María Jiménez, la flamenca punky pionera del #seacabó

Al torbellino de Triana nadie lo podía parar. Con un espíritu indómito se puso al mundo por montera y se pasó por el arco del triunfo todo lo que dijeron de ella. Cuando llegó el momento, denunció los malos tratos conyugales. No la creyeron, pero ella continuó batallando y ganó. Su mundo siempre fue otro.

María Jiménez

María Jiménez interpreta 'Con dos camas vacías' en una gala de televisión.

Ahora que ha muerto se nos llenará la boca de gritar a los cuatro vientos que María Jiménez fue la pionera del #seacabó. Agotaremos la tinta de nuestras plumas sujetando negro sobre blanco que la cantante sevillana fue una valiente que denunció los malos tratos conyugales. Y así fue. Pero entonces no la creyeron. Con los primeros balbuceos del siglo XXI, en 2002, en plena contienda judicial por el divorcio, nadie lo aceptó, porque el denunciado era Pepe Sancho, el estudiante de Curro Jiménez para el pueblo que peinaba canas y el flamante chico Almodóvar de Carne trémula, para los modernos.

En aquella época se vendió como una relación tortuosa, como un amor alimentado por la pasión y el odio, por idas y venidas de dos famosos cuyo temperamento era una bomba de neutrones mezclada con el alcohol. Al torbellino María Jiménez nadie lo podía parar. Con un espíritu indómito se puso al mundo por montera, se pasó por el arco del triunfo todo lo que dijeron de ella y continuó batallando y ganó. Su mundo siempre fue otro.

Artista sobre todas las cosas

Mujer de genio de látigo, María Jiménez aprendió pronto que la vida no es para los pusilánimes. En su autobiografía Calla canalla (Plaza y Janés 2002) voceó al mundo las vicisitudes que tuvo que sortear para llegar a ser lo que fue.

Siempre quiso cantar, pero en su casa nunca le dejaron. A tumba abierta desveló que su familia era tan pobre que llegó a pasar hambre. Siendo muy niña la pusieron a trabajar en un obrador en el barrio de Triana hasta que decidió volar para hacer realidad su sueño. Ella era artista desde las entrañas hasta el alma. En Barcelona se buscó la vida. Comenzó limpiando por horas, un trabajo que salpicó con pequeñas actuaciones nocturnas en garitos de poca monta.

Fruto de una relación prohibida con un señorito andaluz, el 7 de enero de 1968 nació su primogénita, Rocío. María Jiménez tenía 17 años y, como el padre jamás quiso saber nada ni de una ni de otra, crio y educó a su hija sola. Era menor de edad (entonces hasta los 21 no te regalaban la autodeterminación). No se amilanó. Gracias a la maternidad se puso por montera a aquella España Tardofranquista monocroma en la que una madre soltera era merecedora de la ignominia y la humillación social.

Jamás reveló la identidad del padre de su hija. En su autobiografía confesó que solo se lo había dicho a su hija. Ambas se llevaron el secreto a la tumba.

La muerte de Rocío

Rocío falleció un 8 de enero de 1985 en un accidente de tráfico. Se terminaban las vacaciones de Navidad, la niña tenía que volver al colegio. Viajaba en coche de Madrid a Málaga con dos amigos, Viviano y Marcel. Rocío tenía un billete del tren, pero a última hora, sin decir nada a nadie, prefirió hacer el viaje en coche. A la altura del kilómetro 115 de la carretera nacional IV, en el término municipal de Madridejos (Toledo) el Seat 133 en el que viajaban los tres amigos se salió de la carretera, invadió la calzada contraria y provocó un tremendo accidente que se saldó con cinco fallecidos y tres heridos graves.

A María Jiménez no le gustaba hablar de aquello. Jamás se repuso del mazazo. “Llegué a darme golpes contra la pared, del dolor tan grande que sentía", confesó en más de una ocasión. Para sobrellevarlo se aferró a Dios, a su fe y al amor de su otro hijo, Alejandro. "Dios me dio a mi hija y Dios me la quitó", se lamentaba.

Para entonces ya se había casado y separado de Pepe Sancho por primera vez. Luego vinieron dos bodas más (una de ellas de pega) y una separación conflictiva, turbulenta y mediática.

Las tres bodas de María Jiménez y Pepe Sancho

María y Pepe se conocieron en un restaurante de Madrid en 1978. Ambos eran personajes famosos y su historia alimentó cientos de páginas del corazón. Ella ya era una cantante de éxito y él vivía de la fama que le había otorgado su personaje de Curro Jiménez. "Fue un flechazo, pero después fueron veinte puñaladas", escribió en su autobiografía.

