El Rey, Bárcenas y Mas, los convidados del Debate
Rajoy ha dicho ayer en el Parlamento que España tiene futuro, pero anduvo de puntillas y por la sombra sobre el presente de nuestro país, donde perdura la incertidumbre económica y la crisis social y donde soportamos problemas institucionales y casos de corrupción de primer nivel. Los que pueden provocar, mal que le pese a Rajoy y a su mayoría absoluta, una movilización popular que fuerce la necesaria y cada vez mas urgente reforma democrática de la Constitución. Un “periodo constituyente” como el que ayer pidió Rosa Díez con razón, que no solo va a depender a la vigente mayoría del parlamento, cada vez mas alejada de la ciudadanía, porque los españoles de a pie también tendrán algo que decir si la ruina general y los escándalos siguen como van. De momento, ayer el líder del PSC ya ha pedido la abdicación del Rey y una segunda transición.
En el Vaticano los llaman “los cuervos” que sobrevuelan la plaza de San Pedro, en España, y en honor a don Juan Tenorio, a los fantasmas que se hacen notar se les llama “convidados de piedra” en esta gran cena o bacanal de Baltasar en la que se ha convertido la política española, ahora que España se le escapa al presidente Rajoy, como el agua entre las manos. Ayer los convidados de piedra en el debate del estado de la pobre y fallida nación eran tres: el Rey don Juan Carlos, a quien el líder PSC, Pere Navarro, pidió la abdicación; el ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, al que Rajoy no osa mencionar (mientras que Cospedal, sí lo acaba de demandar); y Artur Mas, el tercer innombrable, al que Rubalcaba justificó su reciente rebeldía culpando al “desdichado” Tribunal Constitucional, y al que Rajoy, con retraso y sin mucho señalar, acusaba de “deslealtad constitucional”.
Lo de Pere Navarro es un asunto muy serio porque es la primera vez que el líder de un partido político español, con representación en el Congreso de los Diputados y el parlamento de Cataluña, le pide al Rey que abdique. Posibilidad que ya hemos subrayado en estas páginas el pasado lunes a raíz de su presunta implicación en el caso Urdangarin, y de la que ayer se alejaban los líderes del PP y del PSOE -Soraya Rodríguez entre otros- a pesar de que el PSC es el PSOE en Cataluña, de ahí la gravedad de dicha declaración, cuyas consecuencias veremos hasta dónde van a llegar.
Pero de todo esto nada se habló en el debate, entre los dos grandes partidos nacionales, como tampoco entraron Rubalcaba ni Rajoy de manera directa y contundente en la declaración del parlamento catalán de soberanía propia, dejando el presidente del Gobierno el solo requiebro de que eso era una “deslealtad constitucional”, y a otra cosa mariposa. Mientras Rubalcaba decía que la culpa de la secesión catalana era un poco de todos y sobre todo del Tribunal Constitucional (sic), por reformar el estatuto catalán que había aprobado el referéndum catalán, con la previa bendición, a todas luces inconstitucional, de Zapatero y del PSOE.
Y, finalmente, llegó el turno de la corrupción del caso Bárcenas al que Rubalcaba aludía como de pasada, justificando así su petición de dimisión a Rajoy, a quien por otra parte Rubalcaba le pedía un sin fin de pactos y acuerdos, lo que contradecía su “¡váyase señor Rajoy!”. Y entonces apareció el Rajoy y lo fulminó: “Yo no voy a pedirle su dimisión porque no me conviene y eso lo hacen otros en su partido; el PSOE fue condenado por financiación ilegal y el PP no; yo he ganado las elecciones por una mayoría absoluta y usted es el autor de la derrota electoral más importante de la Historia del PSOE”. He aquí tres frases implacables de Rajoy, tres golpes secos a Rubalcaba con el bate de roble, que acabaron con las críticas y “slogans” populistas del jefe de la oposición, que en sus críticas Rubalcaba pretendía conciliarse con su electorado y con las bases del PSOE.
La respuesta del presidente del Gobierno -que llevaba escritos su premeditado varapalo a Rubalcaba- fue lógica y de cajón: utilizó los errores del anterior Gobierno y palabras del propio Rubalcaba para imponer el debate sobre el pasado y eludirlo sobre los 14 meses del Gobierno del PP, como sin éxito reclamaba el líder de la oposición. Y eso a pesar de que en su discurso inicial Rajoy no estuvo nada bien, ni se presentó como un líder inapelable de la nación. Regresó con su discurso auto exculpatorio de la herencia recibida y se apropió como éxitos el anuncio de Draghi de que el BCE no dejaría caer a España e Italia -que fue lo que de verdad hizo caer la prima de riesgo-, o el rescate bancario español por parte de la UE, e incluso la mejora de la balanza comercial que es fruto de la caída de las importaciones de España. Y presumió de que el déficit público estará por debajo del 7% para 2012, pero lo cierto es que estará cerca del 8 %, por causa del rescate bancario.
Los éxitos de Rajoy, y esos son ciertos, están en el recorte del gasto público y en haber machacado a impuestos a todos los españoles. Lo demás y los pretendidos brotes verdes para finales de año aun están por ver. En cuanto a sus propuestas e incentivos para crear empleo y luchar contra la corrupción, no están mal pero ya se verá en qué quedan. Lo mismo ocurre con la propuestas de Rubalcaba sobre la reforma de la Constitución para abrir una vía federal y cambiar la ley electoral (esto último no está nada mal).
A Rajoy los debates parlamentarios no se le dan mal y parece que ha aprendido a tocar las cuestiones más sensibles de la sociedad con sus alusiones a los parados y a los desesperados de España. Y buscando el cuerpo a cuerpo con Rubalcaba y Cayo Lara (quien sí tocó el nervio del caso Bárcenas), al reclamar para el PP y para el Gobierno los “sentimientos” y “la esperanza” de los españoles.
Sin embargo los cuatro problemas capitales de España ahí siguen y ahí están: paro, corrupción, ruptura de la cohesión nacional y crisis institucional (la Corona incluida). Y ahí van a seguir sin que en el horizonte se perfile un gran acuerdo nacional. Incluso esa reforma de la Constitución que Rubalcaba pide y que Rajoy no ha descartado pero sin decir nada más está en el aire, porque nadie, con excepción de Rosa Díez, planteó en el debate el verdadero problema del momento español: el agotamiento y final del Régimen de la transición.