ANIVERSARIO

“Hola. Me llamo Íñigo Montoya…”, 50 años de la publicación de 'La princesa prometida'

Una historia mítica tanto en su versión literaria como cinematográfica

“Hola. Me llamo Íñigo Montoya…”, 50 años de la publicación de 'La princesa prometida'

20th Century FoxÍñigo Montoya en la mítica película de 'La Princesa Prometida'.

Esta historia bien podría empezar así: “Hola. Me llamo Íñigo Montoya…”. Pues, de las frases míticas del cine (Casablanca aporta unas cuantas), pocas pueden disputarle un lugar de honor en cuanto a popularidad a esta: “Hola. Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”. Su mera enunciación ahorra muchas explicaciones. Todos sabemos dónde estamos y de qué hablamos. Esas trece palabras nos remiten a uno de los relatos más seductores que han dado el cine y la literatura. Sin duda, es la versión cinematográfica, esa joyita de Rob Reiner, la que más ha calado en el imaginario popular. Pero La princesa prometida -que (¿hace falta decirlo?) es de lo que estamos hablando- fue originalmente una novela. Probablemente, la película ha tenido más espectadores que lectores la novela, aunque esta también ha sido un perdurable éxito de ventas (se habla de cien millones de ejemplares vendidos en todo el mundo). En todo caso ¿qué admirador digno de tal nombre de la película no querría conocer la original versión narrativa?

Precisamente este año se cumplen cincuenta de la aparición de la novela La princesa prometida; y los editores españoles (Ático de los Libros) sacan una nueva edición. Que cuenta de nuevo con los prólogos que su autor, William Goldman, escribiera para las ediciones de los aniversarios vigésimo quinto y trigésimo, así como con la portada tomada de la película, un fotograma en el que aparecen la bella Robin Wright y el otro, el chico, como se llamara (ah, sí, Cary Elwes). Lo primero que hay que decir de su contenido es que, por encima del bien medido cóctel de aventuras, romanticismo y humor, La princesa prometida es un tan divertido como enrevesado juego metaliterario. No es sólo que aparezca, como en la película, un adulto que le lee la novela a un adolescente, reticente al principio y que va siendo seducido según avanza la historia. Mucho más que eso; La princesa prometida se presenta como el relato original de un tal S. Morgenstern, que ha sido adaptado (esencialmente, abreviado, dejando sólo “las partes buenas”) por William Goldman. Del tal S. Morgensten sabemos que es de… Florin, el mismo país en el que transcurre el relato; y de ambos, de Morgenstern y de Florin, Goldman da algunas informaciones en el libro.

La última edición de 'La princesa prometida'. ÁTICO LIBROS

Florin está entre lo que hoy son Suecia y Alemania y, hace siglos, fue una potencia europea. En los años ochenta, cuando Rob Reiner estaba allí localizando exteriores para la película, no tenía vuelos directos a ninguna capital europea, lo que dificultó los movimientos del equipo (como se ve, Goldman lleva el juego al extremo). Contaba también con el peor servicio de correos de toda Europa. Y, una vez estrenada la película, los Acantilados de la Locura por los que trepan con dificultad los personajes se convirtieron en su mayor atracción turística. En cuanto a Morgenstern, escribió la novela en inglés (hablaba ocho idiomas) y murió en Nueva York. El padre de William Goldman, natural de Florin, emigrado a Estados Unidos, llegó a verlo en una ocasión.

Basada en hechos “reales”

Todo ese juego, que, naturalmente, está ausente de la película, es parte esencial de la novela, sobre todo en sus últimas versiones, con los referidos prólogos. Así, nos enteramos de que en Florin City hay un Museo Morgenstern, que, entre otras reliquias, alberga la espada de seis dedos de Íñigo Montoya, “la mejor espada del mundo desde Excalibur”. A ese museo acuden niños de todas partes que juegan a remedar al espadachín diciendo su famosa frase. Pero quizá lo más interesante del Museo Morgenstern sea el llamado Santuario, de acceso restringido (sólo pueden entrar los académicos) que guarda las cartas y notas del escritor; por ejemplo, un impagable diario de la escritura de la novela, todo un tesoro. En él, cuenta Morgenstern que pensó en matar a Íñigo Montoya, algo de lo que, felizmente, se arrepintió. Goldman, que afirma que detestó tener que matar a Butch Cassidy y Sundance Kid cuando escribió el guion de Dos hombres y un destino (pero tenía que ser fiel a la historia real), entiende bien la postura del escritor florinés.

La princesa prometida original, la de Morgenstern, la que su padre le leyó a William Goldman cuando él tenía diez años y estaba enfermo, está basada en hechos reales acaecidos en Florin en una época indeterminada, seguramente en  el siglo XVI, ya que América se ha descubierto no mucho antes de que ocurra la historia que se narra en ella. (Por cierto, que ese juego de fingir que una novela está basada en hechos reales, luego es llevada al cine y luego se retoman esos supuestos hechos reales, recuerda bastante a lo hecho por Rob Reiner, el director de La princesa prometida, en otra película posterior, Dicen por ahí. En ella, Reiner cuenta que la clásica El graduado era la adaptación de una novela, basada también en hechos reales; y retoma a los personajes “reales” de aquella historia, los que la inspiraron, unos años después, cuando el personaje de Dustin Hoffman es un maduro atractivo y millonario, y la nieta de Mrs. Robinson… una jovencita no menos atractiva. Si quieren saber si ocurre eso que están pensando, vean la película, que vale la pena. Pero volvamos a La princesa prometida, novela, a Goldman y a Morgenstern).