Se casaron el 1 de julio de 1980 y ni siquiera ese día sortearon la bronca. "Ese día me formó un escándalo, que yo me quería separar ese mismo día de él. Psicológicamente me volvió loca ese día", declaraba María en televisión. fuera como fuese, continuaron juntos y tres años más. En 1983, nació Alejandro, el único hijo en común de la pareja.

"Me maltrataba física y psíquicamente, me daba una paliza y a continuación me decía: vamos a casarnos otra vez, y yo era tan tonta que, después de unas carantoñas, le creía”, confiesa en Calla canalla. De manual.

Tras el accidente de Rocío, Pepe se convirtió en su mejor apoyo. Y una cosa llevó a la otra. Decidieron casarse por segunda vez, en Costa Rica el 27 de febrero de 1987 con su hijo Alejandro como testigo. Aparentemente la vida le había dado una segunda oportunidad a la cantante, pero, según se desprende de su autobiografía, la segunda parte de su relación fue más dura que la primera.

Entre los celos y las infidelidades

Entre las infidelidades y la falta de autonomía, la luz de María estaba apagada. Pepe Sancho había anulado a la cantante, alejándola de las tablas y a ella no le quedó más remedio que quedarse en casa cuidando de él y de su hijo. Cuenta que Pepe Sancho era posesivo y muy celoso. “Vivía atormentada. No sabía si era mejor que el padre estuviera en casa o no. Era muy duro vivir al lado de Pepe”, declaró cuando fue capaz de romper con todo.

Ángel Antonio Herrera, periodista de pluma ágil que en la época se conocía todos los chascarrillos del corazón, sostiene que “Él hacía su vida, en la que María Jiménez no pintaba nada, y María no hacía su vida porque tenía de gran amor a Pepe Sancho".

Así las cosas, incluso se llegaron a casar una tercera vez en Nepal. Fue una boda de palo, pero que ocupó la portada de la biblia del corazón y cuya exclusiva les reportó grandes beneficios.

Alejandro pilla a su padre con otra

En 2002 María Jiménez soltó la bomba de su separación. A esas alturas, las infidelidades de Pepe Sancho eran públicas y notorias, pero cuando su hijo Alejandro lo pilló en la cama con otra mujer que no era su madre se colmó el vaso. María decidió terminar con todo.

Fue un divorcio tormentoso alimentado por la publicación de Calla canalla. Con ese libro España supo que “Pepe era un maltratador que hizo su vida insoportable”. A pesar de todo, nadie le creyó.

En un relato de manual, María Jiménez relató que el núcleo del maltrato se centraba en la obsesión del actor por controlar la vida de su mujer. "Como mi marido siempre ha sido muy absorbente, tanto cuando nos casamos como durante todos los años que me ha tenido arrinconada, verme hecha un adefesio, hinchada como un globo, le hacía reafirmarse", escribió a través de la pluma de María José Bosch. "Cuanto más vieja y más gorda me viera mejor, menos tenía que preocuparse".

Cuando pudo, María Jiménez lo denunció. En el juicio le dieron la razón, pero no condenaron a Sancho porque aquellos actos habían prescrito.

El renacer de una diva

Ejemplo de mujer resiliente, resurgió de sus cenizas como el Ave Fénix. Recuperó su espacio musical y aún fue capaz de seducir a las nuevas generaciones. Regresó a la música riéndose de todo y de todos, incluso de ella misma. La diva tornó transformada en un maravilloso pavo real.

Descarada como siempre, pasó de operaciones, regímenes y cualquier tipo de tiranías estéticas. A ella le bastaba su chorro de voz y su sensualidad. Lo suyo fue una especie de copla punky que le llevó a versionar a su manera grandes clásicos como Alfonsina y el mar, 19 días y 500 noches, Se me olvidó otra vez, Por el boulevard de los sueños rotos o A mí manera.

María Jiménez también le cantó a amor y al desamor. Le reprochaban que su imagen no iba con su voz, porque “cantaba como una gitana vieja”. Y ella les ruborizaba con una fresca. “Yo canto con el coño. Habrá gente que diga que esto es una vulgaridad. Yo no lo veo así”.

Acompañada por La Cabra Mecánica nos dejó el himno de su vida, de nuestra vida, La lista de la compra.

Yo que soy tan guapa y artista, yo que me merezco un príncipe, un dentista. ¡Yo! Yo me quedo aquí a tu lado y el mundo me parece más amable, más humano, menos raro.