ELECCIONES GENERALES EN ITALIA

Giorgia Meloni, de pegar carteles neofascistas al Gobierno de Italia en 30 años

La futura Primera Ministra italiana es una mujer con una vida ligada a una temprana militancia en el neofascismo y repleta de vivencias personales que explican su carrera política y el miedo de muchos a su victoria

Giorgia Meloni, de pegar carteles neofascistas al Gobierno de Italia en 30 años

DPA/EUROPA PRESSLa líder del partido Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, en un acto electoral en Nápoles el pasado viernes

Esta misma semana, Giorgia Meloni escribía un tuit: “Gandhi decía: ‘al principio te ignoran, luego se ríen de ti, después te combaten. Después ganas’. El 25 de septiembre está cerca”. No hace falta mucho más para leer entre líneas la satisfacción de quien con toda probabilidad estaría al frente del próximo Consejo de Ministros de Italia. La meta. El final de un largo camino que inició hace 30 años en brazos del entonces heredero de Mussolini, el Movimiento Social Italiano.

Era una adolescente. Poco más de 15 años cuando el asesinato del juez Paolo Borsellino la agitó de tal modo que decidió “que había que hacer algo” y ese algo lo encontró “en quienes consideraba una alternativa a los que estaba ocurriendo en Italia y un modelo: el Frente de Juventud y el Movimiento Social Italiano”. Organizaciones neofascistas que crecían en una época oscura, los denominados “años de plomo” en Italia.

Lo cuenta ella misma en su autobiografía “Soy Giorgia”. Recuerda perfectamente aquel día de julio de 1992. Buscó el número de teléfono en la guía, llamó, pidió la dirección y se presentó allí. Se encontró con un chico alto y delgado que hablaba, Marco Marsilio, hoy presidente de la región Abruzzo por Fratelli d’Italia. Y con un tal ‘Peo’ que formalizó su inscripción poniendo su dirección y el número de teléfono en un pedazo de un panfleto que ambos conservan. Él era Andrea de Priamo, hoy jefe de grupo de Fratelli d’Italia en el Ayuntamiento de Roma.

“Era una segunda familia”, recuerda Meloni, “todos se ocupaban de todos y no se cerraba la puerta a nadie. Muchos venían de situaciones familiares particulares, difíciles. Buscaban una referencia política, sentir que pertenecían a cualquier cosa”. También ella, abandonada por su padre cuando apenas levantaba dos palmos del suelo.

La importancia de aquel periodo que fueron los primeros años de su vida es evidente al recorrer las páginas de su historia. Empezando por su nacimiento el 15 de enero de 1977 en Roma. “La verdad es que yo no debería haber nacido”, relata. Su madre, Anna, había decidido abortar. Tenía ya una hija de un año y medio, Arianna, y una pareja con la que no se llevaba bien. “Le decían que no tenía sentido tener otra niña en esas condiciones”.

Lo preparó todo pero después de hacerse los análisis, justo antes de atravesar la puerta de la clínica, cambió de opinión. Se fue al bar, pidió un café y pocos meses después, dio a luz a Giorgia Meloni. Hoy ella asegura que si llega al escalón más alto del poder, no cambiará aquella ley del aborto, la conocida como 194, aún en vigor, pero “si haré cambios para dar una alternativa a quienes se planteen abortar, les ofreceré ayuda para que no lo hagan por motivos económicos”.

Su padre ni siquiera fue a buscarlas a la salida del hospital después del parto. “Ni siquiera recuerdo haber vivido con él”. Lo hizo por poco tiempo en un piso del barrio bien de la Camilluccia, una zona residencial con estupendos jardines donde vivían actores, escritores, políticos… su padre era contable hasta que un día cogió las maletas y se fue a Canarias en un barco, de nombre “Caballo loco”. Ella tenía dos años. Nueve después decidió que no volvería a verlo. Viajó algunas veces a la Gomera, donde vivía y abrió un restaurante. La última, su padre las dejó con su pareja y se fue a navegar una semana. Así que, visto el interés, tampoco ellas volvieron.

En aquel piso con jardín vivió sus primeros años. No muchos porque ella y su hermana lo quemaron. Literalmente. Les gustaba jugar a hacer experimentos y un día construyeron una cabaña en su habitación. “Para iluminarla, encendimos una vela y mientras esperábamos a que anocheciera, nos fuimos a ver los dibujos animados. De repente oímos un fuerte ruido y al abrir la puerta, vimos todo en llamas. Aún veo aquel oso panda enorme envuelto en el fuego, con esos ojos de vidrio mirándome”.

