La batalla de Lepanto, pintada por Andries van Eertvelt

La batalla de Lepanto, pintada por Andries van EertveltLa batalla de Lepanto, pintada por Andries van Eertvelt

Edad Moderna

La batalla de Lepanto, la última cruzada

El 7 de octubre de 1571 las flotas de la Liga Santa y el Imperio Otomano se enfrentaron en aguas del Adriático en una de las mayores batallas navales de la historia

Vino. Carne. Queso. Pan. Que los hombres estuvieran bien alimentados. Que los remeros encadenados fueran liberados de sus grilletes y se unieran a la lucha. Los que pelearan con honestidad, fiereza y lealtad recuperarían su libertad. Se izaron crucifijos. La soldadesca rezó de rodillas. Eran 230 barcos entre galeras, galeazas y fragatas. Más de 63.000 hombres dispuestos a vencer al turco. Al frente de la Liga Santa, don Juan de Austria. La batalla de Lepanto habría de marcar la hegemonía en el Mar Mediterráneo. Entre oriente y occidente. Entre el Islam y el Cristianismo. La última cruzada.

Más barcos -por encima de 300- tenían los turcos. Galeras, galeotes, fustas. Menos hombres. Unos 47.000. Al frente de los turcos, Alí Pachá.

Al sur del golfo de Patras, en el Adriático, se encontró la flota de la Liga Santa con la turca, que salió a mar abierto tras abandonar el cobijo del puerto-fortaleza de Lepanto. Las dos armadas se avistaron al amanecer del 7 de octubre de 1571. se acercaban las que parecían las últimas horas de un conflicto eterno.

El Imperio Otomano, desde la caída de Constantinopla, en 1453, había impulsado su política expansionista. Con Solimán el Magnífico, que reinó desde 1520 hasta 1566, alcanzó su máximo esplendor. Coincidió este sultán en el tiempo con Carlos V, su gran enemigo occidental. Pese a su permanente conflicto con los persas, tuvo recursos y necesidad de salir al mar. Los piratas berberiscos, vasallos de Solimán, fueron los grandes aliados del Imperio para su expansión por el Mediterráneo. Desde su base en Argel, sobre todo, golpeaban los enclaves del norte de África, puntos de la península itálica, las Baleares… Debilitaban al Imperio español y eran una amenaza creciente para el occidente cristiano.

El Mediterráneo en el siglo XVI

"En el siglo XVI, los dos Mediterráneos son dos zonas políticas de signo opuesto. ¿Nos asombraremos, acaso, en estas condiciones, de que las grandes luchas marítimas en la época de Fernando el Católico, de Carlos V, de Solimán y de Felipe II se sitúen con insistencia en la unión de los mares, en su frontera aproximada? Trípoli, Djerba, Túnez, Malta, Lepanto…”, escribe Fernand Braudel en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.

Juan de Austria, retratado por Alonso Sánchez Coello. Fue el comandante de la Liga Santa en la Batalla de Lepanto

Juan de Austria, retratado por Alonso Sánchez Coello. Ordenó destruir la flota cristiana en la batalla de Lepanto.

Por tierra su avance parecía imparable. Llegaron los hombres de Solimán hasta las puertas de Viena, que cercaron pero no sometieron. Por mar eran imbatibles, temibles, efectivos. Había, cierto, alianzas entre las potencias occidentales y el Imperio Otomano. Las firmó Venecia. Las firmó España. Unas relaciones internacionales inestables.

Hasta finales del siglo XV, el Mediterráneo había sido un mar cristiano. Pero la situación cambió en el XVI. En 1522, los turcos toman Rodas; el pirata Barbarroja reconquista en 1529 el Peñón de Argel. Pese a la resistencia de las flotas italianas (Venecia, Génova, Estados pontificios), los turcos avanzan y ponen bajo su poder enclaves estratégicos. En 1538 el Imperio Otomano consigue en La Preveza una victoria mítica, clave, que les otorga de facto el control del Mediterráneo durante décadas. Venecia claudica y firma por su cuenta la paz con los turcos.

En 1560, cuando cae Djerba, al norte de África, occidente toma conciencia definitiva del poder turco y la necesidad de combatirlo. "Que nuestra majestad nos venda a todos y a mí el primero, pero que se convierta en dueño del mar", conmina el Duque de Medinaceli a Felipe II.

