicto XVI y el Papa Francisco. EFE
Lo que sí supo jugar desde el primer momento el Papa Francisco (que quiso ser llamado así en recuerdo del fundador de los franciscanos, una de las órdenes mendicantes de la Edad Media junto con la los dominicos) fue con la baza de la simpatía y cercanía inherente a todo argentino. Sabía que en eso superaba claramente al Papa Ratzinger, mucho más reservado e introvertido. Lo que le concedió rápidamente una extraordinaria corriente de simpatía dentro del catolicismo, que no recordaban un pontífice tan cercano desde seguramente el Papa Roncalli.
Diez años de luces y sombras
A partir de ahí, en estos diez años (formalmente, tomó posesión como Papa el 19 de marzo de 2013), ha habido tantas luces como sombras. La principal luz ha sido, con diferencia, la llamada “lotta contra el carrierismo”: en otras palabras, acabar con la realidad de que había sacerdotes más preocupados por hacer carrera dentro de la Iglesia que por ejercer su ministerio pastoral. La consecuencia de todo ello ha sido, en lo que ha supuesto una auténtica revolución dentro del colegio cardenalicio, que la mayor parte de purpurados han salido de África y Asia, y hasta de una atónita Oceanía que hasta ese momento prácticamente no existía para Roma. Aquí sí que hay similitud con Juan XXIII: Francisco ha convocado cada año de su pontificado un consistorio para nombrar cardenales, con la excepción del año 2013 y 2021, mientras Juan XXIII celebró uno por cada año en que ejerció como sucesor de San Pedro.
Esos nombramientos cardenalicios tienen en su mayoría razón de ser, pero es igualmente cierto que en algunos casos rayan en la excentricidad. Y es que ya en el primer consistorio (febrero de 2014), dejó clara sus intenciones. Concedió la púrpura cardenalicia a hombres muy previsibles, como su nuevo Secretario de Estado (el citado Pietro Parolin) o su sucesor en Buenos Aires (Mario Aurelio Poli) y tuvo mucho sentido convertir en cardenal al costamarfileño Jean-Pierre Kutwa, cuya archidiócesis (Abidjan) ha pasado de tener un 18% de católicos en 1980 a más del 66% en el momento presente. Pero no es menos cierto que en esos consistorios aparecen infinidades de diócesis o archidiócesis con un número muy bajo de católicos frente al conjunto de la población total: es el caso de Bamako (Mali, 5.1% de católicos sobre el conjunto de la población), Hanoi (Vietnam, 3.7%), Yakarta (Indonesia, 2.6%), Yangon (Myanmar, 0.5%), Dhaka (Bangladesh, 0.3%), Osaka (Japón, 0.3%) o Rabat (Marruecos, 0.1%). Y es que una cuestión es atender a los mundos extraeuropeos, fecundos en vocaciones y con creciente práctica de la fe católica, y otra colocar cardenales en lugares donde el catolicismo, a la luz de las cifras que acabamos de ver, brilla por su ausencia.
En el caso español, los perjudicados por este cambio de tendencia han sido Toledo y Sevilla, sedes que aseguraban el cardenalato pero que ya han visto a varios titulares de sus diócesis jubilarse sin recibir la púrpura cardenalicia. En cambio, la archidiócesis de Valladolid, que llevaba nada más y nada menos que un siglo sin tener una cardenal al frente de su sede episcopal, lo ha logrado por medio de la persona de Ricardo Blázquez, tres veces elegido presidente de la Conferencia Episcopal entre 2005 y 2020.
Lo cierto es que los 123 cardenales que en este momento tienen derecho a votar en un eventual cónclave (porque aun no han cumplido los ochenta años de edad) prácticamente aseguran que el siguiente pontífice siga siendo un no europeo. Destaca Brasil, con cuatro cardenales ejerciendo en territorio “canarinho”, y México con tres, pero, a partir de ahí, la lista de países que nunca habían tenido cardenal y ahora sí lo tienen, resulta sencillamente interminable: Bangladesh, Madagascar, Mali, Papua Nueva Guinea, Pakistán, Tanzania, Timor-Leste, etc.
Otro hecho llamativo en su pontificado ha sido el hecho de que, por primera vez en no sabemos cuántos siglos, no ha visitado su país natal, a diferencia de un Juan Pablo II que ya estuvo en Polonia en 1979 (al año de su elección) y de un Benedicto XVI que visitó Alemania en 2005 con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud y que volvería a hacerlo años después. Conocidas sus desavenencias con los últimos presidentes argentinos (Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri o Alberto Fernández), no da la impresión de que Francisco vaya a visitar como Papa su tierra natal.

Fotograma del documental "In viaggio, viajando con el Papa Francisco", dirigido por el cineasta italiano Gianfranco Rosi. EFE
Por otra parte, Francisco ha resultado más conservador de lo que se piensa. En febrero de 2020 cerró la puerta a ordenar sacerdotes casados y, más recientemente, en noviembre de 2022, descartó por completo que las mujeres pudieran ordenarse sacerdotisas, limitándose a decir: “hay que dar más lugar a la mujer en la Iglesia”. También mucho se ha hablado de la necesaria reforma de la Curia, pero lo cierto es que todas las sagradas congregaciones (Obispos, Clero, Doctrina de la Fe, etc.) que ya existían con Benedicto XVI siguen funcionando a pleno pulmón. Creo un Consejo de Cardenales (recientemente renovado y donde ha sido incluido el Cardenal-Arzobispo de Barcelona, Omella), pero de ahí no pasó, al tiempo que debe destacarse el necesario saneamiento de las finanzas vaticanas, tema por otra parte recurrente.
Finalmente, fruto de sus primeros diez años de pontificado han sido tres encíclicas: Lumen Fidei (junio de 2013), Laudato si (mayo de 2015) y Fratelli tutti (octubre de 2020). Encíclicas con un marcado perfil social y donde los elementos más resaltables son la denuncia de las desigualdades que genera el capitalismo, así como su preocupación por el cada vez más deteriorado medio ambiente (calentamiento global). Continuó la labor de Benedicto XVI de denunciar los temas de pederastia, una lacra que no cesa a la luz de investigaciones recientes.
Para finalizar, la pregunta que queda en el aire es la siguiente: ¿seguirá Francisco el ejemplo de Benedicto XVI de renunciar a la condición de pontífice antes de fallecer por unos problemas de salud que parece evidente ya tiene en este momento? Solo él lo sabe, pero de momento no hay noticias de ello. Claro que nadie lo esperaba cuando Benedicto XVI lo hizo en febrero de 2013, así que la historia puede repetirse. El tiempo dictará sentencia.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Camilo José Cela (UCJC)