En su último mensaje navideño como presidente de la República italiana, en diciembre de 2014, Giorgio Napolitano anunció su dimisión. "La edad [89 años entonces] y las crecientes limitaciones y dificultades en el ejercicio de los deberes constitucionales" justificaban su marcha tras casi nueve años como jefe de Estado en Italia. Pero en realidad nunca se fue. Lo ha hecho este viernes. Los mismos problemas de salud que arrastraba desde hacía tiempo han causado su muerte a los 98 años de edad.
Napolitano deja tras de sí casi un siglo de vida ligada a la historia italiana. Casi toda dedicada a la política con varios récords. Ha sido el único presidente de la República italiana que fue antes miembro del Partido Comunista y el primer presidente de la República reelegido para un segundo mandato (lo fue desde 2006 a 2015).
Más: ha sido el primer líder comunista que obtuvo el visado para visitar EEUU (se lo concedió Jimmy Carter en 1978). Y ha sido el primer republicano coronado rey. "Rey Giorgio", lo bautizó The New York Times en 2011 y así ha quedado para siempre.
Sucedió que aquel año, quedó también para los anales la dimisión de otro destacado político italiano, Silvio Berlusconi. Aunque, como ha revelado recientemente Nicolás Sarkozy, Francia y Alemania forzaron la marcha del entonces primer ministro, también se atribuye gran parte del mérito a Napolitano.
Ése fue el motivo del ascenso al trono del undécimo presidente de la historia republicana, festejado entonces por muchos italianos (no todos) y muchas naciones extranjeras. "Ha coronado su brillante carrera política orquestando una de las transiciones políticas más complejas de la historia italiana desde la postguerra", sentenció The New York Times.
Tomó las riendas con el país al borde de la bancarrota. Él se ocupó de organizar la transición sin traumas: el viejo comunista llamó a Mario Monti, un hombre de misa diaria, y para cuando il Cavaliere dio el portazo, ya tenía todo listo para dar la bienvenida a un Gobierno técnico. L'Espresso lo condecoró como "El hombre del año". Lo definió como "El gran timonel".
Años después, algunos analistas políticos lo han acusado de haber permitido la injerencia de Gobierno extranjeros en la política interna italiana. Otros han visto en aquel gesto que doblegó la voluntad de Berlusconi la fortaleza de Napolitano en la defensa de los ideales democráticos, los intereses y las instituciones del país.
Cuando las condenas de los tribunales alejaron a Berlusconi de la primera línea política, el presidente de la República resistió también a la presión para concederle el indulto.
Tres primeros ministros sin elecciones
Le tocó lidiar con uno de los periodos más dramáticos de la historia reciente italiana, determinado por la crisis económica. Napolitano llegó a nombrar tres primeros ministros sin pasar por las urnas (Mario Monti, Enrico Letta y Matteo Renzi). No ha sido el primero ni el último (también su sucesor Sergio Mattarela nombró directamente a Mario Draghi para evitar un cataclismo), pero la misma Giorgia Meloni, la actual primera ministra, basó gran parte de su campaña electoral en la crítica a esta práctica.
Sólo un dato para poder valorar lo que significa mantenerse como presidente de la República durante casi nueve años en las aguas siempre turbulentas de la política italiana: entre 2006 y 2015 pasaron por su despacho cinco primeros ministros diferentes. Cinco: Silvio Berlusconi, Romano Prodi, Mario Monti, Enrico Letta y Matteo Renzi.
Desde lo más alto del poder, Napolitano se salvó del terremoto conservando el prestigio internacional y el apoyo popular hasta su último día en el palacio del Quirinale. Sin llegar, cierto, a la popularidad de predecesores como Sandro Pertini o Carlo Azeglio Ciampi, su recuerdo se acompaña con numerosos elogios públicos.
No sólo los que se acumulan tras su muerte. También los que le brindaron en vida algunos líderes internacionales. Como el expresidente de Estados Unidos Barack Obama: "Napolitano tiene una reputación maravillosa y merece la admiración de todo el pueblo italiano, no sólo por su carrera política sino también por su integridad y gentileza. Es un verdadero líder moral y representa de la mejor manera a vuestro país", proclamó Obama en una visita oficial en 2009.
Aquello fue como un puñetazo a Berlusconi, a quien ya se cuestionaban las virtudes que el presidente estadounidense atribuyó a Napolitano,. Y encima éste último era un viejo comunista, uno de los demonios que siempre agitaba il Cavaliere.
También el presidente francés, François Hollande le declaró su lealtad en su mensaje de despedida tras su dimisión como presidente de la República: "Francia está orgullosa de tener un amigo como tú".
