ESTAFA EN LA INDUSTRIA EDITORIAL

El ladrón de más de 1.000 manuscritos que sólo quería "leerlos antes que nadie"

El italiano Filippo Bernardini espera la sentencia por haber engañado a editoriales de tres continentes para robarles originales de libros inéditos. Llegó a hacerse con manuscritos de Margaret Atwood, Ian McEwan, Ethan Hawke o Sally Rooney.

Filippo Bernardini, en una imagen de Facebook.

Filippo Bernardini, en una imagen de Facebook

La suya es una historia de novela negra "basada en hechos reales". El protagonista: un  brillante empleado italiano  de la sede de una editorial estadounidense en Londres. El argumento: una gran estafa que pone en jaque al mundo editorial en tres continentes diferentes durante más de cinco años. El título: 'El ladrón de manuscritos'. Y el móvil: "Sólo quería leerlos antes que nadie".

Cómo en todo buen relato de misterio, este último detalle no se ha conocido hasta llegar casi al último capítulo de esta historia tan real como increíble: quedan pocos días para que el culpable, de nombre Filippo Bernardini, conozca la sentencia del Tribunal de Nueva York que lo condenará por haber robado más de 1.000 manuscritos de libros inéditos.  Y hasta ahora, la pregunta más repetida ha sido: ¿Por qué lo hizo?

No, esta vez no había que seguir el rastro del dinero. Disculpas por el spoiler, pero la confesión del culpable deja poco lugar a un giro de guión. Su declaración se lee en una carta que envió la semana pasada a la juez que lleva su caso, Colleen McMahon, y cuyo contenido acaba de publicar la revista británica Bookseller. Sus propias palabras completan de hecho la narración increíble de su hazaña. Empezando por el principio: año 2016.

El entonces joven italiano de 23 años era becario en una agencia literaria de Nueva York y veía la facilidad con que "editores, agentes, scouts literarios e incluso personas ajenas a la editorial se intercambiaban originales de libros inéditos". Así que pensó que también él quería ser uno de ellos y poder leerlos antes que nadie. 

Probó suerte y le salió bien a la primera. "Un día creé una dirección de correo electrónico falsa de alguien que conocía de la industria editorial y le envié la petición de un manuscrito preprint a otra persona de otra editorial que también conocía", ha relatado en su confesión.

La obsesión del ladrón de manuscritos

"Utilicé el mismo estilo y el mismo lenguaje que usaban mis ex colegas [utilizaba sus abreviaturas: ms para manuscrito, por ejemplo]. Tuve éxito y, a partir de ese momento, eso se convirtió en una obsesión, en un comportamiento compulsivo", ha reconocido Bernardini en su carta. Sí, aquel fue el primero de centenares de emails en los que suplantó la identidad de agentes y editores. La Fiscalía de Nueva York ha sumado 160 identidades falsas.

Apenas cambiaba una letra de la dirección electrónica real. Una 'rn' por una 'm'. Nadie se percataba en medio de la marea de correos que llegan diariamente a las editoriales. La solicitud tampoco era extraña. El intercambio de manuscritos es habitual cuando se estudia la posibilidad de publicar un libro en varias lenguas diferentes al mismo tiempo. O de traducirlo después del lanzamiento inicial.

Obtuvo incluso adelantos de textos de famosos escritores como Margaret Atwood, Ian McEwan, Ethan Hawke o Sally Rooney.

Haciéndose pasar por varias personas relevantes de la industria, Bernardini engañó durante más de cinco años a editores, autores, traductores y agentes para que le enviaran manuscritos. Obtuvo incluso adelantos de textos de famosos escritores como Margaret Atwood, Ian McEwan, Ethan Hawke o Sally Rooney.  En Italia, lo intentó con uno de los libros de Elena Ferrante, pero ya entonces circulaban los rumores sobre los robos y la editorial lo evitó. 

"Habíamos oído hablar del ladrón de manuscritos, de algunos robos famosos como el del manuscrito de Los Testamentos, de Margaret Atwood, pero no nos habían tocado", ha contado a Il Post, Giulio Passerini, portavoz de la editorial E/O. "Entre septiembre y octubre de 2019 estábamos trabajando en La vida mentirosa de los adultos, que debía salir en noviembre. La gerente de derechos recibió un correo electrónico de una agencia internacional solicitando el manuscrito: hubiera sido plausible, ya que la agencia podía sugerir a otros editores que compraran los derechos del libro".