William Goldman.

La razón de que William Goldman quisiera aligerarla tiene que ver, precisamente, con el hecho de que Morgenstern se hubiera basado en hechos reales, extendiéndose en muchos aspectos históricos, ya que, más que un relato de aventuras y de amor, lo que había pretendido era escribir “una especie de historia satírica de su país y del declive de la monarquía en la civilización occidental”, con la que había llenado mil páginas. El padre de William Goldman, cuando se la leyó (humedeciéndose el dedo con la lengua, como Peter Falk en la pantalla), tuvo el buen gusto de saltarse muchas de esas páginas, leyendo sólo “las partes de acción, las partes buenas”. De modo que el joven William disfrutó de una versión aligerada, tan divertida que le hizo querer ser novelista. Y cuando llegó a serlo, escribió su propia versión abreviada de la novela, con la pretensión de acercarla al público estadounidense más amplio. El intento, eso sí, le costó que la crítica literaria de Florin le despedazara (no se puede tener todo).

La mujer de Morgenstern y el profesor Bongiorno

Así pues, quien hoy se enfrente por primera vez a la novela encontrará más o menos lo mismo que en la película (damos por hecho que ya la habrá visto). Disfrutará reencontrándose con esos diálogos fantásticos, rezumantes de ironía, como el de Westley e Íñigo antes de empezar su duelo; o encontrando cosas que no están en la versión cinematográfica; por ejemplo, se saben más detalles de Domingo Montoya, el padre de Íñigo, o del pasado del gigante Fezzik. Pero disfrutará, sobre todo, con el sofisticado juego metaliterario en el que, al texto del relato, se añaden los comentarios de William Goldman, del propio Morgenstern, que polemiza con su mujer a cuenta de la supresión de una escena romántica, incluso de una supuesta revisora de la editorial, un tanto ingenua y que confiesa no entender nada y estar volviéndose loca con tantas anotaciones y referencias extrañas. La mujer de Morgenstern le recrimina que no describa la escena de reconciliación de Buttercup y Westley. Y Morgenstern argumenta, entre otras cosas, que todo el mundo tiene derecho a cierta intimidad, además de que “al cabo de un cuarto de hora ya estaban discutiendo”. Y es que la ironía a cuenta de las convenciones del género, el moverse en el filo del humor y el romanticismo porque, a estas alturas, no cabe una historia ingenua; eso que es tan característico de la película está también en la novela original.

Goldman, por su parte, no se priva de lanzar una pulla a “los genios de la edición” que le han publicado la novela, pero que racanean en la promoción. Seguro que es una broma más de tantas como contiene el libro, pero, a estas alturas, quién sabe. Otras pullas van dirigidas al mundo académico, representado por ejemplo por el profesor Bongiorno de Columbia (los nombres propios son una de las bazas de la novela, como cabe esperar de alguien capaz de llamar Buttercup a su heroína).

Otro importante añadido del libro en las últimas ediciones es un capítulo de lo que habría sido una continuación de La princesa prometida, titulada El bebé de Buttercup y que mezclaría hechos posteriores al final de la historia con pasajes que explicarían aspectos del pasado de los personajes. El proceso habría sido el mismo: Goldman adaptaría de nuevo un relato original de Morgenstern. Pero en esta ocasión se entrometieron los herederos de Morgenstern que prefirieron que fuera Stephen King (con antepasados en Florin, por cierto) el que hiciera la adaptación. De modo que los problemas legales –aparece una atractiva abogada llamada Karloff; de nuevo el gusto por los nombres chocantes- paralizaron el proyecto.

Un escritor todoterreno

En el prólogo del 30º aniversario, Goldman anuncia para antes de la edición del 50º aniversario, esta de ahora, la publicación de El bebé de Buttercup. Pero, lamentablemente, y problemas legales aparte, William Goldman murió en 2018. Una verdadera pérdida, porque, además de esta gozada que es La princesa prometida, Goldman fue un prolífico escritor y guionista que tocó palos muy distintos: novelas, cuentos, relatos infantiles, teatro y no ficción. Como guionista, ganó dos veces el Oscar, por la citada Dos hombres y un destino y Todos los hombres del presidente.

En esta foto del 28 de marzo de 1977, William Goldman recibe el Oscar al mejor guion adaptado por 'Todos los hombres del presidente'.

Escribió también, entre otros, los guiones de Maratón Man, Harper, investigador privado, sobre una novela de Ross MacDonald, Los demonios de la noche, sobre los leones devorahombres, o Misery, basado en la novela de Stephen King. Y aunque, como Woody Allen, prefería Nueva York a Los Angeles, y era crítico con la industria del cine, en Hollywood se convirtió en una verdadera institución. Estaría muy bien que, dentro de cincuenta años, los jóvenes de entonces puedan leer la edición del centenario de La princesa prometida. (Ojalá que quien corresponda, algún dios menor del cine y la literatura que se ocupe de estas cosas, atienda este deseo y diga: “Como desees”).