El mal de la muerte: 'Delincuenciario' de Pascual García Arano

El periodista y novelista prescinde de las grandes historias y todo se centra en la cruda realidad que envuelve y devora todo con unos personajes marcados por la violencia

El mal de la muerte: 'Delincuenciario' de Pascual García Arano

El mal de la muerte 'Delincuenciario' de Pascual García Arano

El mal de la muerte: 'Delincuenciario' de Pascual García Arano

Pascual García Arano, Delincuenciario . Ediciones Eunate, 2020.

(novela negra, realismo sucio, transgenérico, asesinos, policiacos, maltrato)

Resulta interesante adentrarse en este delincuenciario oscuro donde el autor, el periodista y novelista Pascual García, deja que los protagonistas se devoren a sí mismos como si fueran matarifes “glaseados”, gentes sin conciencia, matarifes a la manera de Sandor Marai; pues todos los personajes aparecen marcados por la violencia y se nos muestran sin sentimientos, al desnudo y sin matices. Antihéroes despiadados y crueles.

Un retrato del “mal de la muerte”, como habría escrito Marguerite Duras. Pues estos hombres no pueden ni quieren aprender a amar. Son hijos del desgarro y de la calle y se van colando en nuestras retinas a través de ventanas indiscretas, donde pasamos a ser observadores de silla junto al narrador que les permite ser ellos mismos sin que el escribidor los juzgue. Es nuestra mirada la que los escruta. Lectores sentados en una pluralidad espacial, se suceden los espacios en esta novela dialogada, puro teatro negro, como la vida misma.

Transgenérico podría nombrarse pues es novela y es teatro y tiene modos de guion cinematográfico. Y es este ser “historia compartimentada” parte del interés de esta sucia y negra novela tísica, políticamente incorrecta, que brilla en la oscuridad por su prosa vibrante y que llega del infierno mismo; la calle, la cárcel, la miseria, las drogas, la falta de alicientes y de escrúpulos. La corrupción. El retrato de un mundo donde Dios ya no está o nunca estuvo. Rompe el autor el molde y así lo ensancha y lo altera. Una tiene la sensación de volver al cine en blanco y negro y no poder salir del decorado. Claro que los gánsteres aquí ya no van con trajes, se visten con chándal y se disfrazan de ley portando gafas de sol acristaladas en verde. Esto no es un cuento de hadas y la mujer del cuadro es ahora una mancha oscura.

'Delincuenciario' de Pascual García AranoAparentemente, las historias parecen no tener nada en común hasta que el hilván va atrapando los focos de la lectura con un ganchillo invisible, que va tricotando los escenarios donde se citan los protagonistas: policías y ladrones, traficantes y chivatos, parricidas y visionarios, maltratadores y asesinos, son los malvados siempre y van virados en un “verde tísico”. Hombres que no son capaces de “respirar y hablar al mismo tiempo”. Donde la máxima meta es tener finales bonitos “sobre todo cuando son los tuyos”. Donde el bien común se desprecia en la figura del viejo sindicalista que no entiende a su hijo, Ramón, una suerte de conductor protagonista del relato: “Yo no quiero salvar el mundo me quiero salvar yo. Los demás que se salven a sí mismos”. Aquí todo tiene un precio, incluso pueden “explicarte qué es el amor por tres paquetes de Marlboro”.

Dentro de la tradición del llamado realismo sucio, donde lloran Carver, Bukowski, Ford, Wolf entre otros, Delicuenciario prescinde de las grandes historias y todo se centra en la cruda realidad que envuelve y devora todo. Cuatro calles más allá de nuestra casa se dan cita hombres que acarrean vidas oscuras, dentro y fuera del sistema, donde un estilo llano, sencillo y crudo va retratando el mundo que nos vemos obligados a mirar aquí de frente. No se puede escapar.

Lenguaje conciso y maloliente donde las palabras desesperadas y ajadas como sus personajes, duelen como puñales. Palabras que retratan el paraíso de los caídos que sobreviven en otros mundos que parecen lejanos. No hay palabras para el amor pues simplemente no existe. La poesía, dice el preso escribidor de poemas amorosos en el penitenciario, “es como el Extarluss, un concentrado de palabras”.

Fotografía del dinero fácil, de una sociedad fracasada que hace años retratarían novelas como Tiempo de silencio, pues el realismo sucio siempre nos ha acompañado, aunque sea un invento americano. Traficando con ratas o con drogas dependiendo de los tiempos, lo cierto es que siempre hay   una generación perdida.  Siempre hay pícaros que intentan sobrevivir al barrio. Siempre hay corruptos que son poder.

Lo vulgar no quita lo valiente y la narración, alejada de juicios morales, va construyendo un maleficio de calificativos donde aparecen las putas, las zorras, las feminazis, los sudacas, los moros, los bujarrones, que van calificando tanto a unas como a otros. Las mujeres son las actrices invitadas, llevan las medias rotas y algún morado en la cara y siempre vestidas de morado penitente van sus almas. Algunas sobreviven, pocas se escapan, casi no las vemos, aunque están siempre ahí, maltratadas y devoradas por esos hombres que sufren la enfermedad de la muerte. La violencia se ejerce hasta el final con un episodio brutal que se narra justo al terminar el libro, un desgarrador fin, sin esperanza, aunque no se apriete el gatillo.

Pero son esas mujeres las que presionan silenciosamente el libro. Su silencio, su sometimiento les da voz, las visibiliza. Maravillosa esa locutora de radio que narra desde la lejanía historias casi surrealistas y entra sin permiso en las celdas de todos esos hombres sin piedad. Las mujeres son sexo, posesiones, ni tan siquiera se las venera como madres. En el fondo García Arano nos fotografía un triste universo de pobres hombres que temen mucho a las mujeres. Hombres que pertenecen a un mundo tan embrutecido que están perdidos y sólo son algo, eso creen, cuando empuñan pistolas o alzan la voz. Algunos como Ramón aún intentan, sin conseguirlo, pensar qué es el amor ese que simplemente se confunde con el sexo. Navajeros, perturbadores, sólo seres perdidos condenados al horror de repetir sus propias historias.

“Siempre he sabido que un día volveríais. La ignorancia, el egoísmo, la sinrazón estaban ahí, al acecho, esperando su oportunidad para prender de nuevo en gente como tú: sin conciencia, sin esperanza, sin amor. Gente llena de miedos y de odio”, le dice el padre, viejo sindicalista, al protagonista. La madre no quiere volver a verlo.

Se escucha la voz de Marga, la locutora, un eco que coloniza los espacios del penitenciario con su voz. Pone oídos a los muertos. “En Radio Mala todavía creemos en la reinserción”, es la voz de una mujer la que cuenta, la voz de una mujer sin cuerpo, la única que puede entrar en este mundo dolido. Contenido y sucio, muy sucio, devorador, pero estupendamente hilado.

Un autor para seguir descubriendo  aunque sus propuestas nos sacudan de la silla y nos saquen por algunos momentos de nuestros protegidos espacios. Si se atreven a leer tal vez desenmascaren en este ácido transgenérico una crítica feroz del mundo que no queremos ver. 

Directo y conciso sólo hay que asomarse a esta ventana indiscreta y ver. Atrévanse, no les dejará indiferentes.

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Teresa Agustín es poeta.