El Papa pide actuar contra el "infiel"

Una amenaza que en 1566 el papa Antonio Michele Ghislieri, Pío V, puso sobre la mesa. Suplicó a las potencias occidentales que formaran una alianza y lanzaran una cruzada contra el Islam para reconquistar los Santos Lugares.

Felipe II, rey de España, no lo tuvo claro entonces. Tardó años en aceptar la propuesta. Años en los que el Imperio español se vio sacudido por conflictos internos que requerían toda su atención. En 1566, la rebelión en los Países Bajos (1566); en 1568, el levantamiento morisco en las Alpujarras (1568). Tal era el temor de que los granadinos recibiera ayuda de los turcos, incluso de una invasión, que el rey envió sus galeras al sur para defender las costas de la Península. Y a su hermanastro, donde Juan de Austria, a sofocar el alzamiento.

Tampoco la República de Venecia, con buenas relaciones comerciales con los turcos, veía con buenos ojos la propuesta del Papa.

Fue en 1570 cuando Venecia y España atendieron el requerimiento de Pío V. No con entusiasmo, cierto. Más bien con reticencias. Fue una negociación dura, donde la diplomacia cobró un papel fundamental. Tanto como la desconfianza entre los distintos actores que debían llegar a un acuerdo.

Con sus tropas centradas en aplacar la rebelión de las Alpujarras, España sufrió un duro revés en sus posesiones en el norte de África. En enero, Argel aprovechó las debilidades del Imperio para lanzar un ataque y ocupar Túnez.

El sultán Selim II.

El sultán Selim II.

En septiembre fue la República de Venecia la que sintió de forma directa la implacable fuerza de los turcos. La Puerta Suprema lanzó un ataque sobre Chipre, enclave estratégico del Mediterráneo, bastión en manos cristianas, conexión con las rutas comerciales de oriente. En noviembre las fuerzas del sultán Selim II ya habían ocupado Nicosia, la ciudad más importante de la isla. Dos meses después Famagusta fue el último enclave chipriota en caer.

La amenaza era tal que Pío V insistió en la necesidad de luchar contra los musulmanes, de frenar la expansión del Islam.

El "motivo" de Lepanto

La caída de la última ciudad chipriota que resistía el asedio turco parece que terminó de convencer a los miembros de la Liga Santa. Si hacía falta un motivo para la guerra -casus belli- para el enfrentamiento, parece que fue este.

Al fin, Occidente decidió ponerse en marcha y dejar atrás suspicacias y diferencias. España, los Estados Pontificios y la República de Venecia, a los que hay que sumar el Ducado de Saboya y la República de Génova, unieron sus fuerzas. Felipe II puso, entre otras, una condición innegociable sobre la mesa: don Juan de Austria, su hermanastro, hijo bastardo de Carlos V, estaría al frente de la armada. Su valor y eficacia habían quedado demostradas en las Alpujarras, donde sometió la rebelión de los moriscos.

Francia declinó la llamada del Papa. También Inglaterra. Escribiría Chesterton siglos después: “The cold queen is looking in the glass / The shadow of the Valois is yawning at the Mass”. La reina de Inglaterra, fría, se mira al espejo. La sombra de los Valois franceses bosteza en misa. Ambos reinos miraron para otro lado.

Al fin, las galeras de Juan de Austria partieron desde Barcelona hacia Mesina. Desde allí, el 3 de octubre, ya con el resto de las flota cristiana, hacia la isla de Cefalonia. Las etapas del viaje concluyeron en Petalas el día 6. Esa noche, con el viento en calma, partieron las naves de la Liga Santa hacia el escenario del combate.

Combate en Lepanto

Al amanecer del día 7 de octubre los enemigos se avistan. La batalla comenzó a mediodía. El flanco izquierdo de la flota cristiana, con el veneciano Agostino Barbarigo al mando, resiste el ataque de los turcos de Shuluq Mehmet, que tratan de rodear los barcos de la Liga Santa. Barbarigo resiste el embate y recibe el apoyo de barcos de reserva.

