Literatura

Universo Murakami

El reciente premio Princesa de Asturias puede verse como un escritor de dos mundos: Japón y Occidente, realismo y fantasía

Universo Murakami

EUROPA PRESSHaruki Murakami.

Candidato recurrente al Nobel, el japonés Haruki Murakami comparte con Orhan Pamuk, que también fue candidato y, finalmente, ganador del Nobel, el hecho de tener un pie en Oriente y otro en Occidente. En el caso de Pamuk, esa ambivalencia es la propia de su país, Turquía. En el de Murakami, de un Oriente más lejano, se trata de algo adquirido, no heredado, y fruto de su inclinación particular. Aunque conviene advertir que, si para Turquía ser un puente entre dos continentes es una tradición histórica dictada por la geografía, el remoto Japón se occidentalizó a partir de 1868 con la entronización de la dinastía Meiji (véase la película El último samurai con Tom Cruise) y acentuó ese carácter tras el final de la segunda guerra mundial y la posterior guerra de Corea, que hicieron del país un firme aliado de Estados Unidos.

En todo caso, Murakami, que ha sido profesor en las universidades estadounidenses de Princeton y Taft, ha asumido en cierto modo el papel personal de puente entre las dos culturas, con sus traducciones al japonés de autores como Scott Fitzgerald, John Irvng, Raymond Carver o J. D. Salinger. 

Pero, aunque le han colgado la etiqueta de “escritor japonés más occidentalizado” y haya vivido cierto rechazo o falta de aprecio en su propio país, una aproximación a la obra del reciente premio Princesa de Asturias debe empezar por constatar que, junto a ese carácter bien conocido, y no tan excepcional, de japonés occidentalizado, Murakami no ha cortado en absoluto con sus raíces. Detrás de su fachada occidental, hecha de jazz, cultura pop o cerveza, hay un escritor cien por cien japonés, “más japonés que el sushi y el té verde juntos”, como sostiene el experto en Murakami en particular y cultura japonesa en general Carlos Rubio, autor del libro El Japón de Murakami (Aguilar). De modo que, para adentrarse en el universo de este autor, que a su lista de premios acaba de añadir el prestigioso Princesa de Asturias (entrando en un club en el que también están Vargas Llosa, Umberto Eco, Philip Roth, Leonard Cohen, Margaret Atwood, Bob Dylan, Paul Auster, Claudio Magris, Arthur Miller o Woody Allen) se puede empezar perfectamente por un libro que no está escrito por él. Pero que trata de Japón a través de Murakami y de Murakami a través de Japón. Con múltiples referencias e informaciones sobre la cultura que, por encima de las apariencias, constituye el humus de su literatura. Por ejemplo, los personajes solitarios de Murakami –sostiene Carlos Rubio- son herederos de los efectos ambivalentes que tuvo la primera occidentalización y que fueron vaticinados y tratados por el novelista japonés Natsume Soseki ((1867-1916), el escritor japonés moderno más valorado, convertido en clásico indiscutible. En tanto que su obra muestra el precio que la sociedad japonesa tuvo que pagar por modernizarse, Soseki puede verse como un precedente de Murakami.

Realismo y fantasía

Haruki Murakami, en una conferencia en Italia en 2019. TUSQUETS

Acerca de la literatura de Murakami (publicada mayoritariamente en España por Tusquets), se ha subrayado e insistido en sus atmósferas de irrealidad y onirismo, los coqueteos con lo fantástico y diatópico, la presencia de lo mítico. Sin embargo, esa es solo una de las facetas de este complejo escritor. Murakami también ha reflejado con valor documental el movimiento estudiantil de los años 60 y 70 en Japón, en el que él participó sin implicarse demasiado. Así, en Tokio Blues, novela de 1987, el protagonista evoca esos años y la encrucijada vivida por la generación del propio Murakami, siendo una canción de los Beatles su particular magdalena de Proust. Según sus propias declaraciones, Tokio Blues fue un intento deliberado y programado de hacer una novela realista con la que ganar lectores. En títulos posteriores, ha vuelto a apoyarse de modo muy directo en la realidad de su país para construir sus historias, como las recogidas en Después del terremoto (2013), en las que pesan sobre los personajes las consecuencias del catastrófico terremoto que en 1995 arrasó la ciudad de Kobe. Mayor valor documental aun tiene el libro Underground, de 2014, en el que investiga el ataque terrorista con gas sarín en el metro de Tokio en el mismo año de 1995.

