Sesiones de muy poca vergüenza
Es un hecho perfectamente constatable que no es necesario ni por supuesto obligatorio, más bien lo contrario visto lo visto semana tras semana, responder a las preguntas planteadas en las sesiones de control al ejecutivo de turno ya sea en el parlamento nacional o en los autonómicos. El que pregunta sabe que no van a responder a su requerimiento y el que debería contestar sabe de antemano que puede hacer lo que le venga en gana porque este juego de despropósitos anda perfectamente reglado, antidemocráticamente reglado.
Intentar controlar al gobierno, sea cual sea y de donde este sea, se ha convertido en un engaño más, en una mentira consensuada. Lo que acaece bajo el epígrafe de sesiones de control al gobierno que sea se ha trasmutado en un lamentable paripé, en una carnicería que despacha desechos dialecticos, en una farsa lingüística y en lo que es infinitamente peor, en una farsa consentida y aceptada por parte de los dos grandes partidos que son los que, mayoritariamente, suelen estar indistintamente a ambos lados del bodrio. Las sesiones de control se han convertido en sesiones de vergüenza, de muy poca vergüenza.
Escuchar a Pedro Sánchez tratando de humillar a Edmundo Bal o a Isabel Díaz Ayuso hacer lo propio con Mónica García resulta tan aberrante y antidemocrático que debería avergonzarnos a todos los ciudadanos, empezando por la clase política y continuando por la periodística, que tragamos cuantos pufos nos echen, somos de buen conformar y aceptamos siempre al pulpo como animal de compañía.
Que un presidente del gobierno central o una presidenta de comunidad autónoma desprecien de esta manera a dos representantes de la soberanía popular, que traten de reírse de quienes han sido elegidos por los ciudadanos dibuja a la perfección el perfil y talante de ambos personajes y pone en números rojos nuestra presunta calidad democrática.
Sé de antemano que peco de ingenuo, pero creo que los ciudadanos tienen derecho a que sus representantes controlen al Gobierno de turno y a que los gobiernos de turno estén obligados, insisto en lo de obligados, a dejarse controlar, a responder con honestidad, sinceridad y rapidez.
Porque los gobiernos están para responder a la oposición, que es como responder a los ciudadanos que han elegido a los que les cuestionan, y no para hacer oposición a la oposición que es lo que se viene haciendo desde que se empezaron a saltar todas las reglas. Resulta una fatalidad democrática que nos hayamos acostumbrado a los parlamentos verbales propagandísticos y mayoritariamente insultantes, a no responder jamás a lo que se pregunta y en definitiva a vivir en una inquietante falsificación más de los buenos usos democráticos.
Hemos aceptado que las sesiones de control se conviertan en enfrentamientos de taberna, en un intercambio de golpes en el barro bajo la premisa del “y tu más”, que es en lo que se han convertidos las disputas dialécticas de todas estas sesiones de vergüenza más que de control y que hiere toda sensibilidad democrática del ciudadano que, si lo piensa, no sabe donde meterse.
Hace demasiado tiempo ya que nos hemos acostumbrado a la manipulación permanente, a que nos den gato en lugar de liebre, a las trampas en el solitario, a los conejos, a dejarnos engañar. Ver a los seguidores de Sánchez ponerse en pie para aplaudir los exabruptos de su amo contra Edmundo Bal o al banquillo de Díaz Ayuso rendirle pleitesía a su jefa y carcajearse de Mónica García resulta tan bochornoso que espanta. A ellos debería avergonzarlos, pero no parece. Esto es lo hay y, estoy tristemente convencido, lo que seguirá habitando entre nosotros esta próxima semana y la siguiente y la siguiente… Sesiones de muy poca vergüenza.