The Wall
El muro de Trump es una antigualla. Los chinos construyeron una muralla que se ve desde satélites. Era un muro sinuoso, no recto, y no por la orografía, sino para acorralar contra sus recovecos a los jinetes tártaros. El emperador Adriano alzó un muro de lado a lado de Inglaterra para detener a los pictos, esa gente de Escocia que aún incordian. Los autores latinos llamaban a esa región “ultimosque horribilisque britanicorum”.
Felipe II también alzó un muro: el Escorial. Detrás de él se escondió traicionando la política nómada y viajera de su padre y de Fernando el Católico. Ese Felipe fue un neurótico, el Norman Bates de los monasterios, que en vez de disecar a su mamá, se solazaba viendo pudrirse en el Escorial a sus parientes. Con él comienza la decadencia, en vez de expandir se refugió tras su muralla del Escorial.
Si Trump tiene neurosis de muralla es que Estados Unidos se repliega. Hay que tomar buena nota del dato. Ya se ha retirado del Pacífico, que será ocupado por China y Japón, cuando USA tenía la oportunidad de contrarrestarlo junto con Australia. Allá él y allá ellos, los USA, que con él abandonan la expansión imperial iniciada a costa nuestra en 1898 por Mahan, Quincy Adams, Teddy Roosevelt y Randolph Hearst.
¿Quién sabe? Quizás será bueno para los americanos dejar de comprar en China y que esta no posea los títulos de la deuda china. El esfuerzo por pagar el té de la China llevó a Gran Bretaña a su infame Guerra del Opio. Mejor no llegar ahí. Y si la OTAN queda fuera de la muralla Trump, puede ser el catalizador de la nueva Europa, que, está si, demolió su muro en Berlín.