Andalucía, punto de inflexión
En Andalucía, como muy bien ha dicho Fernando González Urbaneja, ha ganado uno y han perdido todos los demás. Ha ganado el Partido Popular y han perdido el Partido Socialista, Vox, la izquierda de la izquierda y Ciudadanos. La victoria de Moreno Bonilla ha resultado tan incontestable como la humillante derrota de Juan Espadas; la irrelevancia de la ultraderecha será equivalente a la de Por Andalucía y Adelante Andalucía y la desaparición de Ciudadanos en el sur pone un clavo más en el ataúd de un partido que fue y ya no volverá a ser.
Pero ni todas las victorias son iguales ni todas las derrotas tienen las mismas consecuencias. La victoria, aplastante victoria no anticipada por ningún sondeo, de Juanma Moreno Bonilla marca sin duda alguna un antes y un después no sólo en Andalucía -que no es poco si echamos la vista atrás- sino también en España. Es indudable que los resultados del domingo son un importante balón de oxígeno para Alberto Núñez Feijóo en su proyecto para desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa a finales del próximo año.
Además, esta mayoría absoluta popular sirve a los conservadores para separarse, al menos momentáneamente, de la alargada sombra de Vox, un partido cada vez más rijoso, inquietante y agresivo que amenazaba con no despegarse del Partido Popular e incluso arrastrarle en su camino ultraconservador.
El PP ha puesto Andalucía patas arriba y para ello ha recolectado algo más que los sufragios del desaparecido Ciudadanos. Han sumado 831.634 votos más de los conseguidos en 2018, mientras que el partido de Juan Marín ha perdido 540.500 con respecto a los comicios de hace cuatro años. Estos datos demuestran que muchos antiguos votantes de Vox, del PSOE y de otras formaciones de izquierda también le han dado ahora su confianza a Moreno Bonilla, que debería ser plenamente consciente de la cantidad de voto prestado que atesora.
La noche fue completa para el presidente del Partido Popular, que seguía tranquilamente los acontecimientos desde la sede de Génova, porque estos resultados en Andalucía diluyen, y mucho, la capacidad de presión que desde Madrid han venido ejerciendo desde la llegada del gallego Isabel Díaz Ayuso y su siempre amenazante equipo médico habitual. Feijóo se ha quitado un gran peso de encima. Ella ya no es única y sí una más, y ni tan siquiera la más importante, entre los líderes regionales conservadores.
La ‘operación derribo’ puesta en marcha por la presidenta madrileña no ha resultado finalmente como ella esperaba. Si bien logró echar a Pablo Casado, la defenestración de este trajo a Alberto Núñez Feijóo, que con cuatro mayorías absolutas a sus espaldas en Galicia, y el respeto de la mayoría del partido, anuló automáticamente cualquier intento de Isabel Díaz Ayuso de hacerse con la presidencia de un partido que nunca se ha fiado demasiado de ella. Por si fuera poco, la aplastante victoria de Moreno Bonilla, con una mayoría absoluta en un territorio tan hostil para el PP como Andalucía, convierte automáticamente a la lideresa madrileña en simplemente una dirigente más de su partido, aunque controle una plaza tan importante como Madrid.
“No todas las victorias son iguales. Esta no es una victoria más, como la de Castilla y León, esta es una victoria histórica”, señala un alto cargo del Partido Popular. “Esta mayoría absoluta del PP en Andalucía además de ser algo impensable no hace mucho tiempo, es la prueba inequívoca de que se consiguen muchas más cosas estando cerca de centro, teniendo al menos un pie en el centro, con sensatez y moderación, alejados de los gritos, los radicalismos, la bronca permanente y la tensión innecesaria. Feijóo y Moreno Bonilla creen en esta forma de hacer política y van a seguir con ella. Y repito, esta nos es una victoria cualquiera en ningún aspecto”.
Tampoco la derrota de Juan Espadas es una derrota cualquiera. El candidato socialista va a pasar a la hemeroteca por haber obtenido el peor resultado de la historia socialista en Andalucía, por haber perdido en las ocho provincias y en muchos de sus feudos tradicionales e intocables del partido y por haber obtenido el mismo número de victorias que Vox en la región. Un desastre. Un par de ejemplos para evaluar la tragedia del PSOE: en Sevilla capital, de cuya Alcaldía salió Espadas para intentar reconquistar la Junta, se ha pasado de ganar en 2018 a perder ahora por 17 puntos; y en Dos Hermanas, bastión del socialismo andaluz, los populares han superado a los socialistas por más de 13 puntos.
Pero el drama no se circunscribe exclusivamente a Andalucía. Hace unos días escribíamos aquí sobre el clima de frustración, pesimismo y derrota que rodeaba al PSOE de cara a las elecciones que han tenido lugar este pasado domingo. Un pesimismo, decíamos, que no solamente estaba instalado en el sur sino también en la calle Ferraz de Madrid.
La paliza recibida ha sido mucho peor de lo que indicaban las peores previsiones del Partido Socialista, allí y aquí. Y por mucho que Adriana Lastra y Felipe Sicilia -patética y ridícula su escasa capacidad de autocrítica- hagan el ridículo y se empeñen en que la culpa de los resultados es únicamente de los ciudadanos porque se han equivocado a la hora de votar, lo cierto es que el varapalo recibido en Andalucía, granero histórico de los socialistas, va a marca un punto de inflexión en la política española y quién sabe si también en la carrera política de Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno va a tener que tomar decisiones rápidas -más allá de culpar a los ciudadanos o al calor o al poco tiempo que ha tenido su candidato para preparar los comicios- si no quiere que el tsunami que acaba de producirse en un territorio ciento por ciento socialista se lo lleve por delante el próximo año en las municipales y autonómicas, primero, y en las generales, después. No es Sánchez, o no lo ha sido hasta la fecha, un hombre que se quede de brazos cruzados a la hora de tomar decisiones por muchas cabezas que haya que cortar.
El problema radica en que el antisanchismo -incluso dentro de sus filas- sigue creciendo a espuertas y después de Andalucía la cabeza que se le puede pedir que corte quizá sea la suya. Al tiempo.