Pablo Picasso siempre mantuvo una relación controvertida con las mujeres. Era un volcán un erupción, un seductor nato y un enamoradizo empedernido; también un hombre celoso, posesivo e inconstante. A lo largo de su vida conoció a muchas mujeres a las que amó apasionadamente, al igual que ellas a él. Pero cuando el universal pintor se cansaba de una pareja no tenía el más mínimo reparo en abandonarla, en ocasiones, cruelmente, como si de un juguete en manos de un niño caprichoso y malcriado se tratara. Como una especie de Barba Azul con sus siete mujeres. Las situaba en un pedestal para luego arrojarlas al lodazal.
Son las sombras que han enturbiado la figura del genial artista durante toda su vida y que han hecho correr ríos de tinta, poniendo en entredicho al Picasso persona, pero también su arte. Se le ha tachado de misógino, infiel e incluso de maltratador, sobre todo, y más recientemente, desde una parte de la izquierda y desde el feminismo, que ahora le censura y aboga por que sea sometido a una revisión. No tanto por su obra como sí por el hombre que había detrás de sus mujeres, al considerar que hasta ahora se había blanqueado uno de los aspectos más oscuros e incómodos de su vida.
Todas las mujeres de su vida se convirtieron en sus musas. La fuente de inspiración de gran parte de su colosal obra. Ellas alimentaron su caldera artística y fueron figuras esenciales de sus cuadros. Cuando Picasso sustituía a una mujer por otra, todo cambiaba en su vida: se mudaba de vivienda y de estudio, empezaba a admirar a otro poeta, asistía a otras tertulias… Y, ante todo, cambiaba su estilo pictórico. Ellas impulsaron sus transiciones artísticas y lo incitaron a buscar nuevos rumbos que marcaron la historia del arte contemporáneo.

Pablo Picasso y François Gilot, una de las mujeres del artista, en una foto de Edward Quinn.
Expertos en la figura del artista malagueño apuntan que su obra está fuertemente marcada por una especie de relación sexo/arte. Incluso desde su juventud, cuando un Picasso de apenas 13 años ya retrataba sus pulsiones eróticas sobre el lienzo. Ángeles Méndez Gil, una joven gallega de buena familia a la que el padre del cubismo conoció durante los años que residió junto a su familia en A Coruña, fue su primer gran amor. Pero cuando los padres de ella se enteraron, se la llevaron a otra ciudad, pues no querían que se relacionara con alguien de menor estrato social. Picasso no la olvidó fácilmente y sus sentimientos hacia ella quedaron, según han apuntado algunos entendidos, inmortalizados en un cuadro: La muchacha de los pies descalzos, su primera gran obra maestra y un preludio de sus pinturas más célebres del Periodo Azul y Rosa.
Las siete mujeres de su vida
Picasso logró resarcirse de aquel primer desengaño amoroso con una ajetreada vida sentimental. Hasta siete mujeres cayeron rendidas a sus encantos durante relaciones más o menos estables. Siete mujeres amadas con pasión y frenesí. Siete mujeres convertidas en su obsesión y en modelos de su arte. Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga Khokhlova, Marie-Thérèse Walter, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline Roque le amaron y le padecieron. La mayoría de estas relaciones fueron tormentosas, con una de las dos partes, la femenina, saliendo bastante mal parada. entre infidelidades, desprecio y humillaciones por parte del artista.
La modelo y escritora francesa Fernande Olivier fue la primera. Con ella compartió sus años de penuria en París, entre 1904 y 1910, y la relación estuvo marcada por los celos de ambos que rozaban la violencia. Ella fue una de las grandes fuentes de inspiración de Picasso en más de 50 obras. Al conocerla, el pintor malagueño inauguró su llamado Periodo Rosa y años después fue la protagonista de varias de sus obras cubistas más famosas, entre ellas Las señoritas de Aviñon.