En el centro, las naves de Juan de Austria están alineados. Frente a él, los navíos de Alí Pachá, el jefe de las fuerzas otomanas, que ordena avanzar hacia el comandante general de la Liga Santa. En solitario se lanza sobre la galera del hermanastro de Felipe II. Chocan las galeras de uno y otro bando. Los cañones disparan. Los tres tiros turcos apenas causan daños a las galeras españolas, pero los cinco de la Liga Santa son demoledores. Juan de Austria había ordenado serrar los espolones de sus barcos para que los cañones pudieran apuntar más bajo. Así fue. Los cañonazos a bocajarro contra los barcos turcos tuvieron una efectividad inusitada.

A la colisión de los barcos siguieron los abordajes. Luchas sangrientas que tiñen de rojo las aguas del Mediterráneo. En plena batalla, las galeras turcas penetran las líneas de Juan de Austria, se sitúan a popa de La Real, el barco insignia de la Liga Santa, y parecen tener todo a su favor para doblegar al hermanastro de Felipe II y ganar la batalla.

Tras los barcos de Juan de Austria, sin embargo, se había situado una reserva al mando de Álvaro de Bazán, que llegó en auxilio de Juan de Austria. No sólo aplastó a las galeras turcas que habían penetrado en las líneas de la Liga Santa, sino que surtió de soldados las fuerzas mermadas de La Real.

Ubicación de Lepanto.

Ubicación de Lepanto.

El relato

Cinco horas de combate.

Luis Cabrera de Córdoba, cronista de Felipe II escribió sobre la batalla de Lepanto: “Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba... El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos".

Prosigue Cabrera de Córdoba: "A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos”.

Cuando la tarde del otoño ya caía sobre las aguas del Adriático, la batalla cesó. Juan de Austria mandó rezar a los supervivientes.

Las cifras de Lepanto

Las cifras de la batalla son las cifras de una masacre. La Liga Santa capturó 117 galeras enemigas y 13 galeotes y casi 400 cañones. Alrededor de 3.500 turcos fueron apresados. Más de 30.000 perdieron la vida en el enfrentamiento.

Entre sus fuerzas, 8.000 bajas (la mayoría venecianos), más de 20.000 heridos y una docena de galeras destruidas.

Juan de Austria liberó a 12.000 prisioneros cristianos en manos de los turcos. También a sus galeotes, a los que había prometido la libertad a cambio de que pelearan en la batalla.

Lepanto equilibró las fuerzas en el Mediterráneo, pero no acabó ni mucho menos con el poder del Imperio Otomano en las aguas donde cristianos y musulmanes dirimían sus diferencias. En un año los turcos ya habían no sólo recuperado su flota, sino que la habían ampliado.

Cuando todo parecía indicar que la batalla de Lepanto daría paso, como pretendía el Papa, a una ofensiva contra el Islam, Juan de Austria frenó el ataque. Era otoño, el mar ya no era el escenario adecuado para combatir. Ni siquiera se atacó el puerto-fortaleza de Lepanto.

El 28 de octubre La Liga Santa replegó sus fuerzas. Siguió la guerra durante dos años, pero Venecia firmó un pacto con el Imperio Otomano. Favorable a los turcos. Todo parecía volver al punto de partida.

La gran batalla había demostrado, sí, que el turco no era invencible. Un triunfo mítico. Y temporal.


Bibliografía consultada

  1.  Fernand Braudel. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
  2. Historia Moderna. B. Benassar y otros autores.
  3. La Edad Moderna. Luis Ribot.
  4. Felipe II. Geofrey Parker.
  5. Lepanto. La mar roja. Àlex Claramunt Soto (ed.)
  6. Lepanto. Desperta Ferro. Historia Moderna. Nº 6.

Sobre el autor de esta publicación

Fernando Mas Paradiso

Historiador y Máster en Historia. Inició su carrera como periodista en el diario El Mundo (España) en 1989, donde ejerció como redactor, jefe de sección, redactor jefe, corresponsal en Londres y subdirector de www.elmundo.es en dos etapas. En 2014 modificó su rumbo profesional. En 2016 fundó El Independiente. Tras dos años en el proyecto se lanzó a la consultoría de medios. Nació en Montevideo (Uruguay) en 1966 y reside en España desde 1976.