Chanel y nuestros adversarios
Últimamente estamos asistiendo a muchos debates sobre feminismos y sobre avances y retrocesos en la posición social, económica y política de las mujeres. ¡Estamos, incluso, discutiendo qué es y que no es una mujer! Hasta existe un anteproyecto de ley que afirma que es posible ser mujer solo con “sentirlo”… Todas estas polémicas en medios de comunicación, en redes sociales y en la calle me parecen, en general, muy estimulantes. Ha llegado el tiempo de un debate abierto y democrático sobre la desigualdad estructural que padecen las mujeres del mundo. Es verdad que, como en cualquier discusión, no es fácil separar el trigo de la paja ni las opiniones bien fundadas de la mera propaganda ideológica o fake pero, en cualquier caso, bienvenida sea la conversación.
Siempre he creído que, para triunfar, el feminismo debía ser mayoritario y que, por lo tanto, se imponía formular una agenda política que convocara a cuantas más mujeres mejor. Que los inicios del movimiento, hace 300 años, fueran principalmente elitistas es normal pero, en el siglo XXI y en las democracias avanzadas, la lucha por la emancipación de las mujeres concierne al conjunto de la sociedad, incluidos los varones.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, como antes sucedió con Bibiana Aído y con muchas otras, concita críticas durísimas a diestro y siniestro. Algunas de esas críticas van, desgraciadamente, asociadas a su cartera ministerial y no tienen mayor importancia: ser mujer joven y estar en primera línea política es igual a convertirte en foco de haters y demás reaccionarios. Sin embargo, otras opiniones, las que se refieren a una brecha abierta en el seno del feminismo, sí deberían hacernos reflexionar. Sobre todo porque son fracturas de calado que alimentan a nuestros verdaderos adversarios; quienes no creen en la igualdad. Es imprescindible lograr un amplio acuerdo en elementos de la agenda política que vamos a abordar próximamente; el género como identidad y el tratamiento de la prostitución, para erradicar la explotación sexual, son dos de los aspectos más relevantes y divisivos.
Estamos entrando de lleno en los pilares de la cultura patriarcal y, por eso, es clave construir un consenso progresista y feminista que le gane el pulso a la reacción del patriarcado rampante que está tan activa.
En estos últimos días hemos vuelto a ver otro de esos debates incendiados a cuenta de la magnífica performance de la artista Chanel Terreros en el festival de Eurovisión: si la bailarina y cantante representaba o no a tal o cual modelo de mujer, si su imagen corresponde o no a la de una mujer empoderada o más bien al cliché de mujer hípersexualizada, etc. Es una discusión interesante y, como es habitual, llena de prejuicios de uno y otro lado que impiden a veces fijar ideas más allá del ruido.
Vaya por delante que, como gran parte del público, considero que Chanel tuvo una gran actuación en el Festival de Eurovisión. Ella es una profesional que se gana la vida en el mundo de la creación artística y comercial ateniéndose, con éxito, a los códigos que rigen en esa industria. Otra cosa es que no seamos conscientes de que existe un mandato cultural muy consolidado sobre el cuerpo de las mujeres y su cosificación en aras de proporcionar placer a los hombres. Esa realidad es poco discutible; no hay más que acudir a la publicidad, a la industria del porno y la prostitución, o al estereotipo de mujer que nos proponen las firmas de belleza y moda; jóvenes, guapas, delgadas y siempre dispuestas a agradar. Las mujeres tienen que elegir cómo se visten y qué parte de sus cuerpos enseñan o no, faltaría más, pero no sería bueno ignorar el modelo femenino que viene descrito por la cultura dominante. Todas las mujeres que no encajan en el molde -y son mayoría- sufren las consecuencias. Esto sucede, muy particularmente, durante la adolescencia que se manifiesta, para las niñas y de manera creciente, como una etapa de angustia, ansiedad e inseguridad con efectos evidentes sobre su salud.
La cuestión es defender la libertad de las mujeres pero sin eludir la crítica al contexto cultural en el que vivimos y que nos condiciona. Hoy por hoy y desde que el mundo es mundo, el cuerpo de las mujeres es sometido a transacciones comerciales de todo tipo y eso forma parte esencial de los roles sociales que nos sitúan a unas subordinadas a otros.
Las mujeres somos distintas entre nosotras, no tenemos que tener las mismas opiniones. El feminismo es también plural porque refleja la diversidad de las mujeres, y es muy saludable que así sea. Pero tenemos adversarios muy poderosos, que llevan siglos dominando a las mujeres y a ellos es a los que hay que convencer o vencer. La agenda del feminismo no debe dividirse, la unidad de acción es el mejor instrumento para transformar la realidad, la de todas.