La máscara de Agamenón.

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Heinrich Schliemann, el niño pobre que se enamoró de Grecia y soñó con descubrir Troya

De niño pobre a gran arqueólogo del siglo XIX, Heinrich Schliemann se enamoró de la Grecia antigua y convirtió el descubrimiento de Troya en la gran empresa de su vida.

A los siete años, Heinrich Schliemann (Neubukow, Alemania, 1822), un niño pobre hijo de un pastor evangélico borracho, recibió un prodigioso regalo de Navidad. Un libro firmado por un tal Georg Ludwig Jerrer que se titulaba Historia universal para niños.

Entre otras fabulosas historias, Heinrich puso sus ojos sobre las líneas que narraban la Guerra de Troya. Y sobre un dibujo que mostraba a Eneas junto a su padre, Anquises, y su hijo Ascanio abandonando la mítica ciudad de Homero, que estaba siendo consumida por el fuego.

Desde entonces, Heinrich Schliemann fue el niño pobre que sólo soñaba con encontrar Troya. A los 14 años Heinrich trabaja ya en un almacén. Desde las cinco de la mañana y hasta las once de la noche, bajo las órdenes de E. Lud. Holtz, despachaba aguardiente, leche, sal, arenques, barría el ultramarinos y veía pasar por delante su sueño de estudiar letras.

Heinrich Schliemann, descubridor de Troya. / CreativeCommons

Heinrich Schliemann, descubridor de Troya.

En su cabeza se diluían las historias que su padre le había contado desde que nació; aquéllas en las que le hablaba de Ulises, de Ítaca, de las sirenas y Penélope, de un caballo de madera lleno de guerreros aqueos...

Quiso la casualidad que un día entrara un borracho que, fracasado en los estudios, había sido expulsado de casa por su padre. El muchacho, sumergido en la bebida, recitaba de memoria los versos de Homero. Un día La Ilíada; otro, La Odisea. Heinrich oía con la boca abierta, le pedía que repitiera una y otra vez y atenazaba en su memoria cada palabra.

El naufragio que cambió la vida de Schliemann

Un día Schliemann, que ya no podía soportar peso porque se lesionó la espalda cargando un tonel en la tienda de Holtz, partió hacia Hamburgo y se embarcó rumbo a Venezuela. Debía ganar dinero; debía ganar dinero para poder abandonar toda aquélla vida de penurias y poder dedicarse a buscar Troya.

El barco naufragó. El joven Heinrich sobrevivió y acabó en Ámsterdam. Se dedicó a pedir en la calle hasta que un alma caritativa le dio un trabajo: sellar letras de cambio. Su vida dio un giro:el niño pobre que sólo soñaba con encontrar Troya empezó a estudiar lenguas modernas.

Así lo cuenta: "Mis ingresos no superaban los 800 francos anuales; yo gastaba en mis estudios la mitad de esas suma; con la otra mitad vivía, pero vivía precariamente. Por ocho francos mensuales alquilaba una pequeña buhardilla sin calefacción, en la cual temblaba en invierno y me cocía en verano; un poco de caldo de harina de centeno era mi almuerzo, mi cena no me costaba más que cuatro monedas".

Restos de la muralla de la mítica ciudad de Troya descubierta por Heinrich Schliemann. /Wikimedia Commons.

Restos de la muralla de la mítica ciudad de Troya descubierta por Heinrich Schliemann.

Heinrich Schliemann se sumergió en el estudio del inglés. En seis meses dominaba la lengua la perfección. Había ideado su propio método, que consistía en leer en voz alta, no traducir, estudiar a diario, escribir redacciones y corregirlas con la ayuda de un profesor. Día a día, hora a hora, estudiaba. Cuando acabó con el inglés, empezó con el francés. En otros seis meses dominaba el idioma.

Su memoria se reforzaba, salía del letargo en la que estaba sumida tras años y años de desuso, de no estudiar. "Esos estudios forzados y excesivos fortalecieron mi memoria en el espacio de un año, a tal punto que el estudio del holandés, del español, del italiano y del portugués" no le llevó más de seis semanas por cada lengua.