Sin embargo, el gerente notó algo raro en la dirección de correo electrónico y llamó a la agencia para cerciorarse. No sabían nada. "Entendimos que era una estafa y desde ese momento no enviamos archivos de ese manuscrito a nadie", ha explicado Passerini. "Pasábamos todo en papel, en un sobre, de mano en mano. Y antes de enviar nada, nos cerciorábamos de quién era el destinatario". 

Del desafío al delito

"Al principio comenzó como un desafío", ha escrito Bernardini a la juez. "Nunca creí que me llevaría a cometer estos delitos tan prolíficamente como lo hice; me dejé llevar". No conseguía un contrato estable en ninguna editorial. Enlazaba sólo periodos de prácticas y los manuscritos que robaba le hacían sentir una parte importante de aquel mundo que adoraba, como los editores a los que anhelaba parecerse.

La carrera editorial de Bernardini comenzó como lector [leen manuscritos para una editorial y luego los resumen dando una opinión sobre si publicarlos o no], después de graduarse en Literatura Moderna en la Universidad Católica de Milán, donde estudió también mandarín. Continuó en 2015 con un máster en edición en Londres y con la contratación como becario en Andrew Nurnberg Associates, la citada agencia literaria donde se encargó -según reza su curriculum vitae- de "proponer nuevos libros a editoriales de Italia, España, Brasil, Portugal, Alemania, Suecia, Noruega y China".

Aquel trabajo le permitió reunir muchas de las identidades que después utilizó para su estafa. "Parecía demasiado celoso, demasiado ambicioso", contó de él un ex colega a Reeves Wiedeman y Lila Shapiro, que publicaron su historia en Vulture. Al finalizar las prácticas, no fue contratado y se fue sin recibir las habituales cartas de recomendación. No se lo tomó bien. Dicen que insultó públicamente a algunos ex compañeros.

Poco después, el sitio web de la agencia fue pirateado. No se halló al culpable, pero en la acusación de la Fiscalía figura que Bernardini pirateó la base de datos de una agencia literaria de Nueva York y robó nombres de usuario, contraseñas y mucha información. Las fechas coinciden con el inicio de su carrera como ladrón.

Era un gran amante de la lectura, tenía buen ojo y una buena formación. Se interesó también por algunos escritores emergentes. Y en idiomas diferentes. Escribía a editoriales de Europa, América y Asia. Así durante años, sin que nadie le pillara, alimentando un misterio que puso en guardia a las editoriales.

Durante este tiempo, han extremado las precauciones y limitado la difusión de manuscritos con diversas medidas de seguridad, mientras intentaban descubrir quién o quiénes eran los autores de los engaños y cuál era su objetivo. Se trataba de una estafa bien organizada y de grandes proporciones. Con un aspecto desconcertante que la hacía aún más fascinante: la aparente ausencia de un motivo, al menos económico.

Una vez enviados, los manuscritos no se revendían en el mercado negro, no aparecían en sitios de descarga ilegal de textos, nunca había peticiones de rescate ni subastas literarias (las que hacen las editoriales para comprar los derechos de publicación de un texto).

¿Rusia, China, Hollywood?

Las teorías que intentaban explicar lo que estaba sucediendo atribuían los robos a los servicios secretos rusos que querían así desestabilizar la industria cultural occidental. Incluso al Gobierno chino, siempre al acecho. O a algún productor de Hollywood en busca de nuevas ideas. Hasta el FBI se puso a seguir la pista del ladrón de manuscritos.

"Nunca quise venderlos y nunca filtré estos manuscritos", ha alegado ahora ante la juez. "Quería mantenerlos cerca de mi pecho y ser uno de los pocos en apreciarlos antes que nadie, antes de que terminaran en las librerías. Hubo momentos en los que leí los manuscritos y sentí una conexión especial y única con el autor, casi como si fuera el editor de ese libro".

En aquel momento nadie sospechó de Filippo, el joven y aplicado empleado que amaba su trabajo y los libros. Aquel chico italiano de familia bien, muy conocida en su pueblo natal Amelia, en la provincia de Terni, en el centro de Italia. Su padre, médico de profesión, fue candidato a alcalde por el Partido Democrático.

Él, sin embargo, lo pasó mal allí durante su época de estudiante. Su abogada, Jennifer Brown, ha contado que Bernardini se refugió en los libros para huir de unos compañeros que le hacían bullying por ser homosexual. Es más, hay quien sostiene que Filippo fue escritor antes que famoso ladrón de manuscritos. En 2008 se publicó un libro firmado por Filippo B., titulado Bulli [abusadores]. La editorial milanesa no ha querido desvelar nunca el apellido del autor, que cuenta en sus páginas su propia experiencia como víctima de bullying.

