La literatura francesa es pródiga en personajes de vida y obra iconoclasta (por utilizar un término benévolo). Son escritores que escandalizan a la sociedad con su conducta y revolucionan las letras con sus escritos. Podríamos hablar de los poetas Charles Baudelaire o Arthur Rimbaud o, más tarde, del novelista Boris Vian, por poner tan sólo algunos ejemplos.
Pero, como no podía ser menos, el mundo dramático también tuvo su figura terrible. Fue Alfred Jarry (Laval, 1873-1907), un joven de acomodada economía y esmerada educación que se complacía en llevar una vida mísera entre prostíbulos, alcohol y drogas.

Una representación de Ubú rey
Era capaz de toda clase de excentricidades. Acostumbraba a llevar pistola al cinto y a practicar el tiro en los jardines de sus vecinos. En una ocasión, como una vecina le protestase argumentando que podía matar a sus hijos, el escritor le respondió imperturbable: "Tranquila, señora, le haremos otros".
Pero, dejando a un lado anécdotas que revelan una conducta poco recomendable, debemos señalar que Jarry ha desempeñado un importante papel en el devenir del teatro contemporáneo. Se le considera creador -o, al menos, precursor- del llamado 'Teatro del absurdo', que más tarde llevarían a su máxima expresión Eugene Ionesco y Samuel Beckett y que se caracteriza, básicamente, por mostrar a través de lo ridículo el sinsentido del mundo.
La obra fundadora de esta dramaturgia es Ubú rey, estrenada con monumental escándalo en el París de 1896 –tan sólo duraría dos representaciones- y que constituye una brutal parodia del Macbeth shakespeariano.
Cuenta el ascenso y caída del Padre Ubú, un capitán del ejército polaco que, animado por su esposa, Madre Ubú, y por su compinche el capitán Bordura, asesina al rey polaco Wenceslao y usurpa el trono. En tan sólo dos días, perpetra tal cantidad de monstruosidades que el Zar ruso ayuda a Brugelao, hijo del monarca legítimo, a recuperar el trono, obligando a Ubú a partir al exilio.
Se trata, por tanto, de una demoledora parodia del poder político ejecutada mediante la ridiculización: Ubú tiene todos los defectos –es cobarde, traidor y perverso, incluso huele mal- y ninguna virtud. Y, junto a él, los demás personajes no salen mejor parados, pues resultan igualmente grotescos, una suerte de marionetas o guiñoles.
La verdad es que la obra pierde mucho cuando es leída en vez de representada pero la burla brutal hacia el poder es igual de evidente, ya que Jarry no busca simbolismos ni ocultaciones. Muy al contrario, no se puede ser más directo.
Podéis leer la obra aquí.
Fuente: Papel en Blanco.
Foto: Representación de Ubú rey: Carlos de las Piedras en Flickr.