Nació como un clásico instantáneo de la comedia romántica y con el paso de los años se convirtió en un icono de la Navidad. Love Actually es la película de visionado casi obligatorio cada mes de diciembre. La película ideal de muchos espectadores para un día gris. De esas que levantan el ánimo, aunque también le haga aflorar la lagrimilla a más de uno, a base de una buena dosis de azúcar. Demasiado, quizás, para espectadores 'diabéticos' y esquivos a este tipo de películas. Sea como fuere, se trata de un clásico moderno que provoca una reacción positiva en quien se deja seducir por las historias de amor. Porque, como proclama la película, mires donde mires el amor está en todas partes.
El próximo 16 de noviembre Love Actually cumple 20 años y lo hace en plena forma, siendo una película adorada por millones de espectadores en todo el mundo y la película navideña por excelencia del siglo XXI. Su mensaje de amor es universal y está por encima de la calidad del propio filme, que por otra parte no es nada del otro mundo. Es una cinta ñoña, inverosímil, excesiva y previsible. Pero también emotiva, tierna y divertida. Una película que ofrece un rayo de luz para tiempos convulsos y que proclama a los cuatro vientos que nunca deberíamos dejar pasar un amor sin intentarlo.
Pero ¿realmente es la gran comedia de amor que se nos ha vendido? Al margen de que una película de amor en tiempos de Navidad seduce y espanta al mismo tiempo (a sus detractores les resulta tremendamente irritante), Love Actually también se encuentra en el punto de mira de la polémica, sobre todo por el tufillo machista que rezuma a lo largo de su metraje. Muchos espectadores lo han detectado con el paso de los años y al verla con otros ojos a los de 2003, se han percatado de que detrás de tanto azúcar a lo mejor no es la mejor comedia romántica de la historia ni el amor está en todas partes.

Hugh Grant y Martine McCutcheon en una escena de la película. UNIVERSAL
Un especialista en comedias románticas
Otra cosa no, pero los británicos haciendo comedias tienen mano. Quizás sea por el peculiar sentido del humor inglés que ha terminado por salpicar incluso comedias bienintencionadas como Love Actually. Los ‘british’ se ríen de sí mismos y sus convencionalismos, y una comedia como ésta, aunque sea de amor, tampoco se libra de ello.
El cine británico tiene una larga trayectoria en el género de la comedia. Desde las protagonizadas en los años 50 por Alec Guinnes (Oro en barras, El quinteto de la muerte) a las comedias románticas y los melodramas de Noel Coward llevados a la gran pantalla por David Lean en los 40 (La vida manda, Un espíritu burlón y, sobre todo, una obra maestra como Breve encuentro). Y sin dejar de lado, como no, las comedias de los Monty Python. Los John Cleese, Terry Guilliam y compañía sintetizaron en clave de humor la idiosincrasia británica en comedias absurdas como La vida de Brian o El sentido de la vida.
Una herencia excelsa que inevitablemente afloró en las comedias románticas ‘made in England’ de los 90 y primeros años del nuevo milenio. Buena culpa de su éxito la tiene un especialista en este género, aunque no sea nacido en las Islas Británicas. Se trata del guionista neozelandés Richard Curtis, quien debutó con nota como director de Love Actually, logrando un éxito arrollador que seguía la estela de sus anteriores trabajos como guionista en cintas que han hecho reír y llorar a varias generaciones gracias a un estilo y un humor muy reconocibles. Él es el responsable de firmar algunos de los guiones de las comedias románticas más memorables de las últimas tres décadas: Cuatro bodas y un funeral (1994), Notting Hill (1990) y El diario de Bridget Jones (2001).