Retrato de Olga Khokhlova. MUSEO PICASSO DE BARCELONA
Tras separarse de Fernande, el artista se enamoró perdidamente de Eva Gouel. Ella fue su gran musa durante la etapa cubista, pero su prematura muerte por tuberculosis le separó para siempre del pintor. La tragedia le golpeó profundamente y su vida se tornó un infierno, como él mismo confesó en una carta a su amiga, la escritora estadounidense Gertrude Stein.
Picasso intentó aliviar su hondo dolor a través de nuevas amantes. Gabrielle Lapeyre, Irène Lagut o Émilienne Pâquerette. Pero sería la bailarina y aristócrata rusa Olga Khokhlova quien terminó atrapando al pintor. En 1918, se casó con ella y tres años más tarde tuvieron un hijo, Paulo. Ella fue una importante influencia en el artista y la artífice de que éste se alejara durante un tiempo del cubismo para aproximarse al neoclasicismo.
Sin embargo, la relación con Olga se iría al traste por los maltratos y las numerosas infidelidades de Picasso, entre ellas la que protagonizó junto a una joven suiza de apenas 17 años, Marie-Thérèse Walter. Él tenía en ese momento 46 y quedó completamente cautivado por ella. Se convirtió en su amante mientras el pintor siguió casado con Olga, que no quería divorciarse de él, y también en la modelo de sus obsesiones eróticas. Fruto de esta relación nació la segunda hija del pintor, Maya. Sin embargo, la vida familiar junto a Marie-Thérèse y la recién nacida empezó a pasarle factura y se desenamoró, poco a poco, de ésta hasta conocer a su siguiente amante: Dora Maar. Dos amantes al mismo tiempo cuyas angustias le sirvieron al artista para seguir alimentando su arte.

Marie-Thérèse Walter inspiró 'Le Reve', una de sus obras más eróticas (1932). TATE MODERN
Con una consagrada carrera como fotógrafa dentro del surrealismo y unos comprometidos ideales políticos, Dora Maar se convirtió en la musa de Picasso entre 1936 y 1944, ella es la modelo que inmortalizó la serie La mujer que llora, y quien despertó el carácter político del artista. Eran años difíciles. Tiempos de guerra. El estallido de la Guerra Civil Española llevó al malagueño a explorar nuevos caminos en su arte y a pintar su obra maestra, el Guernica, mientras Dora era la encargada de fotografiar todo su proceso de creación.
La relación parecía ir viento en popa, pero una vez más el pintor perdió el interés por su pareja y rompió con Dora, a la que llegó a acusar de ser una persona “excesivamente desequilibrada”. La polifacética artista, devorada por su encuentro amoroso con Picasso y deshecha, ingresó en un hospital psiquiátrico, donde se le llegó a aplicar incluso electroshock. El poeta Paul Éluard, que era el mejor amigo de ella, pidió a Picasso que la sacara de allí por su responsabilidad en su colapso mental y padecer junto a él varios episodios de maltrato psicológico y físico.
Mientras tanto, Picasso a lo suyo. Una nueva relación engrosaba su ‘colección’ de conquistas amorosas. El reemplazo de Dora Maar fue Françoise Gilot y se conocieron cuando él tenía 61 años y ella 21. Durante diez años fue su amante, compañera y discípula, y fruto de esta relación nacieron dos hijos, Claude y Paloma.

Picasso y Françoise Gilot, en la icónica foto de Robert Capa. MUSEO PICASSO DE PARÍS
Françoise fue la única mujer que ‘sobrevivió’ a Picasso, la mujer que abandonó al ‘Don Juan’ en busca de la libertad que se le privaba. Se marchó para siempre de su lado para retomar su carrera artística, y lo hizo llevándose a sus dos hijos. La ira de Picasso fue tal que llegó a decir a todos los marchantes de artes que él conocía que no compraran la obra de Gilot.
Jacqueline Roque fue el último romance en la agitada vida amorosa de Picasso. También el más largo: 19 años. La ceramista apareció en la vida del artista cuando estaba totalmente abatido por la soledad en la que se vio sumido tras la ‘huida’ de Françoise Gilot. Él necesitaba crear constantemente para sentirse vivo y lucha contra la senectud. Jacqueline le salvó del ocaso artístico desde 1954 hasta la muerte del pintor, siendo, además, su musa más prolífica, con más de 400 retratos de ella, más que cualquier otra de las mujeres que lo acompañaron a lo largo de su vida.
Apenas tres meses después de contraer nupcias, en 1961, cuando él tenía 82 años y ella 35, la pareja se instaló en Notre Dame de Vie, una mansión en la localidad francesa de Mougins, en la Costa Azul, donde el artista pasaría sus últimos años. En su refugio del sur de Francia, la que en un principio parecía una sumisa esposa, se reveló como una mujer controladora, un ‘ama de llaves’ implacable que aisló paulatinamente a Picasso de familiares y amigos.