Portada de uno de los libros traducidos por Bernardini.

Portada de uno de los libros traducidos por Bernardini.

Años después, el ladrón de manuscritos también intentó hacerse un nombre en Italia, donde se propuso como traductor de libros  publicados en el país de origen del autor. Se ofrecía para traducir mandarín, sueco, alemán, holandés, danés y coreano. Últimamente también estaba estudiando islandés.

De hecho, entre robo y robo, para la editorial Barco de Teseo tradujo del mandarín Nuestra historia del dibujante chino Rao Pingru en 2018, y en 2020, el storyboard de la película Parásitos del director coreano Bong Joon-Ho. En el mismo año, escribió en italiano para Feltrinelli Somos la revolución, del disidente de Hong Kong Joshua Wong.

"Despertó mi curiosidad porque hablaba coreano, chino y sueco, una combinación particular de idiomas", ha declarado al Post el editor de una editorial italiana independiente. "Lo conocimos por Skype, era un tipo un poco raro, pero como tantos raros que encuentras en este mundo: nerds bizarros, obsesionados con los idiomas. También fue muy amable, estaba muy al día de lo que se publicaba".

Esto era menos habitual. Los traductores no acostumbran a seguir la actualidad editorial ni a tener información tan fresca como la que exhibía Filippo cuando proponía la publicación en italiano de títulos que apenas habían llegado a las librerías en su país de origen. Nadie sabía entonces que él ya los había leído. Incluso antes de que sus compradores los encontraran en las estanterías de las tiendas de libros.

Las vacaciones... en la cárcel

En octubre de 2019, por fin consiguió un buen contrato en la sucursal londinense de la prestigiosa editorial estadounidense Simon & Schuster en octubre de 2019. Aún trabajaba allí como coordinador de la la oficina de derechos cuando fue descubierto. El FBI lo detuvo en enero de 2022 al aterrizar en Nueva York. Había planeado unas vacaciones y terminó en la cárcel. Tras imponerle una fianza de 300.000 dólares, la juez decretó su arresto domiciliario.

Bernardini, que hoy tiene 30 años, se enfrenta a la acusación de estafa informática y usurpación de identidadSon delitos castigados en EEUU con penas de un máximo de 20 a un mínimo de dos años de prisión. Bernardini se declaró inocente en su primera comparecencia ante el juez, pero después ha reconocido su culpabilidad y alcanzado un acuerdo con la Fiscalía: a  cambio de su confesión, el Ministerio Público solicitará una condena de entre 15 y 21 meses de cárcel, además de pagar una multa que no podrá superar los 75.000 dólares.

Los términos del pacto entre defensa y Fiscalía no son sin embargo vinculantes para el juez. La magistrada a la que Filippo Bernardini ha explicado todo en una carta tendrá la última palabra. La del acusado no es la única misiva que ha recibido. Hay muchas otras enviadas por la familia, amigos y ex compañeros de Bernardini que piden clemencia para que su delito no sea castigado con la cárcel.

Entre las cartas a favor del ladrón de manuscritos, hay una firmado por Jesse Ball, autor de 14 libros de novela y poesía que se encuentra en la lista de sus víctimas. Bernardini le escribió haciéndose pasar por su editor en Catapult para que le enviara varios manuscritos inéditos. Según ha publicado en New York Times, el autor, finalista del National Book Award en 2015, asegura que la única consecuencia de aquel engaño fue "un poco de confusión respecto a lo que había enviado a mi editor".

Ball no temió que alguien le robara sus novelas, "no sería tan fácil publicarlas con otro nombre". "Por favor, trate de comprender la naturaleza de su crimen y la naturaleza del entorno en el que tuvo lugar", escribe el novelista a la jueza, "era realmente una cosa trivial, una cosa frívola. Enviar a un hombre a prisión por esto sería una forma de tomar un crimen sin víctimas y crear una víctima en la persona del acusado".

La sentencia está anunciada para el próximo 5 de abril. Quién sabe si será de verdad el último capítulo de esta historia. Tendría gracia que terminara en una editorial.

Sobre el autor de esta publicación

Isabel Longhi-Bracaglia

Isabel Longhi-Bracaglia (Madrid, 1968) es periodista. Comenzó a ejercer convencida de la importancia de la información local en varios medios hace más de 30 años (Efe, Onda Cero, Telemadrid y El Mundo). En este diario, se especializó primero en temas sociales, en temas de comunicación después y en información internacional al final, antes de decidir mudarse a vivir a Italia. Desde allí, observa y cuenta en Republica.com lo que ocurre en este país, que la fascina.