Detrás de las cámaras, Curtis fue capaz de combinar la comicidad con la sensiblería con gran acierto. Una película coral que funciona como un reloj suizo, a pesar de su imperfección y la falta de profundidad. Algunas de sus historias brillan más que otras, pero sin traicionar su esencia, manteniendo intacto su objetivo de conquistar al espectador con una sonrisa (que más da si resulta empalagosa) y dejarle un buen sabor. Una virtud que hay que reconocer a películas de entretenimiento, amables y sin pretensiones como Love Actually. Un cine tan loable como el de Antonioni, Tarkovsky o Godard. Aunque no cuentan con el respaldo de la crítica ni el de espectadores alérgicos al cine más comercial, atesoran el cariño de una gran parte del público, como bien apuntan las espectaculares cifras de recaudación que tuvo en todo el mundo (casi 247 millones de dólares frente a los 30 millones de presupuesto) y los datos de audiencia en cada pase por televisión.

El reparto de lujo de 'Love Actually'. UNIVERSAL
Un reparto en estado de gracia
Richard Curtis logró reunir a la flor y nata del cine británico en esta comedia de historias entrelazadas. Un desfile de estrellas ‘british’ (ya quisieran para sí otros directores de fama planetaria) encabezado por los consagrados Colin Firth, Hugh Grant, Liam Neeson, Alan Rickman o Emma Thompson, y secundado por jóvenes actores como Keira Knigthley, Martin Freeman, Chiwetel Ejiofor o Andrew Lincoln. Un reparto coral en estado de gracia que contiene incluso un divertido cameo protagonizado por Rowan Atkinson (Mr. Bean).
Hasta Hugh Grant no desencaja en el papel del primer ministro británico, a pesar de odiar la escena del baile por los pasillos del 10 de Downing Street (algunos espectadores sienten su misma aversión) desde el mismo día en el que leyó el guion. Está más encantador que nunca en un papel que a todas luces resulta inverosímil. Tampoco se queda atrás el personaje de Colin Firth en una relación de amor por encima de barreras idiomáticas.
Igual de conmovedor, incluso más si cabe, se muestra Liam Neeson como viudo incapaz de superar la muerte de su esposa mientras acompaña a su hijastro Sam en sus primeras palpitaciones por un amor no correspondido y la angustia que a éste le causa.
Mención aparte merece la siempre genial Emma Thompson en el papel de mujer ‘felizmente’ casada y madre de familia que descubre la infidelidad de su marido (Alan Rickman). Está magistral en un ejercicio de contención en la escena más devastadora de la película y que, según cuenta la propia actriz, está basada en una experiencia propia tras “destrozarle el corazón” Kenneth Branagh, con el que estuvo casada entre 1989 y 1995.

Emma Thompson en una escena del filme. UNIVERSAL
Entre tantas buenas interpretaciones también destaca la de Laura Linney en el papel más atormentado de la película como hermana de un enfermo mental por el que sacrifica todo, incluso un ‘affaire’ con el compañero de trabajo del que lleva años enamorada. Y como no olvidar a Bill Nighy, quien ofrece el personaje más alocado de la cinta como rockero gagá que prepara su reaparición final. Sin duda, el mejor contrapunto a tanta situación almibarada.
¿Las mil y una caras del amor?
La película desprende amor por todos sus poros. Mucho amor y en múltiples formas. Amores incipientes, amores que languidecen, amores casuales, amores entre hermanos, amores adolescentes, amores entre viejos amigos, amores imposibles, amores prohibidos, amores sexuales. Y, sobre todo, amores heterosexuales. La diversidad sexual, sin embargo, brilla por su ausencia.
Love Actually tuvo un metraje generoso, 128 minutos, para tener al menos una historia de amor entre personas del mismo sexo. De ahí que desde su estreno y hasta la actualidad se la siga reprochando su falta de inclusión con el colectivo LGBTI. Cuesta creer que su hueco quedase vació en una película con tantas y variopintas tramas e historias de amor que se entrecruzan, estrenada en pleno siglo XXI y con un público más abierto y ávido de personajes que reflejen todas las aristas y pliegues de la sociedad.
