Nadal, más Nadal que nunca
Rafael Nadal, de acuerdo con su edad y su historial médico, aparentemente, no estaba para disputarle a Djokovic un puesto en la semifinal del Roland Garros. El mallorquín había lanzado en la víspera un mensaje pesimista. Había advertido de que, seguramente, era el último torneo parisiense que iba a disputar. Su declaración tuvo diversas interpretaciones. Hubo quien comenzó a sospechar que en caso de derrota diría adiós al tenis. Los menos agoreros pensaron que simplemente se refería al hecho de que tal vez no volvería a París aunque seguiría en la lucha. También hubo quien barruntó que se ponía la venda antes de recibir la herida. Y no fue nada de eso. En la pista central volvió a jugar Nadal y no solamente bien, sino uno de los mejores Nadal de la historia parisiense.
Tal y como comenzó el partido creí que forma tan arrolladora no tenía otro camino que un triunfo por tres sets. El serbio, que siempre ha creído que Nadal es poco menos que invencible, sobre todo por lo mucho que le ha hechos sufrir en sus confrontaciones, al principio pareció que salía derrotado. Sus gestos no denotaban ansias de victoria. Que se conformaba con lo que se le venía encima. Fue casi sorpresa que al fin reaccionara y pusiera el partido con la tensión que debían poner el actual número uno del mundo y el actual mejor jugador de la historia. Sobe todo, en tierra batida.
Hubo un cuarto set en el que ambos jugadores desplegaron todo su potencial. Una pelea en la que el mallorquín mostró de nuevo una capacidad mental, singular, para aferrarse a la victoria. Nadal hizo el partido que merecía el adversario que estaba enfrente y ambos ofrecieron un juego propio de quienes poseen cualidades casi inigualables. Fue un partido jugado con la mayor dureza posible en los golpes. Hubo peloteos, largos y casi angustiosos en los que ninguno de los dos cedía un ápice. La velocidad que ambos imprimieron a la pelota, la contundencia con que respondieron cada uno de los envites fue excelsa. De drive o de revés había exhibición. Se buscaron los ángulos para jugar las bolas de manea casi inverosímil. Ejercieron maestría en los saques e incluso buscaron romper las piernas del contrario con dejadas en las que se puede llegar y el mismo tiempo estamparse contra la red,
No fue juego de saque y volea como se lleva en las canchas rápidas y en la hierba. Hubo muestra de un juego al que ya no le caben más adjetivos. Seguir hablando de Nadal es repetir lo dicho tantas veces, que puede acabar siendo aburrido si no fuera porque lo ocurrido en la pista central de París consiguió estar por encima de los visto muchas veces. Nadal se mejoró a sí mismo y ha hecho imposible que se puedan aportar conceptos nuevos y más entusiásticos. Lo fácil sería decir que fue el de siempre. En mi opinión creo que mereció más elogios que siempre. Decir que vimos un nuevo Nadal sería estupidez, pero teniendo en cuenta los antecedentes con que llegó a París fue novísimo. No fue lo nunca visto, pero será muy difícil que lo volvamos a ver,
Posdata. Javier Tebas no es prudente. Habla del Barcelona de modo que lo pone casi en ridículo por cuestiones económicas. En cambio, habla magníficamente de Peter Lim el hombre que está arruinando al Valencia. Laporta no ha cedido ante la llamada Liga Impulso. Lim hace caja con ella.