Con todo, el Murakami que ha seducido a tantos lectores y críticos fuera de su país, éxito que le ha valido el premio ahora concedido, es el de títulos como Kafka en la orilla (2002), relato de largo aliento como muchos de los suyos, en el que un adolescente que se hace llamar Kafka abandona su casa el día en que cumple quince años. Su peregrinaje le lleva a conocer a un adulto que, de niño, sufrió las consecuencias de la segunda guerra mundial: de nuevo, la realidad y la historia gravitando sobre una trama imaginativa. Kafka en la orilla ganó en España un curioso premio, el San Clemente, otorgado por el Instituto Rosalía de Castro, de Santiago de Compostela, y cuyo jurado fueron estudiantes de secundaria de toda Galicia. Este hombre poco dado a entrevistas y actos sociales viajó a Galicia a recoger el premio, y afirmó haber disfrutado con la charla con los estudiantes y el vino y el marisco gallegos. 1Q84, auténtico best seller, publicada en tres tomos entre 2009 y 2010, pertenece también a la vertiente fantástica de Murakami. La novela participa de la ciencia ficción (el título alude directamente al 1984 de Orwell; la letra Q, en japonés, equivale fonéticamente a nueve), la fantasía y lo policial. Otro título importante que conjuga futurismo, fantasía y ciencia ficción es El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, con unicornios, criaturas siniestras, científicos que manipulan la conciencia y personajes despojados de su sombra como una forma de amputarles el pasado. Todo, repartido en los dos mundos opuestos del título, el llamado “fin del mundo” y el país de las maravillas. También tiene algo de estructura binaria, además de una muy larga extensión, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, novela empapada de magia, fantasía y onirismo, y poblada de personajes extravagantes, con ecos de Alicia en el país de las maravillas. Según Carlos Rubio en el libro citado al principio, los principales recursos del mundo fantástico de Murakami son: animales encantados, pasadizos mágicos, personajes sometidos a algunos de los esquemas mitológicos universales y, en general, un aire sutil que envuelve todas sus novelas. Ese aire es la aceptación del desconocimiento de la propia conciencia; como dice uno de sus personajes, “las tinieblas del mundo exterior han desaparecido, pero las tinieblas de nuestra alma continúan inalteradas”.

Pero, con toda su fantasía, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo tiene que ver con otra faceta muy característica de la obra de Murakami: las relaciones entre hombres y mujeres, la soledad, el abandono. Ha afirmado en una entrevista que le interesa explorar todo lo que pasa entre un hombre y una mujer, quizá la relación más importante. Muchas de sus novelas, y cita esta entre otras, “pueden leerse como una variación de un tema: un hombre ha sido abandonado, o ha perdido, a su mujer, y su incapacidad de olvidarla lo atrae hacia un mundo paralelo que parece ofrecer la posibilidad de recuperar lo perdido, una posibilidad que la vida tal como la conoce nunca puede ofrecer”. Baila, baila, baila o Sputnik, mi amor serían otros títulos que encajan en ese apartado, según el propio autor. En la primera, coinciden ese abandono de la mujer, un retorno al pasado en su busca y el encuentro con una serie de cambios en los lugares conocidos y nuevos personajes extraños e irreales. En la segunda, hay también un abandono y una repetición del viejo esquema “amor loco: yo por vos y vos por otro”, otra en este caso, ya que la joven protagonista está enamorada de su jefa, mientras que otro personaje, significativamente llamado K, está enamorado de la joven.

El viaje que nos cambia

“No sé por qué esta obsesión es tan central o porqué sigo escribiéndola”, dice Murakami en esa entrevista de 2004 para The Paris Review. “Encuentro algo parecido en los libros de John Irving, en todos hay un personaje a quien le falta una parte del cuerpo… Para mí es lo mismo: el protagonista siempre está perdiendo algo y buscando lo que perdió… Es como Odiseo. Experimenta tantas cosas extrañas en su búsqueda, en su vuelta a casa. Tiene que sobrevivir a estas experiencias y al final encuentra lo que estaba buscando. Pero no está seguro de que sea la misma cosa. Creo que ese es el tema de mis libros. Es la fuerza que motoriza mis historias: perder y buscar y encontrar. Y la decepción y una nueva visión del mundo. La decepción como rito de pasaje. La experiencia en sí es un significado. El protagonista ha cambiado en el transcurso de sus experiencias –eso es lo principal. No lo que ha encontrado: cómo ha cambiado”.

El japonés Haruki Murakami. EFE

La muerte del comendador responde a un esquema parecido (un hombre abandona a la esposa que ya no le quiere) y los seis relatos del volumen Hombres sin mujeres giran igualmente sobre desencuentros amorosos, la ruptura y la soledad consiguiente.

Que Murakami es un escritor complejo, imposible de reducir a un esquema único, lo muestra un título como After Dark, en el que un paisaje urbano y nocturno, como de cuadro de Edward Hopper, contiene una atmósfera de extrañeza. Y no faltan en su trayectoria libros de contenido autobiográfico como De qué hablo cuando hablo de correr (Murakami es corredor de maratones, incluyendo el maratón propiamente dicho, la distancia que va de la playa griega de ese nombre histórico a la ciudad de Atenas) y De qué hablo cuando hablo de escribir.

Este autor amante del jazz (con cuya técnica compara su escritura), que de joven quería escapar de la cultura japonesa, no ha dejado de escribir sobre su país y sus compatriotas. Lo ha dicho él mismo y lo han detectado estudiosos como Carlos Rubio, para quien el oxígeno que respiran sus personajes es el del sintoísmo, la religión nacional; y su obra es un espejo de la lucha que mantiene la sociedad japonesa entre el apego a la tradición y la conformidad social, de un lado, y el individualismo de la modernidad, de otro.

Haruki Murakami, en una conferencia en Italia en 2019. EFE

En definitiva, sus novelas, tan apreciadas en el Occidente geográfico (políticamente, Japón también es Occidente), pueden ayudar a salvar el abismo que separa su cultura y la nuestra. Pueden conseguir, como ha escrito el chileno Alejandro Zambra, que los leamos (a él y a sus colegas tradicionales u occidentalizantes) desde el recurrente orientalismo que señalara Edward Said, pero ya sin culpa, orgullosos incluso de la japonería. Esa japonería que, vestida a la occidental, empapa la obra de Haruki Murakami.