"Un servidor de la patria", lo definía este miércoles Papa Francisco, cuando justo al final de su audiencia pedía a los fieles "un pensamiento para Napolitano, que se encuentra en estado grave. Que encuentre consuelo".
"La derecha" del comunismo
Pero esa fue sólo la última etapa de una larga carrera política que comenzó muy joven. En sus más de 70 años de responsabilidades ha hecho de todo: diputado, eurodiputado, presidente del Parlamento italiano, ministro del Interior, líder del Partido Comunista Italiano (PCI), líder del Partido Democrático de la Izquierda...
Giorgio Napolitano era muy napolitano. No es un juego de palabras: nació en Nápoles en 1925. Allí se licenció en Derecho, se doctoró y comenzó su militancia en los Consejos estudiantiles de su Facultad. En 1942 era ya parte de un grupo de jóvenes antifascistas que durante la II Guerra Mundial tomó parte en algunas acciones contra los nazis y en 1945, con sólo 20 años, se afilió al Partido Comunista Italiano. Primero fue militante y después su dirigente.
Desde sus filas propició lo que se conoció como la transición a la socialdemocracia europea. Le consideraban el exponente de "la derecha" del comunismo. Lo dejó en 1991, cuando se pasó al el Partido Democrático de la Izquierda. Poco después, llegó a la secretaría del Centro Económico Italiano para el Meridione (como llaman en Italia al sur del país) y durante más de una década ligó su trabajo a las políticas en favor de ese sur que lo vio nacer y que reclama aún hoy igualdad de trato con el norte.
Fue elegido diputado por primera vez en 1953. Y como tal permaneció, con una breve interrupción, hasta 1996. Siempre en representación de la circunscripción de Nápoles. Entre 1981 y 1986, como presidente del grupo de diputados comunistas, cuando también comenzó a especializarse en los problemas de la política internacional y europea.
Fue jefe de la diplomacia italiana en el Gobierno en la sombra del PCI hasta que en 1989 fue elegido miembro del Parlamento europeo. Llegó después la presidencia del Parlamento italiano. Corría el año 1992 y le tocó lidiar con otra etapa política marcada por los escándalos de corrupción.
Tangentopolis, fue bautizada aquella época de sobornos a políticos que terminó con la huida del entonces primer ministro, Bettino Craxi. Napolitano bloqueó la entrada de la policía fiscal en la Cámara en una decisión histórica que después le aplaudieron partidos y periódicos.
Sentido de Estado
Tras su experiencia como ministro del Interior en el Gobierno de Romano Prodi (1996-1998), regresó a Europa hasta que dos años después de volver a Italia, en 2006, el Parlamento votó su designación como el undécimo presidente de la República italiana.
La hemeroteca lo retrata como un hombre de Estado que siempre hizo lo que tenía que hacer. Desde su lucha contra el fascismo a la construcción de una república parlamentaria. Dio prueba de su compromiso institucional y su sentido de la responsabilidad política cuando en la época más dura de lucha contra el terrorismo, apoyó desde el PCI el Gobierno con la Democracia Cristiana (aquel acuerdo que terminó con el secuestro de Aldo Moro).
Nada que ver con lo que presenció años después desde el Palazzo del Quirinal. La gresca permanente de los partidos políticos y la debilidad de los Gobiernos italianos le causaban más disgustos que sus problemas de salud. El final de su experiencia como presidente de la República no fue fácil. Se convirtió en blanco de los ataques de Berlusconi y del líder del recién nacido Movimiento Cinco Estrellas, Beppe Grillo.
En enero de 2015, unos días antes de hacer efectiva su dimisión Giorgio Napolitano encontró a un grupo de estudiantes. "Ahora, me voy a casa", les dijo. Fue lo que hizo. Regresó al que ha sido su barrio de siempre desde que se mudó a Roma con su mujer Clio Napolitano. Los vecinos del Rione Monti, con el carnicero Piero Stecchiotti a la cabeza, le prepararon una fiesta de bienvenida.
Allí se ha quedó el amable y anciano Giorgio Napolitano, presidente emérito de la República y senador vitalicio. Siempre elegante, con gorro y bufanda. Con más de 90 años, no dejó de acudir al Senado "a hacer lo imprescindible".
No sólo. No ha dejado de seguir la política italiana, de participar en las votaciones en el Senado y cuando la vista comenzó a fallarle se instaló en el despacho un aparato para aumentar el tamaño de las letras y seguir leyendo todo lo que caía en sus manos.
En 2018 le operaron una aorta. En mayo de 2022 sufrió una intervención quirúrgica por una dolencia en el abdomen. Los últimos cuatro meses de su vida los ha transcurrido en la cama de una clínica romana, donde, tras retirarle la respiración asistida, "se ha ido apagando poco a poco", han dicho sus allegados, "como una vela".