¡Bravo Carmena!
Esta alcaldesa que, según un amigo escritor, parece una castañera, merece todos mis elogios por plantearle cara al dominio del coche en las calles de su ciudad. Aunque Gallardón gastó millones -¿Quién pagó?- en túneles que han sido providenciales, el tráfico de Madrid deja mucho que desear. Y con él la contaminación. No hay que llamarla polución que eso es moderno y nos lo afeaban en el colegio, traducción literal del inglés “pollution”. Aquí eso no contamina el aire, los coches sí.
Cerrar la Gran Vía ha sido un gesto bello si precario. Ha sido decir, el coche no es lo más importante. No puedo estar más de acuerdo con Carmena: el peatón es lo más importante y el urbanismo es lo que una persona humana se encuentra cuando sale a la calle.
El coche arrambló monopolísticamente con el espacio urbano, hora es de ponerlo en su lugar y dejar al hombre el disfrute de la ciudad. Claro que disfrutar de la ciudad es moverse por ella, pero si la demanda es excesiva, conviene asignar el recurso escaso calle por medio de mecanismos de mercado o de planificación social. Londres cobra por circular en el centro, Rio tiene días pares e impares para que las matriculas del coche repartan el uso.
Hablar del transporte público es lo progre, pero no sirve. Es el coche privado lo que conviene domeñar, y para que se entienda, cerrar la Gran Vía es un gesto espectacular. Pero ¿Qué se puede hacer luego? Auguro que Carmena nos sacará las castañas del fuego.