Indignación y secesión
Septiembre de 2012 habrá estado marcado por las manifestaciones que expresan el malestar de la sociedad española por las dramática consecuencias de la crisis y de las políticas de austeridad con las que se pretende combatirla por un lado, y por el incremento del sentimiento independentista en Cataluña por otro.
Las manifestaciones de los “indignados”, culminadas con la convocatoria “ocupar las Cortes”, reflejan también el desafecto hacia la actual forma de representación política. Y la de los catalanes, marchando masivamente detrás de una pancarta que pide un nuevo Estado en Europa, cuestiona abiertamente el orden constitucional. Parece como si nuestra tan alabada transición democrática no fuese tan solida y duradera como presumíamos. De hecho, estos días por Sudamérica, escucho reflexiones un tanto irónicas sobre lo que le ocurre a España, ayer citada como ejemplo por su modelo político y sus logros económicos que hoy parecen fundirse al sol de la crisis.
En efecto, la crisis ha reventado las costuras, nunca bien cosidas del sistema autonómico. Y con la crisis estamos haciendo marcha atrás en los niveles de prosperidad, solidaridad y cohesión social conseguidos en lo que fueron, desde 1986 hasta 2008, los mejores años de nuestra historia desde la batalla de Trafalgar.
Si ayer, hace bien poco, nos admiraban y aplaudían por nuestro crecimiento económico, los superávits fiscales y el alambicado equilibrio territorial, hoy estamos convirtiéndonos en el paradigma de un fracaso. Parece, aunque debería verificarlo antes de citarlo, que en su reciente debate televisado Rommey gano algunos puntos acusando a Obama de llevar a EE.UU. a una situación como la de España…
La sociedad española no aguantara mucho tiempo más la cura de austeridad a la que se ve sometida, una terapia fatal que no resuelve el problema del desequilibrio de las cuentas públicas. Con todos los motores del crecimiento parados, con las empresas, las familias y el sector publico reduciendo a la vez su endeudamiento y disminuyendo su demanda, con el crédito cerrado y la tremenda fuga de la inversión extranjera, no hay forma de retomar una senda de crecimiento. Y sin crecimiento no hay austeridad que sirva para reducir el déficit público ni para recuperar el empleo perdido.
Y cuando las cosas van mal la solidaridad se hace más difícil. Con la exacerbación del sentimiento nacionalista catalán y la demanda de independencia tiene mucho que ver el brutal efecto que han tenido los recortes en sanidad, educación y otros componentes del Estado del bienestar, junto con la reducción de salarios públicos y el aumento del paro. El “España nos roba” y los 16.000 millones de déficit fiscal que pregona el gobierno de la Generalitat se hacen más creíbles y sobre todo menos soportables cuando se sufren esos recortes que cuando la economía crece al 4 % y parece que hay recursos para todo.
Y así Mas ha conseguido que su política social y fiscal hayan desaparecido del debate. Este ha sido ocupado por el mantra de la independencia como el nuevo bálsamo que resolverá todos los problemas. La convocatoria de elecciones es un acto de oportunismo político pero ha sido saludado en Cataluña como una valiente decisión de un hombre de Estado que percibe la ocasión histórica. Hay que tener cuidado con los vientos que siembran tempestades y aunque ahora Mas llame a la templanza y advierta que la independencia no es para mañana, lo cierto es que ha encendido la mecha de un proceso de difícil control que no se resuelve apelando a la Guardia Civil como en pasadas experiencias secesionistas.
Y mientras tanto Rajoy sigue deshojando la margarita del rescate si, rescate no. Comprendo las dificultades y seguramente están negociando las condiciones a puerta cerrada, como debe ser. Pero soy de la opinión de que cuanto antes lo pida, mejor dicho cuanto antes lo obtenga, mejor. No sea que la disposición alemana a conceder más ayudas a los manirrotos del sur se enfríe. Como ya está ocurriendo, a medida que las elecciones se acercan y que la recesión de los vecinos europeos y la ralentización del crecimiento de los emergentes empieza a debilitar también su economía.
Sin contar con el rescate, el Presupuesto recientemente presentado por Rajoy cumple nominalmente con las exigencias de reducción del déficit impuestas por Bruselas. Pero está basado en hipótesis poco creíbles, a veces incoherentes y otras poco claras sobre el crecimiento, la recaudación fiscal, la creación de empleo y el gasto en pensiones. En particular las estimaciones sobre crecimiento, mejor dicho un decrecimiento del 0,5 %, y las de creación de empleo,0,2%, no son coherentes. Una de las dos, o puede que las dos, no es acertada. Y aunque la Comisión europea haya venido a echarnos un capote alabando los esfuerzos del gobierno, es muy poco probable que se consigan los objetivos proclamados.
Entre otras cosas porque en un país tan descentralizado como el nuestro, mucho depende de lo que hagan los gobiernos regionales. Y la apariencia de unidad que se mostro en la Conferencia de Presidentes ha durado lo que Mas tardo en volver a Barcelona. Para anunciar que el esfuerzo de reducción del déficit entre el gobierno central y las autonomías no es equilibrado ni posible de alcanzar. Y en este sentido quizá no le falte razón en la medida que la reducción del déficit no se reparte proporcionalmente al gasto publico administrado por cada nivel de gobierno. Y porque las autonomías gestionan la mayor parte del gasto social que es el más difícil y doloroso de reducir en estas circunstancias.
No es solo España donde las tensiones sociales se agudizan y se producen protestas que derivan en explosiones de violencia. No hay más que ver lo que ocurre en Grecia y Portugal, sacrificados todavía más que nosotros a la política de austeridad contra la que clama en el desierto Paul Krugman. Y en Francia, Hollande pierde el apoyo social porque al final también tiene que aplicar la austeridad contra la que predico para ser elegido. Él al menos aplica una política fiscal mucho más progresista para repartir los costes del ajuste.
Y así la crisis económica europea se está convirtiendo en una crisis de la democracia. La Europa unida nació para desterrar la violencia y para borrar o difuminar las fronteras. Pero las políticas que esta Europa impone están volviendo a hacer emerger la violencia en sus sociedades y reclamando nuevas fronteras.
Y en esa transformación de la naturaleza de la crisis tiene mucha responsabilidad Alemania. Como decía hace poco el que fuese ministro de Exteriores alemán, J Fisher, sería una ironía de la Historia que por tercera vez Alemania destruyese el orden europeo aunque esta vez fuese por medios pacíficos y animada de mejores intenciones.
Veremos lo que nos deparan Octubre y Noviembre.