Caza de brujas, brujos, brujes
¨No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo¨ (Evelyn Beatrice Hall, biógrafa de Voltaire)
El pasado 4 abril, la Universitat des Illes Balears (UIB) canceló la presentación del libro “Nadie nace en un cuerpo equivocado”. El titular de esta noticia, por sí solo, resulta ya bastante inquietante. Los autores del libro son dos doctores en psicología con una trayectoria académica muy reconocida y años de experiencia en psicología clínica. Se trata de los profesores José Errasti y Marino Pérez, autores ambos de cientos de artículos publicados en prensa especializada nacional e internacional. Los responsables de la UIB justificaron la censura a causa de una terrible presión desplegada por colectivos transactivistas, de tal calibre que la Universidad se manifestó incapaz de garantizar la seguridad del acto ni, mucho menos, la de los dos autores. ¿Cabe imaginar un despropósito mayor, una postura más anti académica? La respuesta de la vicedecana de la facultad de Filosofía y Letras de la universidad en cuestión, la señora Tatiana Casado, es impresionante: comparte la censura y afirma que no hay nada que debatir mientras confiesa que no haber leído el libro, ni falta que le hace.
Unas horas después de la suspensión en la UIB la obra se presentó en La Casa del Libro de Palma de Mallorca, gracias a la valiente decisión de sus gestores. Eso sí, hubo que proteger el recinto con furgones policiales y con un gran despliegue de efectivos ¿Qué está pasando para que se instale semejante persecución contra un libro y contra sus autores?
Amparo Mañés, Directora de la Unitat d´Igualtat de la Universitat de Valencia ha sido cesada de su cargo por afirmar que la mujer “es la hembra humana adulta”, definición basada en el criterio biológico y ampliamente compartida en el mundo científico de todas las especialidades y nacionalidades (!)
Juana Gallego, periodista, escritora y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha afirmado estos días que sufre una persecución ideológica con la complicidad de la universidad. Tras un primer boicot organizado por parte de las alumnas de un máster de género, le han prohibido impartir otras clases vulnerando así su derecho a la libertad de cátedra y de expresión. Varias de las alumnas denunciaron en las redes que se les estaba impidiendo entrar en el aula en la que imparte sus clases la profesora Gallego.
El delito de Juana Gallego, Amparo Mañés, José Errasti y Marino Pérez es el mismo: rebatir las teorías del transfanatismo. Aunque ni siquiera es ese el fondo del asunto, lo absolutamente grave es que la intolerancia se instale en la universidad. Hace tiempo que en los medios de comunicación y en las redes sociales -cada vez más parecidos, desgraciadamente- resulta difícil encontrar espacios de debate que no estén contaminados por posiciones dogmáticas y verdades absolutas. Introducir una crítica, una duda o un matiz en cualquier asunto que se esté tratando públicamente, te convierte inmediatamente en enemigo del pueblo. Si te sales del carril marcado por tu grupo de referencia te suelen abrazar los “adversarios” convirtiéndote, con dos frases, en traidora a la causa que defiendes. Que esta misma dinámica se instale en el lugar de la reflexión, las ideas y la confrontación de pareceres que debe ser la universidad, es un drama.
En julio del 2020, 150 intelectuales en Estados Unidos publicaron una carta contra la intolerancia. Académicos y escritores del prestigio de Noam Chomsky, Gloria Steinem, Margaret Atwood, Martin Amis, Salman Rushdie, Anne Applebaum, denunciaron en la revista Harper’s la creciente intolerancia por parte del activismo progresista estadounidense hacia las ideas discrepantes. En un texto titulado “carta sobre la justicia y el debate abierto”, los intelectuales americanos afirman que ese comportamiento censor es esperable en la derecha radical -Trump era, todavía, el Presidente en aquéllas fechas - pero que la deriva se está extendiendo también al mundo progresista. Aseguran que “el libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado”. Y así es.
Asistimos a un identitarismo radical que se construye solo y siempre contra los otros a los que, inmediatamente, se cataloga con una etiqueta banal y despectiva cuando no directamente insultante que busca estigmatizar la opinión discrepante. Si, por ejemplo, yo me atrevo a cuestionar las leyes de autodeterminación del sexo legal seré amenazada, intimidada y acusada de trans fobia, sin más. Las feministas hemos mantenido históricamente una posición crítica hacia el género como identidad, puesto que el género -que no el sexo- es la construcción cultural que subordina a las mujeres en todo el mundo. Ello no ha sido nunca en menoscabo de la defensa del derecho a la igualdad para todas las personas. Muy particularmente, hemos acompañado siempre la lucha de los colectivos LGTBI. Pero algunos grupos e individuos han decidido que sus derechos -todavía no hemos sabido cuáles no están garantizados en España- y sus opiniones pasan por encima de todo, incluido el sano debate racional. Lo cierto es que cancelar o censurar una opinión no forma parte de la cultura democrática ¿Cuándo ha dejado la tolerancia de ser un valor para los que se dicen progresistas?