Las llamas se propagaron rápidamente, destrozaron la casa. Su madre trabajaba en todo lo que la salía para sacarlas adelante, incluida la escritura de “unas 150 novelas rosa”. Vendió aquel piso y se mudó con sus dos hijas cerca de los abuelos, en el barrio popular de la Garbatella, el barrio romano retratado por Nanni Moretti en ‘Caro diario’, uno de los corazones de la ‘romanidad’. Uno de los detalle de su vida que Meloni cuenta a menudo para legitimarse como ‘hija del pueblo’.

La niña Giorgia pasa mucho tiempo con los abuelos, Gianni, siciliano, y María, romana de pura cepa. Viven en un piso de 45 metros, al lado de la sede de la región del Lazio. “Era un espacio espartano, no había siquiera un sofá. Había solo una mesa donde hacíamos los deberes, comíamos y apoyábamos los codos para ver la tele”. Cuando la madre salía con las amigas, ella y su hermana se quedaban a dormir en un camastro situado en el pasillo “una en la cabecera y otra a los pies”.

Otro de los episodios que Meloni recoge y saca a la luz con frecuencia es su experiencia como “víctima de bullismo”. Con 9 años pesaba 65 kilos gracias “a la mentalidad de posguerra de la abuela, que la tenía convencida de que para estar sana había que tener chicha y nos daba todas las noches, todas, leche con cereales, además de bollos en cuanto podía”. Un día en la playa, preguntó a unos niños si podía jugar con ellos al voleibol. Ellos se rieron, la llamaron gorda y la tiraron la pelota a la cara.

A pesar de todo, era una “niña feliz dentro de casa porque tenía mucho amor”. Fuera era otra historia. “Era una niña introvertida, siempre a la defensiva”. Hasta que encontró amigos, casi hermanos en aquel Frente de Juventud, de donde vienen muchos de los que ahora forman su círculo de confianza, su núcleo duro. Y otros que la han acompañado , que la han ayudado a llegar hasta las elecciones del próximo domingo.

La ministra más joven de la historia de Italia

Su compromiso era muy fuerte. Tanto que es imposible que, como intenta ella desde hace meses, muchos olviden de dónde viene políticamente, de aquel Frente de la Juventud de ideología fascista. En aquellos tiempos, su secretario era Gianfranco Fini. Con él se fue Meloni cuando el Movimiento se transformó en Alianza Nacional y fue él quien la convirtió en la diputada más joven (2006) y al aliarse con el Pueblo de la Libertad, el partido creado por Silvio Berlusconi (2008), en la ministra más joven de la historia de Italia: se ocupaba de la cartera de Juventud.

El nombre de Fini, desaparecido de la política italiana, ha vuelto estos días a la actualidad. Los periodistas han preguntado a la líder de Fratelli d’Italia si respaldaba la frase más famosa de su mentor, aquella de “el fascismo es el mal absoluto”, que pronunció arrodillado en Israel. Ella no ha respondido con un sí o con un no. Se ha limitado a decir que entonces también ella militaba en Alianza Nacional y no dijo nada que pudiera hacer pensar lo contrario.

Algo vaga la respuesta como estrategia para desmentir a quienes la fundación de su partido la ligan al posfascismo de Mussolini. A quienes recuerdan que con 25 años elogió al Duce como “un gran político”. A quienes detectan en sus discurso aquel populismo del Ventenio. A quienes observan que en Italia no hay ningún partido tan escorado ideológicamente a la derecha. A quienes repasan este cordón umbilical que la une a un pasado del que no reniega en su biografía, pero que asegura es eso, parte de la historia.

La adolescente Giorgia trabajaba como babysitter, barman, vendedora ambulante, encargada del guardarropa, leía a Tolkien y a Michael Ende (un clásico de la derecha romana que ha dado el nombre del protagonista de la “Historia Interminable”, Atreiu, a la reunión anual organizada la Juventud Nacional) …

Cuando tenía algo de tiempo libre, mientras sus amigos salían a divertirse, ella iba a las manifestaciones. La militancia era absoluta “porque cuando tienes la ambición de cambiar el mundo, no hay espacio para nada más, cuando hay una nación que salvar, dejarte llevar por tus deseos personales se vuelve un capricho imperdonable”.

Leyendo cómo se ve y se recuerda a sí misma, todo parece una especie de misión para Meloni, desde la ejemplar disponibilidad para pegar carteles y repartir panfletos, hasta sus candidaturas a ocupar diferentes puestos de responsabilidad política con apenas 21 años. De aquellos años nace también la relación con Francesco Lollobrigida, su número dos, jefe del grupo de Fratelli d’Italia en el Parlamento y su cuñado porque se casó con la hermana de Meloni, Arianna, a la que adora.

