Tres grandes sopranos, María Agresta, Saioa Hernández y Maria Pia Piscitelli, serán las encargadas de dar voz y vida al complejo mito de Medea, un rol de extraordinaria exigencia vocal y que, en su día, tanto le fue aplaudido a María Callas. A ella precisamente, icónica e inolvidable intérprete de esta heroína trágica, estarán dedicadas las 11 funciones programadas - entre el 19 de septiembre y el 4 de octubre -, en el año del centenario de su nacimiento. Sin embargo, desde que la mítica soprano lo interpretará a la actualidad, el papel se ha vuelto, si cabe, aún más complejo. Por un lado, las exigencias a nivel de escena han cambiado de forma relevante en las últimas décadas convirtiendo a los cantantes en artistas absolutos cuya interpretación es un “todo” y, por otro, como consecuencia de la introducción, en esta versión de Alan Curtis, de los recitativos acompañados, es decir cantados.
En este sentido, lo cierto es que el recorrido de esta exquisita obra de Cherubini tan poco conocida en España, lejos de lineal resultó ser escarpado o, al menos, “curioso”. Porque en el proyecto inicial de Medea, rechazado por la Ópera de París en los turbulentos años que sucedieron la Revolución Francesa, la pretensión de Luigi Cherubini y su libretista François-Benoît Hoffman era la de hacer una ópera enteramente cantada, pero se toparon con la negativa de quienes habían de autorizarlo. No todos los recitativos eran “merecedores” de ser acompañados. Sin la autorización preceptiva ni apoyo financiero para sufragar la producción, llegó la “rendición” y la solución in extremis fue adaptarla a los dictámenes estructurales de la opéra comique, reina absoluta de aquellos años, articulando extensas partes habladas con la vibrante música del compositor. Todo tiene un contexto. Como explicaba en la primera rueda de prensa de esta temporada Joan Matabosch, director artístico del Real, el público francés de la época lo menos que necesitaba era “más tragedia”. De hecho, siete de cada diez estrenos de ópera fueron en aquellos días de “óperas bufas” sobre temas cotidianos e inofensivos.
De modo que cuando la partitura se estrenó en 1797 en el Théâtre Feydeau de París, la acogida fue buena, tirando a discreta. Y simplemente, tras representarse entre los años 1797 y 1799, Medea despareció del repertorio francés. Fueron los teatros alemanes quienes reivindicaron la obra a partir de 1800 y obtuvo el éxito que merecía, siendo alabada con entusiasmo por Beethoven, declarado admirador de Cherubini, por Brahms e incluso por el mismísimo Richard Wagner, poco aficionado a decir cosas buenas de “los otros”. Su enorme trascendencia hizo que, allí sí, se hiciera una versión como habría querido Cherubini: con todos los recitativos cantados. El prolífico compositor y director de orquesta Franz Paul Lachner fue el encargado de hacerlo, por supuesto en alemán y en el estilo del momento: wagneriano. Más tarde, a su vez, la versión alemana fue adaptada y traducida al italiano. En realidad, también en palabras de Joan Matabosch, “un auténtico disparate estilístico” que ahora gracias al prestigioso director de orquesta, clavecinista y musicólogo Alan Curtis recupera la coherencia. Fallecido en 2015 antes de ver subir su versión a escena, el músico estadounidense concibió la versión que veremos ahora componiendo la música para una reducción de las partes habladas originales, que transformó en recitativos acompañados, emulando el estilo del compositor. Utilizando los recursos y soluciones musicales a los que Luigi Cherubini ya había recurrido en otras de sus obras y que caracterizan su forma de componer.
La responsabilidad en el foso de esta nueva y esperada versión estará en la batuta de todo un especialista en el repertorio clásico y barroco, Ivor Bolton, al frente de dos grandes repartos, en los que se alternarán las tres sopranos citadas, y del Coro - con su nuevo director José Luis Basso - y la Orquesta Titulares del Teatro Real. Por lo que se refiere a la escena, su dirección así como la escenografía son de Paco Azorín – que en el Real dirigió Prigioniero y Suor Angelica, en 2012 y Tosca, en 2021 – con una propuesta descarnada y actual de la tragedia de Eurípides, que retrata el terror en el que viven los hijos de Medea y Jasón, víctimas silenciosas del odio, venganza y luchas de poder entre sus padres. Son ellos, los niños, a quienes el director ha colocado en el centro de la dramaturgia de un mito que, en sus propias palabras y refiriéndose a cualquier gran mito fundacional, tiene que ser actualizado para que pueda seguir siendo un mito.
En la producción se articulan el ‘no tiempo’ mitológico, con el arquetipo de Medea como semidiosa ultrajada, que clama a los dioses para vengar la ignominia y la traición de los humanos; y la actualidad, con la denuncia explícita de la violencia vicaria, en la que un marido miserable y sin escrúpulos y una mujer traicionada y vengativa erigen el terrible infierno donde padecen sus hijos hasta la muerte. La escenografía, una compleja estructura de 26 metros de altura evoca el inframundo mítico del Tártaro y está inspirada en el Infierno de Dante, con ocho círculos concéntricos al que descienden los personajes, incluyendo las Furias, interpretadas por artistas de parkour, una disciplina física en la que los atletas intentan superar todo tipo de obstáculos para moverse en distintos espacios.
Como ya es habitual, en torno a Medea se han organizado actividades paralelas en el Teatro Real, en el Círculo de Bellas Artes, Museo Thyssen-Bornemisza, Museo de Artes Decorativas y en la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina. Por último, la Gala Joven, que cuenta con la colaboración de la Presidencia Española del Consejo de la Unión Europea, será el prestreno de la obra el día 16 para menores de 35 años con entradas a 14 euros. Este será, por tanto, el “verdadero” inicio de la temporada 23/24 que de nuevo arranca en septiembre.