La guerra fría se calienta
Se consolida la percepción occidental de que Rusia insiste en la hipótesis de una acción militar, cargada de escenificación geopolítica y centrada sobre Ucrania, como clave de su continuidad y trazado sobre las líneas de base que afectan directamente al apalancamiento de los intereses representados por el cursante neosovietismo. Un cuadro personalizado en la figura de Putin que, desde sus tiempos como alumno aventajado del KGB ha venido a significar, antes que toda otra cosa, un nacionalismo ruso de rancia tradición, cuya condición arranca precisamente de esos tiempos de delfín de la inteligencia soviética. Una clave como esta es de condición sobrada no solo para que el asunto ucraniano justifique el temor frente a lo ruso anterior a estos tiempos, sino también en lo que se refiere a la amenaza real que supondría para el día a día de la población civil, no solo en Ucrania, sino también en la propia Rusia, la imposición de las durísimas sanciones que Occidente tiene previstas para ser aplicadas llegado el momento. Lo cierto es que el mundo entero observa con justificada ansiedad el desarrollo de esta partida de ajedrez, cuyo desenlace se espera que se resuelva en un enfriamiento de esta nueva «guerra fría».