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Entre Adoquines

Folbigg: tan probable como que los cerdos vuelen

Alicia Huerta | Actualizado: 09.05.2022
Kathleen Folbigg

| Facebook7News

La verdad absoluta, si la hubiera, sobre cómo murieron los bebés de Kathleen Folbigg únicamente ella podría conocerla. En un lapso de 10 años, el matrimonio formado por Kathleen y Craig tuvo cuatro hijos a los que bautizaron con los nombres de Caleb, Patrick, Sarah y Laura. De todos ellos tuvieron que despedirse de forma abrupta y prematura. Hasta en cuatro ocasiones vieron cómo la alegría de ser padres se transformaba en lacerante dolor mientras enterraban, uno tras otro, los minúsculos féretros blancos donde yacían los bebés que, de acuerdo con los correspondientes certificados médicos, habían muerto por causa natural. Las condolencias recibidas en los funerales también se fueron transformando, haciéndose cada vez más difíciles de pronunciar. ¿Qué consuelo podía ofrecerse a esos padres? ¿Era posible que la desgracia se prodigara de tal modo? Tras el segundo fallecimiento, el matrimonio se trasladó a otra ciudad en busca, quizás, de mejor azar o, quién sabe, simplemente para huir de comentarios y miradas tanto de horror como de lástima. .

Los Folbigg volvieron a mudarse cuando falleció su tercer retoño, Sarah, pero la muerte de su cuarto bebé, Laura, les enseñó que no había lugar en el mundo donde alguno de sus hijos pudiera cumplir dos años de edad. Para Craig, la explicación llegó “casualmente” cuando el matrimonio ya se había separado y, por tanto, era menos probable que encontrara un diario de Kathleen donde ella volcaba su temor a que un día pudiera matar a sus niños, incapaz de controlar el odio que experimentaba cuando perdía la atención que recibía durante el embarazo, “heredada” después por el recién nacido. Craig acudió a la policía y Kathleen fue de detenida de inmediato. ¿Era posible que una madre asfixiara, uno tras otro, a los hijos que había llevado en su vientre? Por otro lado, ¿Qué probabilidades existían de que los cuatro bebés de un mismo matrimonio fallecieran por causas naturales?

La primera pregunta, aunque no nos guste admitirlo, era la más fácil contestar: los monstruos que imaginamos de pequeños, descubrimos que existen cuando nos hacemos mayores. No son peludos ni gigantes, se parecen a nosotros. A la segunda cuestión, sin embargo, no resultaba tan sencillo responder. ¿O sí? La ley Meadow, bautizada con el apellido del pediatra británico que la acuñó, asegura que “una muerte súbita es una tragedia, dos son sospechosas y tres son asesinato hasta que se demuestre lo contrario”. Si bien dicha teoría hace años que quedó desacreditada porque no estaba basada en evidencia científica de ningún tipo, en el juicio contra Kathleen sirvió al Fiscal para afirmar en sus conclusiones que la muerte de cuatro bebés en la misma familia era tan probable “como que los cerdos volaran”. Esa frase logró que los testimonios de los expertos médicos que aseguraron lo contrario fueran rápidamente olvidados por los miembros del jurado.

Por otra parte, como es lógico, durante el juicio salió a la luz el pasado de la mujer de treinta y seis años que se sentaba en el banquillo. Su trágica vida antes de conocer a Craig inclinó aún más la balanza en contra. Kathleen, nacida el 14 de junio de 1967, había perdido a su propia madre cuando era un bebé de año y medio. Veinticuatro puñaladas asestadas por su padre la dejaron huérfana. Él fue encarcelado; la niña – sin familiares que quisieran acogerla -, enviada a un orfanato hasta que en 1970 se entregó bajo tutela estatal al matrimonio Marlborough, encargado desde entonces de criarla. La pareja reclamó después su adopción legal, pero le fue denegada porque las autoridades “sospechaban” que la señora de la casa, Diedre, había convertido a Kathleen en su particular cenicienta. No les concedieron la adopción, pero tampoco sacaron a la niña de aquella casa. Fue Diedre quien la echó cuando terminó el instituto. Ese mismo año conoció a Craig y, poco después, se casaron. La vida parecía darle una oportunidad para formar su propia familia.

En el juicio de 2003 no se presentaron pruebas de violencia en los bebés, tampoco de signos de asfixia y Kathleen, nunca, ni en los interrogatorios policiales ni ante el tribunal, admitió haber causado la muerte a sus hijos. Las frases escritas en el diario, su nefasto pasado y el hecho extraordinario de que cuatro niños muriesen por causas naturales en una misma familia interpretado desde el punto de vista del desacreditado Meadow bastaron para que el jurado declarase culpable a la mujer que se había ganado el apodo de la “peor asesina en serie de Australia”. Sin embargo, a pesar del veredicto del jurado, de la opinión pública y de la prensa, un grupo de expertos juristas y, especialmente, de científicos mostró su desacuerdo con una codena que, en su opinión, había ignorado la ciencia y la fundamental “duda razonable”. Sin una confesión, ni evidencias médicas, ¿cómo podía desdeñarse sin más el básico principio in dubio pro reo? ¿Qué habría ocurrido si el veredicto no hubiera sido dictado por un jurado popular?

Un grupo de genetistas de todo el mundo decidió seguir investigando. No se trataba de defender a Kathleen en concreto, sino de demostrar que científicamente era posible que las cuatro muertes hubieran sido por causas naturales. En 2015, Stephen Cordner, patólogo forense de Melbourne, reexaminó las autopsias de los niños y concluyó que no existía “ningún sostén patológico forense positivo para la afirmación de que alguno o todos estos niños han sido asesinados”. Por su parte, la científica Carola García de Vinuesa, jefa del Departamento de inmunología de la Universidad Nacional de Australia, estudió el ADN de los 4 bebés y se dio cuenta de que todos habían heredado de los padres una mutación genética que explicaba las muertes. “Se puede tener una arritmia, que causa una parada respiratoria y muerte. Lleva consigo un 99% de probabilidad de ser la causa natural de la muerte”, explicó en un informe que el juez no aceptó.

Después de diversas apelaciones, los jueces australianos persisten en su rechazo a que exista una duda razonable en este caso. Ahora, noventa expertos han firmado una petición de indulto dirigida al gobernador de Nueva Gales del Sur. “Detengan el craso error judicial que se está cometiendo en contra de la Sra. Folbigg. No hacerlo es seguirle negando sus derechos humanos más básicos”, claman en el escrito, “El caso de la Sra. Folbigg establece un precedente peligroso, porque significa que la evidencia médica y científica convincente simplemente puede ignorarse en favor de las interpretaciones subjetivas de la evidencia circunstancial”. Kathleen Megan Folbigg continúa en la cárcel, aislada del resto de internas para evitar que alguna decida que la justicia para una madre que mata a sus hijos no se consigue “solo” metiéndola entre rejas. Ella sigue manteniendo su inocencia.

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Alicia Huerta

Escritora con mente de abogado y alma de periodista.

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