Francia y el 'malaise'
[malaise, (3) sentimiento de inquietud, de tensión, de molestia, de confusión- Diccionario Larousse]
En 1930 Sigmund Freud publicaba su ensayo sobre la contradicción entre la cultura dominante y las pulsiones personales, es decir entre las restricciones sociales y las insatisfacciones del ser humano. De esa dicotomía nace -según Freud- el sentimiento de culpa, entre otros.
La obra “Das Unbehagen in der Kultur” es de las más relevantes del padre del psicoanálisis y uno de los textos críticos que más influyeron en las ciencias sociales durante el siglo XX. Su título, tanto en español como en francés, fue traducido como “el malestar en la cultura”, pero debemos entender malestar o “malaise” como el sentimiento que produce inquietud, angustia y , en definitiva, miedo ante el futuro.
Precisamente de esa acepción de malestar se lleva hablando desde hace tiempo en Francia y las elecciones presidenciales del pasado 24 de abril, han vuelto a demostrar hasta qué punto el “malaise” sigue presente en la sociedad francesa.
El 45% de los franceses menores de 35 años se ha abstenido en la elección del Presidente de la República (el proceso electoral habitualmente más participativo en Francia). Con un 27% de abstención total (un millón de franceses) y los casi 3 millones de votos blancos o nulos -el llamado voto “Ni- Ni”- los electores muestran su decepción ante los candidatos y su cansancio del sistema. Si las papeletas blancas y nulas, muchas de ellas con mensajes durísimos o directamente tachadas, representan a la Francia enfadada (“en colère”), la abstención más alta de los últimos 50 años es atribuible a la Francia del malaise. Las encuestas europeas reflejan hace tiempo que los franceses son los más pesimistas, los que sienten una mayor ansiedad y, también, los más incrédulos ante la construcción Europea.
La República francesa vive, políticamente, más dividida que nunca.
Las fracturas que presenta el país son múltiples: generacional, territorial, cultural, social, y han producido una atomización y una polarización del espacio político desconocida hasta ahora. Los comportamientos extremistas a la hora de votar se explican por esa indiferencia ante los problemas de la gente que, para muchos, manifiesta la política actual -según se desprende de la mayoría de las encuestas-. Para millones de franceses que se sienten ignorados, el porvenir ha dejado de ser atractivo y sólo produce temor. De ese miedo beben las opciones nacional populistas que crecen frente a la Francia cosmopolita, abierta y con vocación universal.
La victoria de Macron se ha visto empañada por el alto porcentaje alcanzado por su rival, Marine Le Pen -que obtuvo un 23% en la primera vuelta pero más de un 41% de los sufragios en la segunda- a lo que hay que añadir la alta abstención y los votos de protesta. Todo ello sumado representa un inmenso rechazo del Presidente Macron que debería atender al contundente mensaje de una parte de la sociedad que no se siente escuchada. Para muchos franceses Macron representa como nadie a las élites de la globalización que detestan.
En esta ocasión la elección presidencial, en una campaña carente de verdaderos debates, se planteaba en términos de dilema absoluto: o Macron o el caos. No hay duda de que el Presidente francés es un gran político, muy bien preparado, inteligente y capaz, aunque lo cierto es que esta valoración es más compartida fuera de Francia que dentro de sus fronteras. La elasticidad ideológica de Macron le ubica perfectamente en el tiempo político que estamos viviendo pero el crédito de su liderazgo y de su movimiento se agota. ¿En la siguientes elecciones presidenciales quién va a parar a la extrema derecha? Es evidente que la izquierda rota y dividida, tal y como se presenta hoy, no podrá hacerlo.
En el año 2013 la autora y analista política norteamericana, Michele Wucker, inventó la expresión “rinocerontes grises” para referirse a las amenazas probables que, pese a ser conocidas y evaluadas, son ignoradas hasta que ya es demasiado tarde. Es el caso de la sociedad francesa -y no sólo francesa- en la que los cambios tecnológicos, la precariedad y la desigualdad laboral, el pesado tamaño del Estado, las vetustas instituciones, los desequilibrios territoriales y la brecha generacional, son desafíos que necesitan transformaciones de fondo y producto de pactos.
El Presidente Macron ha gobernado en solitario y de manera vertical, más pendiente de Europa y del mundo que de Francia, según todos sus críticos. A partir de ahora tendrá que asegurar a los franceses una forma de dirigir el país que atienda e incorpore a muchas otras sensibilidades para poder cerrar las heridas sociales de los últimos años. Las elecciones legislativas del próximo mes de junio dibujarán el futuro inmediato del país vecino. Es muy posible que antes de eso Macron mande alguna señal al conjunto de la sociedad francesa. Estoy casi segura de que una de las primeras decisiones del Elíseo será nombrar a una mujer del campo progresista como Primera Ministra de la República francesa.