Jacqueline y Picasso bailando en el estudio. DOUGLAS DUNCAN
Espiral de tragedias tras su muerte
Desde su morada-prisión, el anciano pintor, convertido en un mito viviente, se entregó en cuerpo y alma al arte, trabajando infatigablemente hasta el día de su muerte. De hecho, un día antes de fallecer, estuvo retocando el que sería su último cuadro, Mujer desnuda acostada y cabeza. El espíritu del malagueño que durante toda su vida le llevó a desafiar los límites en el arte, también le hizo superar los del mismo cuerpo humano. Y es que pese a ser un octogenario su producción artística fue impresionante: solo en un año pintó más de setenta autorretratos de Jacqueline.
El 8 de abril de 1973 murió Picasso en su casa tras fallarle los pulmones y el corazón. Como las autoridades locales no permitieron a Jacqueline poder enterrar al artista en los terrenos de su vivienda, trasladó sus restos al jardín del castillo de Vauvenargues, propiedad también de Picasso. Ni amigos ni familiares pudieron despedirse de él ante la negativa de su viuda a que asistieran al entierro.
La muerte del pintor desató, como si de una maldición se tratara, una espiral de tragedias. Su nieto Pablito, hijo de Paulo, el primogénito de Picasso, intentó quitarse la vida al día siguiente del entierro al no serle permitido despedirse de su abuelo. Se bebió una botella de lejía que le quemó el tracto digestivo. Murió tras tres agónicos meses entre dantescos dolores. Dos años después, el padre de Pablito, Paulo, quien había vivido sumido en la tristeza ante el abandono de su padre, moría a consecuencia de su alcoholismo. Algunas de las mujeres de su vida tampoco escaparon a este fatal destino. En 1977, Marie-Thérèse se suicidó ahorcándose y, en 1986, Jacqueline se quitó la vida disparándose en la cabeza con un revolver.

El pintor español Pablo Picasso y su hija Maya Ruiz-Picasso. EFE
La ausencia de Picasso también desencadenó una batalla legal por su patrimonio entre sus familiares que se extendió seis años. No en vano, el prolífico artista dejó casi 45.000 obras en total. Además de sus propiedades, contaba con 4,5 millones de dólares en metálico y varios millones en lingotes de oro. Lo que no dejó fue un testamento. El pintor se negaba constantemente a redactarlo en sus últimos años por su carácter supersticioso, convencido de que en caso de hacerlo al día siguiente moriría. “Pienso en la muerte de la mañana a la noche, es la amante que nunca me abandona”, decía.
En el punto de mira del feminismo
Picasso seguirá siendo el mayor genio del siglo XX y uno de los grandes pintores de la historia del arte. Aunque con muchas zonas oscuras, sobre todo en lo que respecta a su relación con las mujeres. Fue uno de sus lados más escabrosos, y la nueva ola feminista surgida a raíz del movimiento ‘Me Too’, sobre todo desde Francia, no se lo perdona y lo tiene en su punto de mira al denunciar que se trataba de un hombre misógino, narcisista, machista y maltratador que “destrozó la vida” de sus parejas.
Unas acusaciones que no son una cuestión nueva. Ya hay abundante bibliografía en la que Picasso no sale indemne al detallar las relaciones de abuso, maltrato y dependencia que tenía con las mujeres, incluidas varias memorias de algunas de las que fueron sus parejas y musas, como las de Françoise Gilot, en las que desenmascaró a la persona que había detrás del genio. La de un hombre con impulsos contradictorios y de mentalidad controladora.
La autora estadounidense Arianna Huffington fue más allá y en su libro Picasso: creador y destructor (1988) dio cuenta de los múltiples maltratos físicos a los que sometió a algunas de sus parejas. A Marie-Thérèse le llegó a quemar con cigarrillos, mientras que a Dora Maar la solía golpear con frecuencia hasta dejarla inconsciente, según los testimonios que recogió de varias personas que presenciaron las palizas a las que el pintor y escultor sometía a la fotógrafa.