El resultado de una vida “dedicada a hacer crecer la derecha en Italia”, incluido abrirse paso en “un partido absolutamente jerarquizado, lleno de hombres y muy machista, como el Frente de la Juventud”, la ha convertido en la mujer que es. “Todo lo bueno lo debo a mi madre y a mis abuelos”, pero también “a los macarras que se reían de mí, gracias a ellos tengo este carácter que me hace superar miedos y dificultades”.

Y a su padre. "No sentí nada cuando murió, pero he entendido que gracias a lo que hizo he crecido queriendo estar siempre a la altura y por eso he estudiado mucho y me he esforzado sin rendirme”. Hasta el incendio ha tenido su traducción vital: “Mi madre fue capaz de empezar de cero después de las llamas y yo fundé un partido tras la desaparición de Alianza Nacional entre el humo. Lo vi hacer con 4 años, ¿por qué no iba a conseguirlo con 35?”.

De aquel momento, viene su estrecha relación con dos históricos de la extrema derecha italiana que la siguieron en su aventura: Guido Crosetto, conocido empresario y ex diputado, e Ignacio La Russa, también exministro con Berlusconi. En realidad se llama Ignacio Benito, en honor al más famoso (ya saben, Mussolini). Su hermano, Romano La Russa, militante de Fratelli d’Italia y consejero de Seguridad de la región de la Lombardia fue cazado hace un par de días haciendo el saludo fascista en el funeral de un destacado dirigente del movimiento en Milán.

Son estas cosas y la llama tricolor del símbolo fascista que conserva en su logo electoral y su ‘Dios, patria y familia y las declaraciones de apoyo al presidente húngaro, Víctor Orbán, y al líder de Vox, Santiago Abascal y lo que dijo cuando viajó a Marbella para participar con él en la campaña electoral andaluza… Son estas cosas y algunas de las relatadas las que impiden a Giorgia Meloni despojarse de su imagen más extremista y convencer a sus detractores de que no tienen nada que temer, que el país no está en peligro si ella coge las riendas, que lo único que quiere es defender los intereses nacionales. En Italia y fuera.

Nunca me ha gustado estar donde están todos, seguir el pensamiento dominante. Las posiciones incómodas son las más cómodas para mí”, escribe. Igual que defiende lo que llama la “familia natural”, reconoce que ella es testigo de que se puede criar a un niño feliz sin un progenitor. La misma Meloni es madre soltera a todos los efectos porque no se ha casado con Andrea Giambruno, periodista del Tg24, su pareja y padre de su hija, Ginevra.

Claro que de ahí a justificar el matrimonio homosexual… de eso nada. Ni de la adopción. Ni de muchas otras cosas que ni siquiera puede ocultar una biografía que parece escrita para acercar a su protagonista bajo la forma de una mujer como cualquier otra votante, con sus filias y sus fobias, alejada de los estereotipos más duros ligados a su ideología.

“Soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana”, fue su grito de guerra durante un mitin que terminó convirtiéndose en un éxito de las pistas de baile. “Hicieron un remix para ridiculizarme y me convirtieron en un fenómeno pop. Multiplicaron mi popularidad, hicieron que me conocieran quienes habían nacido después del 2000 y, además, me hicieron cumplir un sueño que tenía de niña: ser cantante”.

Ahora también se ha presentado “preparada” (su slogan) para cantar lo que se le ponga por delante. Desde que fundó Fratelli d’Italia ha sabido esperar, resistir con resultados electorales que no pasaban del 5%. Aguantar cuando sus compañeros de coalición (Matteo Salvini, de la Liga Norte, y Silvio Berlusconi, de Forza Italia) la miraban desde arriba, como si le estuvieran haciendo un favor. Hoy casi triplica los votos de cada uno de ellos.

Es la jefa. Manda, como le gusta a ella, como escenificó el jueves en el cierre de campaña. En zapatillas, como siempre. No necesita tacones para evitar que la miren por encima del hombro. Ya no. “Estoy preparada para gobernar”, ha repetido en cada mitin.

“Siempre he pensado”, escribe en su biografía, “que el desafío más profundo para quien elige el camino de la política es conseguir dejar un rastro de su paso sin renunciar a ser fiel a uno mismo. Al final te preguntarás: ¿he conseguido cambiar algo del sistema o es el sistema el que me ha cambiado a mí? Ese es mi desafío, que no sea yo la que cambie”.

Sobre el autor de esta publicación

Isabel Longhi-Bracaglia

Isabel Longhi-Bracaglia (Madrid, 1968) es periodista. Comenzó a ejercer en varios medios hace más de 30 años (Efe, Onda Cero, Telemadrid y El Mundo). En este diario, se especializó primero en temas sociales y políticos, en temas de comunicación después y en información internacional al final, antes de decidir mudarse a vivir a Italia. Desde allí, observa y cuenta en Republica.com lo que ocurre en este país, que la fascina.