Coronarse con un “bis” en uno de los grandes teatros de ópera internacionales es, por descontado, una inmensa satisfacción para cualquier intérprete, pero acarrea a la vez cierta dosis de expectación que puede condicionar la primera vez que vuelve a subirse a ese mismo escenario. Nadie, en el caso de Lisette Oropesa, había olvidado su magnífico y estremecedor “Addio del passato” por el que pasó a la historia del coliseo madrileño al convertirse en la primera voz femenina en solitario que se coronaba con un bis. Fue durante la extraña temporada de 2020 cuando, finalizado el estricto confinamiento, comenzábamos a dar los primeros e inciertos pasos hacia aquella “nueva normalidad” que ahora andamos empeñados en desterrar hasta del recuerdo. Tras esa impresionante, y siempre trágica, Violetta Valéry en la que la soprano estadounidense de origen hispano se reencarnó, era comprensible que su recital de este miércoles, enmarcado en el ciclo “Las Voces del Real”, llevara tiempo anotado en las agendas de los aficionados como cita indispensable de la presente temporada.
Y la cálida acogida que se le dispensaba, nada más salir al escenario, era toda una declaración de intenciones. Como a su vez lo era el programa elegido por Lisette Oropesa para acudir a la cita. Fiel a su estilo interpretativo y a su confesada preferencia por las óperas en francés – asegura que es el idioma que “tiene más vocales con las que colorear” –, la soprano ha ofrecido al público un repertorio dedicado a las óperas que dos grandes compositores italianos, Gioachino Rossini y Gaetano Donizetti, escribieron originalmente en francés, un exigente programa belcantista con el que, según aseguraba la soprano estadounidense estos días a su llegada a la capital, se sentía muy cómoda. Precisamente porque se trata de la selección de “bel canto” que la cantante ha grabado en disco en colaboración con el maestro Corrado Covaris, anoche también a su lado, al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Por eso, contundente en su presencia sobre las tablas y sin dejarse nada reservado, convencía desde el primer aria de la noche: “Ils s’éloignent enfin...Sombre forêt”, de Guillaume Tell, escrita por Rossini especialmente para el público parisino siguiendo el estilo de la grand ópera.
La Obertura de Le siège de Corinthe (El asedio de Corinto), también de Rossini y libreto en francés, interpretada por la orquesta precedía a al aria de la misma obra “L’heure fatale approche...Juste ciel!”, que Oropesa volvía a ejecutar con solvencia, igual que “En proie à la tristesse...Céleste providence”, correspondiente a la ópera “Le Comte Ory”, tras la que el aplauso, que había ido in crescendo durante sus dos primeras intervenciones, llegaba ya acompañado de las correspondientes, audibles y merecidas aclamaciones de “brava”. Era el momento, antes de la pausa y de entregarse por completo a la obra de otro italiano que había triunfado con indudable tino ante el particular público parisino, Donizetti. De su ópera Les Martyrs estrenada en Paris en 1840, probablemente de sus menos conocidas o representadas, Oropesa interpretaba un aria oscura “O ma mère, ma mère...Qu'ici ta main glacée bénisse ton enfant”, de un belcantismo al límite, a la vez que apropiado para exhibir unas dotes registros agudos y extraordinaria agilidad que requieren no solo técnica o eficacia, sino una suerte de don. Eso sí, intensamente trabajado.
Tras “Que n'avons nous des ailes”, de la trágica y bien conocida ópera “Lucie de Lammermoor”, en su versión francesa de 1839, y la Obertura de La Favorita ejecutada por la Orquesta Titular del Teatro Real, Lisette Oropesa abordaba, agradecida y emocionada, el último “asalto” incluido en el programa: “C'en est donc fait...Par le rang...Salut à la France!”, de una de las obras más representadas de Donizetti, La Fille du Régiment, estrenada asimismo en París y especialmente “diseñada” para su público. En la piel de Marie, la muchacha huérfana recogida y adoptada por el regimiento durante la guerra, Oropesa ha tenido la oportunidad de brillar interpretando un aria de sentimientos que mutan en la medida en que lo hacen las circunstancias dentro del cortísimo tiempo que dura la pieza. Del miedo y la incertidumbre, pasando por la tristeza, para llegar a la inesperada alegría del reencuentro que se salda con la patriótica "Salut à la France".
La velada, sin embargo, aún ofrecería las dos piezas que el público del Real pedía y en realidad espera para dar por concluido cualquier concierto de gran talla. Quería más, estaba previsto. Aunque muchos, en su interior o no tanto, quizás esperasen que entre las “propinas” de tan magnética soprano y con la emoción de un final incontestablemente aclamado Lisette dejara ver a la Valery de esa Traviata inolvidable. Siempre perfeccionista, así lo confiesa ella misma, permaneció en el territorio marcado en el programa y aledaños. Tampoco importó, al público madrileño lo sigue teniendo encandilado. Un mérito no siempre fácil. Para estar arriba hay que trabajar muy duro. Para llegar a los corazones ser, además, cercana. En el Real ya se la espera. La cantante que aseguraba estos días haber aprendido a decir No – ventajas de la madurez personal y artística – ya ha anunciado un Sí al coliseo madrileño, confirmado por su director artístico, Joan Matabosch. Queda por conocer a qué y para cuándo.