Dora Maar, musa de Picasso en 'La Mujer que llora'. TATE MODERN
Su nieta, Marina Picasso, tampoco se quedó corta en sus memorias a la hora de describir la relación de su abuelo con las mujeres: “Las sometía a su sexualidad animal, las domesticaba, las hechizaba, las devoraba y las aplastaba en sus lienzos. Después de pasar muchas noches extrayendo su esencia, una vez desangradas, se deshacía de ellas”.
En Las traiciones de Picasso (2022), el escritor, catedrático y director del IEE de la Universidad San Pablo CEU, José María Beneyto, trata de dar respuesta a muchas de las acusaciones vertidas sobre el pintor. En su ensayo se pregunta por qué necesitaba a las mujeres con tanta vehemencia y posesividad y por qué luego se enseñaba con ellas. “¿Por qué las maltrataba y las dejaba caer, sustituyéndolas de forma cruel y humillante por otra u otras? ¿Por qué las utilizaba como materiales absolutamente necesarios para crear su arte?” Y responde de forma contundente: “Eran figuras imprescindibles para que él, como artista, pudiera crear, e imprescindibles para que existiera su obra. Sus mujeres sólo existían verdaderamente para él en sus pinturas”.
Es como la leyenda del Minotauro y la doncella. Repitiéndola, una y otra vez, con cada una de las mujeres a las que amó y que una vez “el ogro las había devorado las lanzaba a las tinieblas más negras, como si jamás las hubiera conocido”, como cuenta Beneyto a través de una bien traída metáfora.
La periodista francesa Sophie Chauveau también ha sido muy beligerante con la controvertida figura del artista a través de su libro Picasso: la mirada del minotauro (2017), al denunciar “el control irresistible y devastador del genio sobre todos aquellos que lo amaban”.
Con semejantes relatos acerca de los impulsos contradictorios y violentos que a Picasso le despertaban las mujeres, cabe pensar que, como en otros muchísimos otros casos a lo largo de la Historia del Arte, ellas fueron mujeres completamente anuladas por un genio apabullante. Mujeres que desgraciadamente pasaron a la historia a la sombra de un hombre que se supo aprovechar de su belleza, de su talento o del magnetismo que desprendían.

Acción feminista contra el artista. MUSEO PICASSO DE BARCELONA
Y en estas llegó en 2017 el feminismo francés para denunciar los arquetipos machistas que representa Picasso y reivindicar un revisionismo sobre su figura. Los Museos Picasso de París, Barcelona y Málaga ya han dado varios pasos en esta dirección. La pinacoteca de la capital catalana lo llevó a cabo hace unos años a través de un primer taller, Bajar la libido al minotauro: confrontamos la masculinidad picassiana, en el que se reflexionaba desde el mundo del arte acerca del pintor malagueño y la mirada femenina sobre su obra. “Un debate que no hay que esquivar ni se debe caricaturizar”, subrayaba el museo a través de su director, Emmanuel Guigon.
Como Picasso no dio prácticamente ninguna entrevista sobre su vida personal, mucho de lo que se ha escrito podrían ser especulaciones o interpretaciones. "Es a través de las obras que podemos trazar su itinerario afectivo, (con) obras más violentas, otras más tiernas", ha explicado en varias ocasiones Olivier Picasso, nieto del pintor.
Así las cosas, no está demás poner sobre la mesa este debate revisionista sobre la figura de Picasso. El autor del Guernica es un genio universal, pero no debe permanecer ajeno a una revisión seria y cuidadosa, como ya apuntó el pasado mes de septiembre la ministra de Cultura francesa, Rima Abdul Malak, en la inauguración del Año Picasso junto a su homólogo español Miquel Iceta. Quien describió a Picasso como una “persona hija de su tiempo y con todas las contradicciones” y que, no por ello, se podía evitar promover su obra porque “no gusten algunos aspectos de su vida personal, al igual que tampoco se pueden orillar aspectos discutibles”.