Fue el conocimiento del ruso lo que dio un giro a su vida. Sus nuevos jefes de Ámsterdam lo enviaron, gracias al conocimiento del idioma, a San Petersburgo para que expandiera el negocio. Corría el año 1846 yHeinrich Schliemann, nacido el 6 de enero de 1822, contaba entonces 24 años. Un año después se independizó, se dedicó a sus propios negocios y le fue tan bien que empezó a acumular fortuna.

Al final, Schliemann aprende griego

En 1856 ya tenía suficiente dinero como para llevar una vida holgada. Pero le faltaba algo. Algo que había dilatado en el tiempo por temor a que sus planes se frustraran por el camino.Heinrich Schliemann no había estudiado aún griego.

Era tal su pasión por Homero, que temía que el conocimiento de la lengua griega lo expulsara de su primer objetivo: ser independiente, formarse y poder viajar a descubrir Troya. Aprendió griego moderno y clásico, viajó por Asia Menor, por Egipto y se instaló, finalmente, en París. Allí elaboró su hoja de ruta.

Su cuenta corriente ya era infinita. Como sus conocimientos. Y su deseo de niño pobre seguía intacto. Desde allí partió a la actual Turquía. Pese a que los libros y la tradición decían otra cosa, él puso el foco en la llanura de Hissarlik.

En la década de los 70 ya estaba excavando. Con procesos rudimentarios, impropios de la arqueología moderna. Empezó a desenterrar un nivel, otro. Estuvo 20 años trabajando y extrayendo 'tesoros' -como el de Príamo- y compaginando con prospecciones en otros puntos de la geografía homérica. Había descubierto Troya. Troya VI y VII-A -hay 10 niveles con diferentes periodos de la historia de esta ciudad- son los que se atribuyen de forma tradicional a la Troya homérica.

La llamada máscara de Agamenón, descubierta por Heinrich Schliemann. /Museo Arqueológico de Atenas.

La llamada máscara de Agamenón, descubierta por Heinrich Schliemann. /Museo Arqueológico de Atenas.

La llamada máscara de Agamenón, descubierta por Heinrich Schliemann. /Museo Arqueológico de Atenas.

La máscara de Agamenón

En 1876 empezaron sus trabajos en Micenas, la mítica ciudad del rey Agamenón, líder de los griegos en la Guerra de Troya. Una ciudad de la Edad del Bronce (ca. 2900 a.C.), rodeada de murallas ciclópeas y con dos enterramientos.

En uno de ellos, el llamado círculo A, apareció una máscara de oro. Heinrich Schliemann, emocionado, envió un mensaje al rey griego: "He visto el rostro de Agamenón". Así se conoce esa careta de oro, que nada tiene que ver con el famoso rey de Micenas.

La máscara se ha fechado entre 1550 a.C. y 1500 a.C. La Guerra de Troya fue situada por los antiguos griegos entre los siglos XIII y XII a.C. Heinrich Schliemann cumplió su sueño. El sueño que comenzó con un librito de cuentos, que alimentó su padre borracho y que no abandonó nunca.

Murió, en 1890, en Nápoles. Un dolor de oídos feroz le terminó provocando un ataque cardíaco que lo dejó en el suelo. Nadie lo reconoció. Cuando pasaron las horas y se descubrió que aquel era el cadáver del niño pobre que partió a descubrir Troya, el mundo lloró.


BIBLIOGRAFÍA

  • BAUZÁ, Hugo Francisco. Heinrich Schliemann. Estudio Prelimar. En Ítaca, el Peloponeso, Troya. Investigaciones arqueológicas, de Heinrich Schliemann. Akal, 2012.
  • SCHLIEMANN, Heinrich. Ítaca, el Peloponeso, Troya. Investigaciones arqueológicas. Akal, 2012.

Sobre el autor de esta publicación

Fernando Mas Paradiso

Historiador y Máster en Historia. Inició su carrera como periodista en el diario El Mundo (España) en 1989, donde ejerció como redactor, jefe de sección, redactor jefe, corresponsal en Londres y subdirector de www.elmundo.es en dos etapas. En 2014 modificó su rumbo profesional. En 2016 fundó El Independiente. Tras dos años en el proyecto se lanzó a la consultoría de medios. Nació en Montevideo (Uruguay) en 1966 y reside en España desde 1976.