Contagio italiano
Una vez más en Europa hemos (han) decidido que era urgente esperar. Los ministros de economía y hacienda reunidos en Bruselas (lunes 11 de julio) se han enfrentado más que nunca sobre las modalidades del segundo plan de ayuda a Grecia y después de siete horas de discusiones el comunicado del Ecofin repite que están dispuestos, como siempre, a defender la estabilidad financiera de la zona euro y que se pondrán de acuerdo “lo antes posible”. Faltaría más.
Y mientras los dirigentes europeos siguen tocando la lira, el incendio sobre la zona euro sigue creciendo y amenaza con tomar proporciones pavorosas si afecta a economías grandes como España e Italia.
El tan temido contagio a estos países está empezando a producirse. Y estas son palabras mayores. Italia pesa el doble que Grecia, Irlanda y Portugal juntos. Parece un país “too big to fail”, pero ya nada se puede descartar en el tormentoso mundo de la crisis de la Deuda en Europa. Su endeudamiento público, 120 % del PIB, es uno de los mayores de la UE aunque su deficit, 4, 6 % del PIB, sea uno de los más pequeños. Pero de repente los mercados se han fijado en que reúne tres patologías que juntas diseñan un caso grave: un alto endeudamiento, un crecimiento débil y una creciente inestabilidad política.
La inestabilidad política se ha agravado con las peleas a voz en grito entre Berlusconi y su ministro de Economía, Tremonti. Y los escándalos de corrupción que han estallado en el entorno de este han debilitado su posición justo cuando el Parlamento se disponía a votar el recorte presupuestario que el ministro proponía. El caso Tremonti no parece banal ni siquiera para lo que se acostumbra en Italia. Uno de sus colaboradores más próximos, Marco Milanese, ex capitán de la Guardia de Finanzas, ha sido encausado por corrupción después de descubrirse que 6 millones de euros habían transitado por sus cuentas bancarias en 4 años y que gastaba 4 veces más que sus rentas declaradas. Este podría ser un problema del Sr. Milanese, pero resulta que este tenía la amabilidad de pagar el alquiler del apartamento en el que el Sr. Ministro vivía en Roma, a razón de 8.500 euros al mes. Milanese ha dimitido y Tremonti ha devuelto las llaves pero ese comportamiento es, como mínimo, inaceptable para quien predica el rigor y recorta sueldos y ayudas sociales.
Se puede decir que estos problemas y estas trifulcas no son nada nuevo en el escenario de ópera bufa que es la política italiana y hasta ahora no habían preocupado a los mercados financieros ni antes ni después de la crisis. Pero todo tiene un límite y en este momento Italia está muy penalizada por el crepúsculo político de Berlusconi. La moral de la historia es que no conviene dejar que los crepúsculos duren demasiado.
La economía italiana tiene muchas cosas a su favor. Su sistema financiero es uno de los más saneados de Europa, sus bancos no se lanzaron a aventuras especulativas ni alimentaron burbujas inmobiliarias. Tiene un tejido de pequeñas y mediadas empresas que han capeado bien la crisis y, aunque es uno de los mayores emisores de Bonos de Deuda pública, los compran casi toda los propios italianos, que son muy ahorradores y estabilizan así el fuerte endeudamiento de su país.
Pero a medida que suben los tipos de interés y el crecimiento se reduce, se hace más difícil asumir los costes de una Deuda pública que es la segunda de Europa en términos relativos, después de Grecia. Y ha bastado la conjunción de la subida de los tipos de interés decidida por Trichet, con previsiones de crecimiento a la baja y con la débil posición del ministro que personifica el rigor presupuestario dentro del gobierno Berlusconi para que los mercados lancen una andanada especulativa contra Italia que ha hecho temblar a su Bolsa y de rebote a la nuestra y a las de toda Europa. Y todo ello en el contexto de la cacofonía europea sobre la forma de hacer participar al sector privado en los costes de rescate de las economías en dificultades y especialmente en las consecuencias de la incapacidad de Grecia de pagar su Deuda, algo que se admite ya más o menos abiertamente aunque el BCE siga, como buen banquero, negándose a aceptarlo
Así se ha acabado, mas pronto de lo previsto, la tregua alcanzada después de que Grecia aprobase su último plan de austeridad quinquenal a pesar de la fuerte oposición popular. De poco ha servido este último acto de la tragedia griega porque las caóticas discusiones sobre los planes franceses o alemanes para que los Bancos participaran “voluntariamente” en compartir los costes de una segunda ayuda a Grecia han dinamitado la credibilidad sobre la capacidad política de Europa de encontrar una solución rápida y creíble al problema.
Ello justificaría la nueva y sorpresiva degradación de la calificación de la Deuda portuguesa por las agencias de rating. No seré yo el que defienda y excuse el comportamiento de ese “indeseable monopolio” como Trichet las ha calificado en los encuentros económicos de Aix en Provence. Pero si las agencias creen que Portugal va a necesitar un segundo plan de ayuda, a pesar de los planes de ajuste que acaba de decidir el nuevo gobierno, y creen que se va a repetir el espectáculo que se está dando para acordar el segundo plan a Grecia, es normal que piensen que el futuro de Portugal sería tan oscuro como el de Grecia lo está siendo.
Frente a esta Europa-Sísifo, que no acaba nunca de subir la roca de la crisis por encima del temor de la quiebra de uno de sus miembros, en Aix en Provence hemos pedido a los gobiernos europeos y a las instituciones comunitarias mas reactividad frente a los acontecimientos, menos lamentos y mas acción. Por ejemplo, hace más de un año que las agencias de notación son objeto de todas las criticas pero nada se ha hecho para crear un sistema alternativo. La reacción europea sigue siendo lenta, contradictoria e ineficaz. Parece que solo se toman decisiones cuando se está realmente al borde del abismo. Y el abismo se hace cada vez más profundo. Convendría no esperar a estar demasiado cerca del borde para hacer ese “gran paso adelante” en el gobierno económico de Europa.