Sin embargo, esta homogeneidad de amores no fue así desde el inicio. El director intentó reflejar una relación de amor entre dos mujeres e incluso llegó a filmar varias escenas, aunque finalmente fueron descartadas del montaje final por decisión de los productores. Sus protagonistas eran las actrices Anne Reid y Frances de la Tour, quienes daban vida, respectivamente, a la severa directora del colegio del hijo de Emma Thompson y su pareja, una mujer que sufre una enfermedad terminal.
Una historia con un trágico final que podría haber despertado las críticas de parte del público al no entender que esta fuera la única historia de todo el filme que termina mal. No obstante, el propio director ha lamentado en varias ocasiones no haber podido incluir esta escena, aunque al menos fue rescatada como parte del material adicional de la edición en DVD de la película.
Carrusel de clichés machistas
Con el paso de los años, muchos fans y expertos han criticado la película por esta falta de diversidad sexual y también racial, teniendo sólo un miembro del reparto que no es blanco, Chiwetel Ejiofor. Críticas que se suman a las que ha tenido que lidiar Richard Curtis por su enfoque en las relaciones románticas heterosexuales.
Entre tanto almíbar y melaza, mientras suena Christmas is All Around una y otra vez, Love Actually esconde un mensaje que de romántico tiene muy poco, que cualquier feminista pondría el grito en el cielo por la sucesión de conductas machistas normalizadas hace 20 años.
La película hace gala de un amor romántico que en realidad es bien tóxico. Desde el 'voyeurismo' y la obsesión del personaje de Andrew Lincoln (el que declara su amor a Keira Knightley con cartelitos para que no le oiga su amigo y marido de ella en la escena más famosa del filme) a la infidelidad del personaje de Alan Rickamn tras ligarse a su ‘secretaria sexy’. Una situación que queda totalmente impune tras perdonarle su ‘sacrificada’ esposa (Emma Thompson).
Y qué decir del personaje de Colin, el joven que se pasa media película acosando a todo tipo de mujeres, hasta que cruza el charco a Estados Unidos en busca de chicas para ligárselas. Nada más y nada menos que cuatro jóvenes norteamericanas exuberantes caen rendidas a sus ‘encantos’. Una secuencia tan inverosímil como deplorable, que parece sacada de una película erótico-festiva en lugar de una comedia romántica.
Al parecer el director debió considerar que también es muy romántico que sus personajes femeninos no hablaran casi nada o tuvieran muy poco que decir. Se limitan a caer rendidas en brazos de los hombres que se enamoran de ellas. Están totalmente a expensas de sus decisiones mientras no tienen ni voz ni voto. Aquí Cupido triunfa si el hombre quiere. Lo vemos en los personajes de Colin Firth y su asistenta portuguesa (petición de matrimonio incluida sin saber cuál es el deseo de ella), en el del primer ministro de Hugh Grant y su secretaria (Martine McCutcheon), e incluso en el del hijastro de Liam Neeson.
La película plasma relaciones entre hombre y mujeres que no son muy edificantes, aunque por suerte la mentalidad de buena parte de la visión de los espectadores en la actualidad ha cambiado, siendo capaces de detectarlo y, obviamente, censurarlo.
El propio director de la película ha admitido recientemente que se arrepiente de la representación de los personajes femeninos, dando así la razón a detractores y críticos del filme. En una entrevista moderada por su hija durante un festival de literatura, Richars Curtis llegó a reconocer que se avergonzaba de cómo había retratado a las mujeres y cómo se había mofado de su peso con chistes sobre “gordas”, como en el caso de la secretaria de Hugh Grant cuyos supuestos kilos de más son motivo de burla durante casi todo el filme.
"Hay cosas que cambiaría. Pero, gracias a Dios, la sociedad está cambiando. Mi película está destinada en algunos momentos a quedarse desfasada. La falta de diversidad me hace sentir incómodo y un poco estúpido", confesó el realizador a principios de este año a The Guardian.