La siempre curiosa historia del cine ha estado colmada de famosas parejas artísticas, desde Katharine Hepburn y Spencer Tracy hasta los hermanos Coen. Lo que está claro es que ninguna como la que dio lugar a la película que hoy nos ocupa: King Kong. Ernest B. Schoedsack trabajó como cámara en los cortos de Mack Sennett para la Keystone. En la primera guerra mundial rodó documentales en el frente junto al teniente coronel Merian C. Cooper. Su trabajo conjunto como documentalistas se convirtió en aventura constante a lo largo de los parajes más exóticos del planeta. Las numerosas anécdotas que tuvieron que ocurrirles durante sus viajes en los años veinte le animaron a rodar su primera obra de ficción: “El malvado Zaroff”, uno de las cintas más inquietantes y siniestras de la época.
Por otro lado, Merian C. Cooper quería rodar en 1932 un documental sobre gorilas en África. El prototipo de joven aventurero americano, deportista, periodista e incansable viajero que estuvo presente en la revolución mexicana del lado de Pancho Villa antes de entrar en el ejército americano. Sin embargo, la crisis económica le obligó a dar un vuelco a su idea hasta convertirla en una historia de aventuras, mucho más del gusto del productor David O. Selznick.
Un encuentro casual con el dibujante y maquetista Willis O’Brien fue la clave para el nacimiento de King Kong. El padre de la criatura hizo una serie de dibujos del gran gorila que luego se convertirían en imágenes para la película, como King Kong encima de un rascacielos con una mujer en la mano, el simio encadenado en un teatro y la mítica isla de la Calavera, morada del rey de los gorilas, inspirada en la obra de Arnold Böcklin “La isla de los muertos”. Willis O’Brien es el inventor de la técnica conocida como “stop motion”. Las escenas en las que salía el mono se realizaron con seis muñecos pequeños, hechos con goma, piel de conejo, una cabeza y unos hombros enormes para los primeros planos, recubiertas de piel de oso.
Sin embargo, King Kong no es una obra completamente original y tiene como antecedente “El mundo perdido” que dirigiera en 1925 Harry Hoyt basándose en una historia de Arthur Conan Doyle, cuyos fondos y modelos fueron diseñados por el propio O’Brien. Además, está basada en un relato de Edward Wallace.
El guión sería escrito por James Creelman y Ruth Rose, la mujer de Schoedsack era una famosa bailarina de striptease. La película desprende erotismo en muchas de sus secuencias, ya que en el fondo, se trata de un triángulo amoroso entre King Kong, Ann Darrow y John Driscoll. En el subconsciente de la historia está el cuento de la bella y la bestia en tono onírico fantasioso. Un tono que le costó la intervención de la censura, que eliminaría las secuencias más violentas y provocadoras. En Estados Unidos no se pudo ver de forma íntegra hasta cuarenta años después de su estreno.
Técnicamente, la cinta está llena de absurdos. Carl Denhm, el director de documentales que aparece en el filme, realiza pruebas con la cámara que no podrá revelar. Las proporciones del monstruo cambian continuamente y la protagonista parece invulnerable ante sus zarandeos. En el aspecto positivo destaca el tratamiento sonoro (los rugidos del gorila se consiguieron mediante la mezcla de rugidos de animales) y la intervención de Fay Wray, que aumenta la intensidad erótica de muchas secuencias.
En definitiva, King Kong supone una de las más altas cotas alcanzadas por el séptimo arte. Su revisionado actual mantiene la fascinación pese a lo ridículos que puedan parecer los movimientos del gigante simio. Cine en estado puro. Todo un espectáculo que todo buen cinéfilo debe conocer. La escena final, con el simio luchando contra los aviones en lo más alto del Empire State de Nueva York, es indiscutiblemente una de las más famosas de la historia del cine.
King Kong (1933)

king_kong