Cuentan los historiadores que la Inglaterra de la Reina Victoria era una sociedad presidida por una aristocracia frívola e hipócrita que practicaba aquella máxima cínica de 'vicios privados y virtudes públicas' llevada a su más perfeccionada expresión.
Pero también era experta en hacer pagar su osadía a quién se atreviese a ridiculizarla, esperando con frialdad a que llegase su ocasión. Por ello, el que se burlase de esta clase no debía cometer la imprudencia de proporcionarle excusas para hacerlo llevando una vida marcada por el esnobismo. Ese fue el gran error del escritor irlandés Oscar Wilde (Dublín, 1854-1900).
El autor de La importancia de llamarse Ernesto poseía una personalidad marcada por su carácter excéntrico y, además, era incapaz de pasar desapercibido. Allí donde iba, necesitaba causar impacto. Para él, era mucho peor no llamar la atención que cualquier castigo. Era un hombre ingenioso y, mientras se limitó a llevar una vida original, la aristocracia reía sus ocurrencias.
El problema comenzó cuando sintió la necesidad de burlarse de aquella pandilla de hipócritas no menos excéntricos que él y, por ende, bastante más aburridos. Así lo hizo en un buen puñado de obras –además de la mencionada, Una mujer sin importancia, Un marido ideal o El crimen de lord Arthur Saville-, que nos presentan a dandys ociosos y señoritas frívolas sólo preocupados por chismorrear a espaldas de los demás.
Wilde acabaría pagando su osadía a la mínima excusa –el asunto de sus relaciones con Lord Alfred Douglas- con la cárcel y el desprecio social y terminaría sus días desengañado y arruinado en una buhardilla de París.
En Una mujer sin importancia, el autor nos presenta en contraposición al aristócrata Lord Illingworth, solterón cínico y seductor, y a Mrs. Arbuthnot, una mujer sencilla pero íntegra, a la que dejó embarazada en el pasado sin preocuparse de la criatura nacida. Ahora, la casualidad ha querido que el noble se convierta sin saberlo en padrino de su propio hijo. Pero su antigua amante, llena de dignidad, trata de impedirlo.
Lo verdaderamente extraordinario de la obra es la proverbial ironía de Wilde, plasmada en multitud de frases ingeniosas y cínicas, que retratan la personalidad de Illingworth, como aquélla que dice 'el deber es lo que esperamos de los demás, no de uno mismo'. Es, sobre todo, el peculiar humor de Wilde el que ayuda a que la obra sea menos crítica, más amable.
Podéis leer la obra aquí.
Fotos: Oscar Wilde: DPMS en Flickr | Monumento a Wilde: Jobriga en Flickr
Fernanda
Para mí Oscar Wilde fue un genio de literatura y teatro, por eso soy feliz de leer sus frases, como estas http://mipagina.1001consejos.com/profiles/blogs/10-mejores-frases-de-oscar-wilde, son muy ciertas, aunque parezcan chistes.