Desde otras latitudes
De cuando en cuando conviene salir de la vieja (y envejecida ) Europa para ver el mundo como es en su diversidad y complejidad. Si hace unos años éramos un ejemplo a seguir hoy somos un peso muerto para la economía mundial, según el FMI, y los tropezones del euro inquietan a todo el mundo por su potencial desestabilizador.
Y las cosas no mejoran: España se hunde en la recesión, el Gobierno no quiere pedir el rescate hasta después de las elecciones regionales y los mercados pierden la paciencia. Las agencias de rating nos degradan otra vez y nuestra Deuda está a un paso de ser considerada una inversión especulativa, es decir un bono basura, lo que no dejará de tener consecuencias sobre su cotización y los tipos de interés exigidos. Añádanle el remontar de los nacionalismos y populismos en todo el continente, en el caso español la cuestión catalana, para ver cómo la crisis económica se está convirtiendo en una grave crisis política.
Pero en el mundo pasan otras cosas. Por ejemplo, en Latinoamérica, Chávez ha vuelto a ganar las elecciones por una confortable mayoría. Más vale que el resultado haya sido claro sino ahora andarían a tiros. En Brasil, el que fue jefe de gabinete de Lula, el todopoderoso José Dirceu está a punto de ser condenado, en realidad ya lo está, sólo falta dictar la pena, por la compra de votos de diputados, el otrora famoso sistema del mensalao, y un pequeño país como Ecuador (relevante para España porque acogemos a medio millón de emigrantes ecuatorianos) se encarama a la actualidad internacional dando asilo político a Assange, el fundador de Wikileaks, y plantando cara a los EE.UU. con iniciativas diplomáticas sonadas, como no asistir a la Cumbre de las Américas porque Cuba no estaba, expulsar a la embajadora americana o pedir sanciones contra el Reino Unido por no querer negociar con Argentina.
Esta crónica esta escrita desde Quito, antes de viajar al Amazonas para conocer la iniciativa Yasuni por la cual el gobierno del presidente Correa propone no explotar las reservas de crudo del subsuelo de ese parque nacional a cambio de que la comunidad internacional le compense del lucro cesante.
Y la escribo pocos días después de que Chávez haya vuelto a ganar, y van tres, las elecciones en la vecina Venezuela dando continuidad al llamado socialismo andino del que también participaría Ecuador aunque con marcadas características diferenciales.
El país esta viviendo un boom económico, crece al 9 % impulsado por la renta petrolera y un ambicioso programa de obras públicas. No hay más que viajar por el interior del país para darse cuenta de cómo las obras de infraestructura se extienden, parece España en los 90. Así se ha recuperado de la grave crisis bancaria de 1998, que le sumió en la recesión y provocó el default de su Deuda exterior. Para estabilizar la economía, en el 2000 adoptó el dólar como moneda del país y lo sigue siendo. No sin provocar graves turbulencias iniciales, el experimento parece haber funcionado.
Y también se desarrolla una revolución política, la llamada “revolución ciudadana” a la búsqueda de lo que llaman “el buen vivir”.
Esa “revolución ciudadana” del presidente Correa tiene una visión emparentada aunque distinta, con el bolivarismo de Chávez. Pretende moralizar la política y reducir las desigualdades, lo que buena falta hace dados los antecedentes de esta república ecuatorial.
Correa es, como Chávez, un soberanista que alimenta la resistencia contra el capitalismo neoliberal y las maldades, reales o supuestas, del imperialismo americano. Como Chávez, Correa es particularmente apreciado por las clases populares, beneficiadas por sus políticas sociales, como el “bono de desarrollo humano” por el que 500.000 ancianos y 1 millón de ecuatorianos que viven en la gran pobreza reciben 35 dólares al mes. O los 5.000 dólares para financiar la autoconstrucción de viviendas muy sencillas pero que al menos dan un techo.
Esta política de repartir dinero a los pobres marginados que no participaban de la vida política es la misma que le reprochan a Chávez, como una forma de comprar el voto con subsidios. Pero, a diferencia de Chávez, Correa ha conseguido un cierto entendimiento con las clases medias y la tecnocracia. Entre 1996 y el 2006, Ecuador tuvo 8 presidentes de la república y Correa ha restaurado una cierta estabilidad y confianza en el ejecutivo.
Por la derecha se le oponen las elites económicas y políticas tradicionales. Como en Caracas, para la derecha esos peligrosos populistas gastan demasiado e hipotecan el futuro para comprar el poder. Pero si Correa puede gastar es porque ha recuperado para el país buena parte de la renta petrolera en manos de multinacionales extranjeras. Y de algo debe servir porque según la Organización de Estados Americanos, que no es precisamente un nido de bolivaristas, Ecuador y Venezuela son los países donde más ha disminuido la extrema pobreza y la desigualdad.
Por la izquierda, el movimiento indígena y los ecologistas le acusan de ser demasiado conciliador con las multinacionales mineras y las inversiones en hidroelectricidad. El “buen vivir” busca un crecimiento compatible con la sostenibilidad y el respeto a los “derechos de la naturaleza” especialmente importantes en un país con su enorme biodiversidad, pero que no deja de chocar con la realidad de las necesidades de producir energía y tener que construir conflictivas centrales hidroeléctricas. Eso explica que el que fue ministro de Energía y Minas con Correa será su competidor electoral desde posiciones más radicales.
A Correa le han asimilado a Chávez también por sus conflictos con los medios de comunicación privados. Ambos tienen puntos comunes pero otras muchas cosas les diferencian. Correa no es Chávez. Ambos consideran al capitalismo como un peligro para la Humanidad y teorizan un socialismo del siglo XXI. Ambos pretenden encarnar la esperanza de un pueblo. Ambos financian sus políticas sociales con el dinero del petróleo. Pero Chávez es un militar duro y Correa un intelectual, doctor por Lovaina y los EE.UU. En Venezuela los sindicalistas y los militantes de la izquierda radical han invadido el poder. En Ecuador no ha habido substitución de élites, la tecnocracia de buena familia sigue dirigiendo los ministerios y las empresas públicas.
En Venezuela la oposición unida y con un candidato fuerte no ha conseguido desbancar a Chávez. Y eso aumenta sin duda las posibilidades de reelección de Correa dentro de cinco meses. El socialismo andino, cabalgando a lomos de su riqueza petrolera parece que va a continuar, con sus luces y sus sombras, con su experiencia redistributiva.