Rivera, Iglesias, Errejón y la bola de cristal
A Pablo Iglesias no le llega la camisa (a cuadros) al cuello desde que entró en la escena nacional el otrora su amigo del alma Íñigo Errejón. Que es el personaje del momento que surfea sobre una ola de simpatía e inunda los medios de comunicación.
Mientras que Iglesias, el señor de la coleta, está que se lo llevan los diablos y al borde de un ataque de nervios porque el pasado 24 de julio estuvo a punto de colar a Podemos en el Gobierno de España y de tocar en el cielo el dedo del Creador de Miguel Ángel. Y ahora, en tan solo 60 días, Iglesias está en el quinto círculo del infierno de Dante, allí donde fustigan sin piedad a los tontos de la política que se creían muy listos.
En ese mismo círculo del infierno de los ‘tontos/listos’ habita desde hace ya algún tiempo Albert Rivera. El líder de Cs que en 2018 pudo haber ganado las elecciones generales si le hubiera negado a Mariano Rajoy, por causa de la corrupción del PP, los famosos Presupuestos de Montoro, que van a durar 100 años como esto siga así.
Y cuando en abril de 2019, con un PP hundido en sus escándalos e ido de una vez por todas Rajoy, Rivera logra 57 escaños y con los 123 del PSOE de Sánchez tiene mayoría absoluta de 180 diputados y puede renovar el pacto de ‘El abrazo’ de Genovés que en marzo de 2016 hizo con Sánchez, el líder de Cs vuelve a tirar la casa por la ventana y entra en el síndrome de Rosa Díez camino de la autodestrucción de Cs.
A Iglesias y Rivera les ha cegado luz de la ambición y el desconocimiento que ambos tienen de la estrategia política. La que los cazadores resumen en el clásico refrán de ‘mas vale pájaro en mano que ciento volando’. Y los dos echaron por la borda de sus naves hoy desvencijadas sendas oportunidades de tocar el cielo del poder, el uno ‘al asalto’ y el otro en el cortejo del PSOE o por delante del PP.
Iglesias quiso darle el ‘sorpasso’ al PSOE de Sánchez y Rivera creyó que se lo daría al PP de Casado escorando a estribor el barco de Ciudadanos. Y los dos, Pablo y Albert, se van a quedar en los huesos de una escasa treintena de diputados en las elecciones del 10-N.
Y es, en estas aguas revueltas donde Iglesias y Rivera pueden naufragar y pasar el testigo de UP y Cs a Irene Montero e Inés Arrimadas, mientras emerge entre las olas Más Madrid (Rita Maestre como Afrodita) el modesto, moderado y transversal partido de Íñigo Errejón.
Y dispuesto Errejón a alzarse con una docena de diputados y un Grupo parlamentario en el Congreso. Y ya veremos si también con una llave de gobernabilidad e investidura si entre PSOE (desde donde miran de reojo a Errejón), Podemos y Más País suman la mayoría necesaria en compañía del PNV y algún diputado mas (el pelmazo de las anchoas).
Y si la izquierda no suma y la derecha tampoco (diga Pablo Casado lo que diga sin decir verdad) pues en ese caso sólo quedará un sitio para ‘la gran coalición’ de PSOE con PP. Al estilo de lo que ocurre en Alemania pero en un país, España, donde no hay alemanes sino tozudos españoles cuyos líderes se llevan a garrotazos, como en ‘La riña’ de las pinturas negras de Goya.
A pesar de todo esto la gran incógnita del momento es la de ¿qué pasará con Sánchez y el PSOE en la noche del 10-N? Porque hasta el mismísimo Tezanos del CIS empieza a reconocer que el PSOE, aunque sigue primero, baja en las encuestas por la llegada de Errejón, el fracaso de la investidura, la repetición electoral y su relativismo en la crisis catalana, que está a punto de estallar con la pronta publicación de la sentencia del golpe catalán.
Quedan 40 días para las elecciones, la sentencia catalana, Brexit y el inicio de las crisis económica. Poco tiempo, mucho ruido y pocas nueces para la estabilidad de un país como España donde nadie tiene, al día de hoy, una bola de cristal que nos anuncie y adivine lo que nos puede pasar.