Reaparece Bárcenas y ensombrece el debate
Poco le ha durado a Mariano Rajoy su injustificada euforia por el resultado del debate del “estado de la nación” porque la nación no está en la debilidad irreparable de su primer adversario, Alfredo Pérez Rubalcaba, sino que la nación española está al borde del precipicio y hecha polvo con más de seis millones de parados, las instituciones dañadas -empezando por la Corona-, Cataluña en rebeldía y la corrupción por todas partes. Y de nuevo emergente con las últimas noticias de Bárcenas ante los notarios, con más documentos y pruebas sobre la presunta financiación irregular del PP, similar a la que ofreció “El País” datos importantes que pesan, y mucho, sobre las espaldas del presidente del Gobierno y del PP. Lo que de ser cierto colocaría frente a Rajoy y la dirección del PP a dos testigos de cargo, el abogado Trías -que ya confirmó ante el fiscal la autenticidad de los documentos- y el propio Bárcenas que los certificó ante un notario.
Entonces ¿qué festejan Rajoy y el PP? El cerco de la corrupción de Bárcenas se estrecha sobre la Moncloa, al término del fallido debate donde Rajoy no se atrevió a mencionar a Bárcenas, ni el PSOE y ni el PP hablaron de la crisis de la Corona, ni debatieron la declaración soberanista del parlamento catalán. Se habló eso sí de la crisis económica, Rajoy para anunciar que pronto se acaba y Rubalcaba para decir que vamos a peor.
Sin embargo en este debate han aparecido dos cuestiones nuevas y fundamentales: llegó al hemiciclo y en plena discusión de Rajoy con Rubalcaba la noticia de que el líder del PSC había pedido “la abdicación del Rey para que el príncipe Felipe lidere las reformas de una segunda transición”, y nadie reaccionó (se dice que el Rey había llamado previamente a Rajoy y Rubalcaba pidiendo árnica o prudencia). Y también, en el debate, la portavoz de UPyD, Rosa Díez, solicitó la apertura de un “periodo constituyente” en España para reformar la Constitución.
Una petición y propuesta que Rajoy despachó con cierta soberbia exhibiendo su mayoría absoluta, convencido que la legislatura es un cheque en blanco por cuatro años, y que él solo se ha gastado un 25 % de ese crédito, por lo que cree que aún le queda un 75 % para disfrute del poder y cumplir sus promesas electorales, porque ahora Rajoy ha cambiando su discurso y ya no dice que incumple las promesas electorales para cumplir con su deber, sino que solo ha sido un aplazamiento de sus promesas que cumplirá antes del final de la legislatura (si la termina).
Rajoy es un buen funcionario y “obediente” -como lo reconoció en público en Sevilla- con lo que le ordenan desde la UE Merkel, Draghi y Rehn. Pero es un mal político y peor demócrata y sobre sus espaldas pesa y mucho la sombra de Bárcenas. Y no debería de echar en saco roto o menospreciar las mencionadas novedades sobre la monarquía y la reforma constitucional. Porque en poco tiempo y en ambos casos hemos subido unos cuantos escalones y hemos pasado de hablar de Urdangarin a la infanta Cristiana y de la Infanta al Rey como presunto colaborador en negocios “nada ejemplares” de Nóos y de su amiga Corinna. De la misma manera que en el debate democrático hemos pasado de pedir la reforma de la Ley Electoral, a solicitar (por el PSOE) una reforma federal del Estado, y ahora a proponer (por UPyD) la celebración de un “periodo constituyente” para reformar la Constitución.
Y esta escalada de demandas, que desprecia el Gobierno mientras crece el paro y la corrupción, constituye el caldo de cultivo de la creciente indignación o desesperación nacional. Y si el pueblo se enfada y sale a la calle contra la clase política (y no solo contra el paro y la reformas del Gobierno), entonces se comprobará que las mayorías absolutas mal utilizadas pueden acabar muy mal, como por ejemplo le pasó Aznar con su mayoría en la guerra de Irak que tan cara le costó a España en el atentado del 11-M en Madrid.
Si el poder no se ejerce con prudencia y generosidad sino con soberbia y prepotencia, malo. Y si esas actitudes ocurren cuando los ciudadanos están en el paro o la desesperación, pues mucho peor. O sea, cuidado y atención porque la escalada institucional y constitucional ya está en el centro del debate político y también en la calle, las redes sociales y los medios de comunicación. Y no digamos lo que ocurriría si se confirmara que la corrupción ha tocado la jefatura del Gobierno y la del Estado, sin que la mayoría parlamentaria, o la Justicia, actúen en consecuencia. Porque ello sí que sería y por las bravas el principio del fin de la transición.